jueves, 18 de noviembre de 2021

LA CULTURA DE LA ESTIGMATIZACIÓN IMPERIAL

Por Roberto Marra

Existe un grueso de la población argentina que está convencida de las caracterizaciones que la “gran prensa” realiza sobre los gobiernos “díscolos” con el imperio. La manipulación mediática no es novedosa por estos lares, ni la generación de una cultura acorde con las necesidades de dominación social y política resulta extraña para quienes sobrevivimos en estas tierras del sur. Décadas de engaños disfuncionales con lo que debieran ser nuestras verdaderas metas y objetivos, fue produciendo y reproduciendo generaciones de adherentes incondicionales a los preceptos y “valores” manoseados por el Poder mundial concentrado.

No puede entonces resultar extraño que gobiernos de orígen popular, que sostienen un relato acorde con las banderas más honrosas para el desarrollo con justicia social en lo interno, terminen cayendo en la vorágine imperial de los ataques a los países hermanos, basados siempre en el latiguillo insoslayable de “la defensa de la democracia y los derechos humanos”.

La suma de la cultura impuesta con tanta astucia como perseverancia, más los desvíos de los principios doctrinarios de quienes asumen los liderazgos gubernamentales, se concatenan con los deseos de las mandamases mundiales para generar actitudes despreciativas y groseras con los gobernantes de esas naciones atacadas con furor por EEUU. Los y las periodistas locales, copiando hasta los modos de expresión de sus “amados” comunicadores del norte, se encargan de difamar con particular ahínco a los líderes que necesitan estigmatizar.

El resultado es un éxito absoluto, a estar por las manifestaciones que se pueden llegar a escuchar de la “gente común”, eso que se suele denominar “gente de a pié”, supuestamente “despolitizada”, ámbito propicio previamente preparado con la andanada de patrañas elaboradas con ingentes medios económicos y profusión de estudios psicosociales.

Ignorantes de toda laya se atreven con desparpajo a hablar de “dictaduras” o “tiranías”, con la naturalidad que les da su brutalidad adornada con imágenes que sus amos psicológicos se encargan de difundir como si fueran originadas en los países a los cuales desean destruir. No importará si después de algún tiempo, esas falsedades son desmentidas por los propios documentos desclasificados del imperio. Ya el daño estará hecho y los resultados, generalmente, serán los que necesitaban quienes los originaron.

¿Qué habrán conseguido los gobiernos que se entregaron a satisfacer las demandas imperiales? ¿Serán acaso beneficiados con ingentes medios económicos para cubrir las necesidades populares? ¿O se verán, una vez más en sus historias de miserabilidades, conminados a aceptar más condiciones indignas en sus pagos de deudas externas impagables? ¿Quién le pagará a los pueblos atacados con la verborragia destituyente de sus gobiernos legítimos, el atraso en sus historias liberadoras y el hundimiento en mayores pobrezas económicas y culturales?

La complicidad es un asunto teñido del color de la miseria politiquera y la traición a los propios emblemas doctrinarios. Está en ella la raiz de los desvíos oprobiosos de las definiciones que se emiten en discursos vacíos de autenticidad, porque esconden la vileza de la acción destructiva sólo basada en intereses ajenos a los pueblos que (se supone) representan quienes así lo hacen.

Otra vez la “correlación de fuerzas” (esta vez, internacional) como disculpa para actuar como no se debe y acompañar al enemigo en sus delirios de poder infinito. Y el fin de los simples sueños de felicidad de los pueblos sometidos a tales escarnios, será la cruel moneda de cambio que recibirán las cobardes actuaciones de quienes, en realidad, no tienen las convicciones que dicen tener. Ni el valor para buscarlas en la historia que, ahora mismo, desconocen.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario