viernes, 21 de septiembre de 2018

RUIDO, HOSPITAL

Imagen de "Rosario Plus"
Por Roberto Marra
Silencio, hospital. Esa fue siempre la señal clara para evitar molestias cerca de los centros de salud. Una clásica enfermera con su dedo en los labios, nos indicaba, ya en sus interiores, la necesidad de no producir ruidos que pudieran afectar las recuperaciones de los enfermos. Los hospitales eran como templos, donde las personas concurrían a atender sus dolencias en medio de un notable respeto hacia una institución pública que materializaba como nada el concepto de sanidad.
En esos ámbitos públicos surgieron los grandes médicos, aprendieron las generaciones de nuevos profesionales, se generaron conocimientos y desarrollos que elevaron las posibilidades de curaciones, se salvaron miles de vidas y se transmitieron tantas otras enseñanzas que el tiempo las fructificarían en nuevos procesos sanadores.
Pero ya no reina el silencio en los hospitales. Ya no se pueden observar solo la tareas lógicas del trajinar de enfermeras, camillas y médicos, la simple espera de enfermos y familiares, las llegadas y salidas de ambulancias de sus salas de guardia. Ahora predominan los ruidos de marchas de protestas, las quejas de pacientes sin atención, los gritos de los trabajadores y trabajadoras reclamando dignidad. Ahora son la caja de resonancia del abandono insensible de un (des)gobierno dispuesto a acabar con el sistema público de atención, terminar con el sueño de Carrillo, arrasar con los últimos vestigios de la justicia sanitaria que él predicaba.
El mercantilismo acérrimo predomina por sobre la solidaridad. El “mercado” todo lo pudo, también con la salud. Los negocios son la moneda de cambio entre la vida y la muerte, acelerando la desaparición de cualquier tipo de atención que no sea privatizada, donde conglomerados de “sanatorios” que no sanan más que los bolsillos de sus dueños, se apoderan de la decisión de la atención o nó de los pacientes que, a estas alturas, más que eso, son dolientes.
Exclusivo” es la palabra del momento. Excluyente, sería la acepción correcta. Con una notable parafernalia publicitaria, los propietarios de semejantes “comercios” de (supuesta) sanación de enfermedades, atiborran las conciencias débiles de quienes se piensan con más derechos que otros en la sociedad, elevando todavía más la división profunda entre quienes pueden o no curarse.
La ostentación de lujos ridículos, convierten a esos centros de supuesta atención a las enfermedades, en simples “hoteles cinco estrellas”, reductos de fantasiosos placeres visuales para hacer lo que solo necesita de ámbitos limpios y conocimientos seguros, amén de los avances tecnológicos que, por supuesto, solo poseen los “privados”.
El camino de la destrucción del sistema sanitario público es un hecho, solo frenado en parte hasta ahora, por la lucha consecuente de sus actores principales. El final que se vislumbra es catastrófico, la conciencia de la población no termina de despertar ante el latrocinio de sus propias vidas, la verdad es tapada por otras miserias cotidianas, mientras los hospitales siguen cayendo en la indigencia edilicia y de su personal, ante la deserción de un Estado en manos de vulgares estafadores.
La historia suele ser aleccionadora, aunque las necesidades lo sean aún más. El pasado nos nutre con los Carrillos y Oñativias, hacedores de los más solidarios conceptos sanitarios, constructores de idearios donde predominan los valores humanos por sobre las miserias materiales. Son los mensajes de sus acciones los que deberán encender otra vez el motor renovado de un sistema de salud que lo sea para todos. Una forma única y superlativa de protección universal a los ciudadanos, solo por serlos. Un sistema que acabe para siempre con los sucios constructores del egoismo y el abandono, socios perversos de un Poder que solo sabe generar pobreza e indignidad.
Solo entonces volverá el silencio a los hospitales que, paradójicamente, habrán necesitado del ensordecedor e imprescindible ruido popular para comenzar una nueva vida.

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