martes, 11 de febrero de 2020

EL COSTO DE LOS PRECIOS

Imagen de "RosarioPlus.com"
Por Roberto Marra
La cuestión de los precios resulta uno de los escollos más desvastadores en los planes económicos con pretensiones distributivas virtuosas. La palabra inflación ronda permanentemente, como buitre al acecho, cada determinación sobre esta variable hipersensible para la mayoría de la población. Las decisiones de los gobiernos que intentan mejorar el acceso a los bienes materiales más imprescindibles para la vida de las personas chocan, invariablemente, con las maniobras de las corporaciones que manejan a su antojo los márgenes de sus ganancias y obligan a los restantes partícipes de las cadenas de distribución y venta de sus productos a adaptarse, quieran o nó, a esas premisas originadas en la especulación, nunca en los costos reales.
La concentración se convirtió en el arma más segura para el manejo discrecional de los precios, liquidar cualquier pretensión de estabilización o, más utópico aún, de rebajas reales. Los alimentos son el ejemplo más impúdico en ese sentido, cuando las cadenas de distribución y comercialización se han cartelizado de tal manera, que termina por impedir la concreción de los objetivos solidarios que se puedan impulsar desde las esferas gubernamentales.
El empresariado comercializador se ha convertido, en su mayoría, en mero replicador de la carrera especulativa de sus abastecedores y, en algunos casos, en “alumnos” que superan a sus “maestros” en eso de remarcar cada día lo que ya resulta prohibitivo para la mayoría de sus clientes. Por su parte, los distribuidores gozan con la necesidad impuesta por el sistema comercial, distorsionado por las lejanías ridículas de los lugares de producción y elaboración.
La metodología utilizada para intentar controlar los aumentos en las cadenas productivas y comerciales, insiste en atacar el final de ese proceso, antes que su orígen. Los precios son el objetivo a vencer en cada plan que intenta aplacar las ansias especuladoras de los miembros de esta red de traficantes de injusticias, que termina soportando siempre el mismo sector social, cada vez más empobrecido y dependiente de la “buena voluntad” de los oligopolios que todo lo deciden a su antojo.
Cualquier apelación a criterios de solidaridad que puedan realizar los gobiernos, chocan contra la pared de la mentira gigantesca de “los costos”, elemento nunca investigado en profundidad, jamás relevado con precisión, oculto tras un ritual de lloriqueos falsos sobre pérdidas inexistentes y datos incoherentes con las cuentas bancarias de los dueños de las cadenas industriales y comercializadoras, que suelen ser los mismos o, en su defecto, actuar de común acuerdo para el desfalco cotidiano.
Claro que existen industriales y comerciantes honestos, pero son sojuzgados por la presión aplastante del poder de los mandamases que deciden los precios según sus miserables objetivos de acumulación monetaria. Atrapados en esa “telaraña” lucrativa para pocos, terminan cediendo sus decisiones a los proveedores de materias primas o de productos, culminando en la imposibilidad de modificación alguna de este perverso sistema, que actúa sin competidores reales, salvo los que se ellos mismos inventan como “segundas” o “terceras” marcas.
Como resulta obvio, terminar con semejante aparato reproductivo de inflaciones incontrolables, no puede pasar solo por controlar los precios sino, fundamentalmente, por conocer fehacientemente los costos de producción, distribución y comercialización, única forma de determinar las razones (o sinrazones) que desatan los aumentos constantes de los precios.
Pero además, debe producirse un auténtico cambio en el concepto mismo del sistema productivo de alimentos, impulsando la producción de cercanía de los más elementales y necesarios, aplicando criterios de utilización de los territorios periurbanos para el desarrollo de tales productos, sosteniendo conceptos agroecológicos que impidan la continuidad de la venta de alimentos contaminados y peligrosos para la salud humana y el ambiente el general, para avanzar en la tan mentada y nunca bien buscada soberanía alimentaria.
La idea de que los precios los pone “el mercado”, es la pared con la que han tropezado todos los gobiernos populares. Es la trampa donde caemos cada vez para no poder culminar con la justa tarea distributiva de las riquezas, empezando por las más elementales, como la alimentación. Introducirse en lo más profundo de la conformación de los costos, será el punto de partida para elaborar políticas acordes con los objetivos de reducción auténtica de los aumentos descomedidos de los precios, para acabar con los “Hood Robin” que todo lo acaparan para sí.
Terminar con el poder omnímodo de los grandes especuladores de la comida diaria, de los fabricantes de la mala nutrición, la desnutrición y hasta el hambre, es trabajo insoslayable para producir una modificación que traspase la medrosa actitud que siempre se ha tenido ante estos gigantescos conglomerados dedicados a decidir la sobrevida de millones en base a sus intereses particulares. Y será el Estado, es decir, el propio Pueblo, quien deberá erigirse en el actor principal de este drama que estamos obligados a darle el final feliz de la justicia social que nos merecemos.

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