jueves, 27 de febrero de 2020

CUATRO POR CUATRO

Imagen de "LT9"
Por Roberto Marra
Cuatro por cuatro” suena, en nuestro País, a “piquetes campestres”. Esa inocente denominación técnica de los vehículos destinados a ser útiles para los agrestes caminos del campo, ha terminado convertida en la frase que resume la esencia de los integrantes de esos sectores de la producción agraria que se asumen como pertenecientes a una especie de “raza superior”. Actuando como seres intocables para el resto de la sociedad (y sobre todo para el fisco), sus soberbias de herederos de alcurnias de oscuros orígenes, los han posicionado muy alto en la pirámide social, gracias a la acumulación de fortunas que ocultan detrás de las lágrimas permanentes que derraman para obtener aún más ventajas de las que ya resultan obscenas.
Esta particular casta de odiadores seriales, es parte o cómplice del latifundismo que nació con esa “Patria” amañada surgida de las mentes de quienes pensaban solo en como venderla al mejor postor imperial del momento. La razón de ser de sus integrantes no ha sido nunca otra que la dominación de cada vez mayores extensiones de campos, avasallando cuanto campesino pobre se les cruzara en sus caminos. La forma para lograrlo no tiene límite ético alguno, porque son básicamente carentes de moral, aunque asuman esas poses de “gauchos” con valores que ni conocen, pero recitan hasta creérselos propios.
Presumidos e intolerantes, se mueven en sus enormes vehículos con la arrogancia de los patrones de látigo en mano, siempre prestos al castigo de sus subalternos, a quienes dominan en base a un paternalismo repugnante, una cultura de la subordinación que sus peones han asumido como su único camino de vida, aceptando la miseria en la que les hacen sobrevivir a cambio de alguna palmada en la espalda que siempre será más una advertencia que un agradecimiento.
La palabra “retenciones” les provocan un escozor intolerable, saltan de inmediato de sus tranquilidades permanentes de bares de pueblo, para movilizarse agrupados en esas organizaciones destinadas a oponerse a cualquier cosa que huela a justicia social. No admiten la intromisión de ningún gobierno en sus arcas desbordantes de dólares, salvo que se trate de uno de sus mismas condiciones ideológicas, aunque no por demasiado tiempo. Los impuestos son, para ellos, el límite que no permiten atravesar a la sociedad que busca salidas justas y solidarias para los males económicos de los que ellos son cómplices.
Las lluvias, los vientos, las sequías, son los caballitos de batalla para obtener lo único que aceptan del Estado: los subsidios, pero solo para ellos. El cuento del sacrificio permanente, del trabajo de sol a sol que solo cumplen sus peones o los pequeños productores, les ha servido para crear una aureola de “honrada gente de trabajo” que un grueso de la sociedad acepta y defiende, aún contra sus propios intereses, siempre opuestos a los de estos energúmenos con patente de “corsos” de tierra adentro, ladrones de los beneficios del suelo que todos les prestamos para que multipliquen sus fortunas.
Amenazan todo el tiempo con sus piquetes, cuando algún gobernante se atreve a introducir una vara distinta en la medición de las responsabilidades fiscales. Se “curan en salud” advirtiendo con sus “retenciones de producción”, las únicas que aceptan porque no les significa un centavo de pérdidas. Aletargan la venta de sus productos, acumulan granos en sus silos-bolsa para evitar pagar los impuestos y provocar daños financieros que obliguen al gobierno de turno a “negociar” con la extorsión, su camino preferido para voltear esperanzas populares y reirse del pobrerío que se hunde más todavía, gracias a sus pérfidas actitudes.
Empeñados en mantener sus privilegios a como dé lugar, profundizarán cada día más sus sucios manejos mafiosos, bloquearán toda acción solidaria, palabra que detestan y cuyo significado les resulta repulsivo. Asumirán peores actitudes ante la determinación de los pueblos que los enfrenten, para lo cual no temerán utilizar la fuerza, justificada por la “defensa” de sus propiedades, palabra, esta última, que resume todo el objeto de su vidas de zánganos aprovechadores del trabajo ajeno con el que las han obtenido.
Sin el fin de sus prerrogativas de mandamases eternos, sin la imposición de la justicia que hace rato que no los atraviesa con su espada ni los justiprecia con su balanza, sin la conciencia colectiva de la necesidad de acabar con semejantes posturas retardatarias de la otra justicia, la social; la búsqueda de la felicidad popular será siempre una quimera, una fútil presunción de un futuro inalcanzable. Es tiempo de cambiarlo todo, de generar respuestas que les otorguen a los campesinos de verdad, a los sumergidos en pobrezas compartidas con el resto de la sociedad, los beneficios que deberán salir, sin duda alguna, de los obscenos reservorios de fortunas mal habidas de estos malandras de cuatro por cuatro. Y conquistar las rutas que amenazan cortar, para empujarlos al rincón de la historia del que nunca más deberemos permitir sus retornos.

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