miércoles, 7 de septiembre de 2022

LA SUPREMACÍA DE LOS PEORES

Por Roberto Marra

Si hay algo que caracteriza al grueso de ese sector de la población argentina perteneciente a la denominada “clase media” (o “mediopelo”, al decir de Jauretche), es la actitud de menosprecio al otro, de minimización de la importancia de los dichos ajenos, de una postura de soberbia intelectual que pretende ser la demostración de su (supuesta) superioridad. El “cancherismo” sería su versión más “rea”, una manera de expresar la elevación por sobre los demás en base a la burla y el desprecio por cualquier opinión que no sea la propia.

Con esa particularidad tan extendida, sería imposible que cualquier juicio de valor sobre los hechos que nos rodean y nos interpelan no tuviese esa carga oprobiosa de agresividad disfrazada de conocimiento. El supuesto atributo supremacista les lleva a estos individuos a establecer sentencias inapelables, basadas en sentimientos desprendidos de sus falsas “alcurnias” sin prosapias ni antecedentes, pero repletas de “sentidos comunes” autofabricados para ejercer sus preeminencias.

Conocedores de tales características, los medios hegemónicos adoptan para sí un “idioma” similar, se valen de personajes de la misma extracción para redactar sus notas, para acompañar las permanentes campañas de desorientación programada y asegurarse un público cautivo de sus falsías, en base a la similitud entre sus voceros y sus lectores, oyentes o televidentes. Son iguales quienes nos dicen las noticias y quienes las recepcionan, tan despreciativos de la realidad como necesiten los auténticos promotores de este tipo de actitudes antisociales.

Serviles a sus amos del Poder Real, los “periodistas” se burlan de la verdad manifestada por las cámaras, dan vuelta la realidad para generar sentidos opuestos a lo que se ve o escucha. Desde las “alturas” de sus poltronas de fantasías de premios Pulitzer, pretenden enseñarnos la existencia de lo que no fue ni pudo ser, la imposibilidad de lo que transparentemente se percibe, hasta lograr el convencimiento de esa estupidizada mayoría que observa con su condición despreciativa y “canchera”.

De allí al acto obsceno y oscuro, solo media el paso que le permita o nó el último resabio de sentimiento humano que le haya podido quedar en pie en su obnubilado cerebro. En todo caso, no importará ya si ejecuta o nó sus pretensiones de eliminación de la contrariedad que lo condiciona, porque estará asegurado, para el Poder, la negación de la realidad que necesitan para atenazar a la sociedad en un mundo paralelo, donde nada es cierto, salvo lo que se diga por los medios.

Peor aún que todo esto, es que esa característica antisocial del “cancherismo” también se pone de manifiesto entre quienes pertenecen a las filas de las expresiones del movimiento nacional y popular. Como un virus, el contagio de tales modos terminan por ganar las mentes de algunos de ellos, para culminar por delinear un criterio prepotente y autoritario, que logra lo que el enemigo de lo popular expresamente persigue: la implosión de las diversidades entre quienes tienen los mismos intereses.

Cosa complicada ejercer la conducción de un Pueblo atravesado por tales negatividades individuales. Demasiado esfuerzo requiere la eliminación de semejantes taras sociales, mientras los dueños de casi todo se regocijan con nuestros desbandes. Las quejas y sus motivos son puestos de manifiesto con esos modos pretendidamente omnipotentes, contra lo cual también debe luchar la parte más esclarecida de quienes se autoincluyen en lo nacional y popular. Tener razón no es suficiente motivo para ejercer la autoridad, si antes no se escucha y atiende el origen de los mensajes y las subjetividades que los emiten, que incluyen esos lamentables estilos menospreciantes de los otros.

La negación del atentado a la Vice-Presidenta es la manifestación más grosera y repugnante, el resultado más evidente del poder del Poder y sus malditos medios de (in)comunicación. Y todo se puede dar por la previa configuración de los cerebros que abrevan en sus falsas noticias y desconocen la existencia de la otredad. Millones de enceguecidos que intentan tapar (paradójicamente) el sol con la mano, les asegura a los victimarios intelectuales del intento de magnicidio, la continuidad de sus poderes. Millones de turbados por la realidad inventada para la ocasión, les darán el respaldo social que después culminará en un tribunal corrompido y mendaz, hasta lograr la victoria pírrica con la que creen que culminará la historia.

La soberbia no les deja ver la reserva moral que todavía perdura en los corazones de quienes pensamos más allá de las conveniencias personales y el “triunfo” de “nuestra” verdad. Ni la brutalidad de sus consignas, ni la consumación del odio en actos aberrantes, ni la parafernalia mediática multiplicada mil veces, les darán la gloria real. Esta está reservada desde siempre para quienes miran a los otros como a sí mismos, haciendo de sus dolores los propios, otorgando la razón a quienes supieron, hace mucho, desbrozar el camino hacia la verdadera Justicia, hacia la construcción real de un sentido solidario que la élite y su “infantería” supremacista nunca comprenderán.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario