lunes, 1 de noviembre de 2021

EL NOMBRE MÁS ODIOSO

Por Roberto Marra

Macri dijo. Macri se desdijo. Macri hizo. Macri no hizo. Macri fue. Macri no fue. Macri viene. Macri habló. Macri se calló. Macri amenazó. Macri advirtió. Macri viajó. Macri regresó. Macri espera. Macri teme. Macri espió. Macri escuchó. Macri fugó. Macri escondió. Macri se enriqueció. Macri se aprovechó. Macri es machista. Macri es vago. Macri es ignorante. Macri es bruto. Macri es despreciativo. Macri es cobarde. Macri es evasor. Macri imputado. Macri inimputable. Macri loco. Macri perverso. Macri incapaz...

No importa demasiado de qué se habla sobre este personaje, sino que se hable constantemente de él. Es la palabra “mágica” que está en boca de todos y todas. Así sea para insultarlo o para elogiarlo (esto último, muy pocas veces). Pero lo importante para este “divo” de la politiquería, “astro” indiscutido de sus exégetas mentimediáticos, es estar en el “candelero” comunicacional. Ser parte de las discusiones en programas televisivos y radiales, ser la columna vertebral de los foros de las redes sociales, aunque sea para el escaso placer de escarnecerlo vanamente.

Están ganando por goleada sus “entrenadores”, frente a la escasa contraposición a semejante oprobio de la naturaleza humana por auténticos representantes de la inteligencia y el conocimiento. La comprensión de la realidad viene atravesada por este inútil humanoide, atajando las salidas del laberinto en el que él mismo nos introdujo, como cabeza visible de los verdaderos constructores de las injusticias que nos atosigan. Los sufrimientos padecidos por la mayoría de la población, pasan a segundo plano, para repetir hasta el hartazgo su nombre y apellido, tan vacíos como sus consignas de “burro” con dinero.

La tergiversación de la realidad es el camino elegido por los dueños del Poder Real, como método de sometimiento a un “pensamiento único”, que ni se piensa ni es original, pero que basta para alinear a todo el espectro comunicacional detrás de semejante esperpento histórico, con el único fin de impedir la comprensión de la verdad que se escamotea todo el tiempo. La brutalidad a su máxima expresión, el seguidismo acrítico a todo vapor, la estupidización en su peor nivel, la cronificación de la mentira para transformarla en “sentido común”.

Parafraseando a Confucio, se puede decir que “Saber lo que es justo y no decirlo es la peor de las cobardías”. Y eso es lo que está pasando en los medios de comunicación no hegemónicos y entre sus periodistas. Recordar las atrocidades de este personaje siniestro de la nuestra política, en cada minuto de aire televisivo o radial, o en cada letra escrita en las redes, no representan una virtuosa manera de luchar contra las injusticias derivadas de sus actos denigrantes. Nombrarlo es darle categoría de estadista, es otorgarle una trascendencia a su media lengua escabrosa que no merece ni se necesita para comprender las miserias en las que nos sumergió durante su mandato (y después de él, también).

Borrarlo del “mapa” intelectual, tapar sus intrascendencias verbales con relatos esclarecedores de los resultados de su herencia y la probable repetición y profundización de sus inmorales herederos, es una tarea digna de quienes se consideren a sí mismos periodistas de verdad, analistas sinceros o políticos de auténtica raigambre popular. Recordar el pasado atravesado por semejante energúmeno, no puedes sino estar sólo al servicio de aplastar su miserable proyecto elitista, alejando su nombre de cualquier posibilidad de retorno a su pasado de oscuridad y pobreza.

El diablo está en los detalles”. He ahí un dicho que porporciona una idea acabada del daño profundo que estos bestiales especímenes humanos fueron y son capaces de hacer. Por eso vale la pena el esfuerzo intelectual y comunicacional de opacar sus figuras, de alentar un futuro distinto reconstruyendo los paradigmas que intentaron borrar de la memoria popular. Y de hacer valer las mayorias que, indiscutiblemente, no forman parte de la maldad y la cobardía que nos gobernara durante cuatro años fatídicos, pero cuya influencia perdurará en tanto repitamos hasta el paroxismo goebbeliano, el nombre más odioso de esos tiempos.

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