jueves, 7 de mayo de 2020

EL MÉTODO DE LA BRUTALIDAD

Por Roberto Marra
La brutalidad suele expresarse a borbotones, espumosa y volátil, vana y superflua como es su condición imbécil. Pero posee una extraordinaria capacidad dañosa, se introduce por los resquicios dejados por la desidia y el engreimiento de muchos, por la incapacidad de comprensión de sus orígenes o por la inhabilidad de distinguir esos “atributos” oscuros en los sujetos que manifiestan cada segundo de sus vidas semejantes improperios existenciales, apoyados en la protección de los que se aprovechan de sus bestialidades mentales para profundizar sus dominaciones y eliminar a sus enemigos ideológicos.
La condición de iletrado o analfabeto funcional no es necesariamente la que determina la brutalidad o el grado de su “desarrollo”. Más bien se trata de una actitud propia de quienes ven todo a traves de un solo cristal, siempre opacado por una mugre que nunca intentan quitar para entender la realidad que no alcanzan a ver. Se puede ser todo un erudito en alguna materia en específico, pero un bruto absoluto en la visión de lo que rodea y determina política y socialmente eso que sí entiende.
Así, podemos entender que haya auténticos científicos que privilegian sus posiciones ideológicas negadoras de los hechos generados por los pueblos y sus manifestaciones y logros sociales, con tal de seguir en sus rediles del pseudo-conocimiento, capaces de crear soluciones a los problemas más complejos en su materia, pero totalmente necios a la hora de entender el verdadero objetivo de esos trabajos de laboratorio.
No solo de investigadores se trata. Otro “rubro” que acumula especímenes de esa naturaleza, y en abundancia, es el periodismo. Sobre todo, aquel que la va de “independiente”, o que incluso se auto-impone un discurso anti-Poder, aún cuando en el fondo y después de todo su aparente enfrentamiento con él, se noten los hilos que irremediablemente los unen.
Ocultar y mentir son dos caras de la misma moneda, muy utilizadas por estos energúmenos de prosapias intelectuales muy evolucionadas, pero atadas al misterioso temor por perder predicamento o distinguirse de entre sus iguales por intentar hacer otra cosa que seguir la corriente de miserias verbales que los sostienen en el candelero mediático o profesional. Lo hacen con hechos irrefutables (cuando se los conoce), probados por la realidad que los manifiestan con números y señales insoslayables, pero que, misteriosamente, estos apasionados por las sombras del conocimiento, no ven lo que cualquiera, aún con una mínima capacidad de lectura y comprensión, pueden observar con claridad.
Para dar un ejemplo: una científica escribe una nota sobre el desarrollo de la pandemia en Latinoamérica, donde, sin vergüenza alguna, manifesta que en esta Región existen solo dos gobiernos “de signo progresista”: México y Argentina. El resto, dice, son “de orientación conservadora o derechista”. Solo nombra específicamente a unos pocos, para determinar una verdad que no es, para exhibir una brutalidad que resulta incomprensible en una estudiosa de las ciencias, aun cuando limitada a una en especial. Aparentemente, en Cuba, Nicaragua o Venezuela gobiernan los “conservadores”, la “derecha”, como se le suele denominar basados en esa europeizante manera de explicar nuestra historia y nuestras realidades. Todo un caso de brutalidad “cientificista”, puesta al servicio de los intereses de los mismos que pretende señalar como generadores de males, de los que puede que entienda sus orígenes naturales, pero jamás los sociales, históricos y políticos.
Otra imbecilidad, cuya permanente difusión la determina como de imposible espontaneidad o desconocimiento, está referida a uno de esos países, Venezuela, en el tratamiento que los periodistas le dan a la hora de resaltar debacles o logros referidos a la pandemia en desarrollo (aunque también a otros temas de carácter tan o más graves que ello).
Se trata de ignorar, en forma absoluta y total, esconder con verdadera alevosía, los datos que ponen de manifiesto los resultados de las políticas y las acciones del gobierno de aquella Nación para defender la vida de sus ciudadanos, de cubrirlos con la seguridad de un sistema sanitario protector que ha logrado cifras que determina que sea el País con menos incidencia de esa enfermedad en Suramérica y uno de los mejores posicionados en el Mundo: solo el 1,31 por cada cien mil habitantes ha sido contagiado y el 0,03 por cada cien mil ha muerto (según cifras de la OMS hasta el 6 de mayo de 2020).
La contundencia de los números, determinantes siempre de los auténticos resultados que importan para evaluar el desarrollo de semejante e inédito hecho planetario, son arrojados al cesto de la basura mediática, al fondo del desconocimiento popular, al reservorio de los ocultamientos convenientes para el Poder que sostiene a estos idiotas útiles con aires de sabiondos. La incapacidad de comprender la importancia de transmitir esa verdad irrefutable, como método para estudiar las razones de tales logros y las posibles aplicaciones en otros lares, los convierte en algo peor que mentirosos: en ruines.
Se trata solo de dos muestras de tantas que abruman. Se sostienen cada minuto de cada día, con desparpajo y sin vergüenza. Se miente a sabiendas o se tergiversa con fruición bruta y embrutecedora. No lo hacen solo con aquellas realidades, porque lo reiteran con la nacional, donde mezclan verdades con mentiras hasta embalsamar los hechos y hacerlos irrefutables, con el dudoso propósito de parecer ecuánimes, con el indudable placer de sentirse apañados por el Poder, aún disfrazados de opositores a él.
Cuando todo estalle, cuando esa “mecha larga” llegue hasta la “bomba de mentiras” que sostuvieron hasta entonces, cuando la luz emerja por fin después de tanta oscuridad mediatizada, será tal vez demasiado tarde para corregir los daños sociales, para evitar la miseria que entumece a los pueblos y los degrada hasta hacerlos solo carne de los cañones de estos insoportables brutos de todos los sectores, esos infames patanes con carnet de sabios.

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