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Un 
grupo importante de economistas cree que integra el olimpo de la 
sabiduría y que sus errores son insignificantes en comparación con sus 
valiosos aportes, respaldados por decenas de ecuaciones matemáticas y 
soporte estadístico. El lugar de Atenea de la modernidad lo arrebataron a
 fuerza de imponer un supuesto saber neutral respaldado por resultados 
numéricos de bases econométricas. Privilegio concedido por políticos 
subordinados a tecnocracias, con una sociedad sometida diariamente a 
padecer la economía del miedo. Por eso tienen el privilegio que otras 
profesiones carecen. 
No son castigados por sus errores con efectos 
negativos en el comportamiento de la economía y, por lo tanto, en el 
bienestar de la población. Los médicos que se equivocan en el 
diagnóstico en forma reiterada con el consiguiente desacierto en el 
tratamiento reciben el rechazo de colegas y pacientes. Pocos yerros se 
perdonan en la ciencia médica como en cualquier otra disciplina 
científica. La mala praxis provoca el ostracismo de su expositor. No 
sucede lo mismo con una secta mayoritaria de economistas que, abrumando 
con bases estadísticas, procesan probabilidades mediante métodos 
matemáticos para postular buenas o malas políticas económicas. Así se 
erigen en portadores de una verdad técnica absoluta para ser aplicada 
por los gobiernos sin margen para cuestionarla. Quienes se atreven a 
hacerlo son criticados por querer negar la ley de la gravedad, 
confundiendo una ciencia exacta con la economía política. Los sucesivos 
fiascos serían un llamado de atención pero la humildad no es una de sus 
cualidades, además de contar con un impresionante dispositivo de 
protección integrado por empresas, bancos, universidades y medios de 
comunicación. Por eso persisten con soberbia en el error con 
consecuencias muy dañinas para los sectores vulnerables. El fraude más 
reciente fue una investigación de un par de reconocidos economistas cuyo
 resultado fue tomado como eje rector de la política económica para 
países europeos. El caso sería sólo impactante en el mundillo académico 
si no fuera que se constituyó en una de las principales ideas de la base
 argumental para aplicar la devastadora estrategia de austeridad.
El ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional y actual 
profesor de la Universidad de Harvard, Kenneth Rogoff, y Carmen 
Reinhart, también profesora de Harvard y ex integrante del departamento 
de investigación del FMI, presentaron el trabajo Growth in a Time of 
Debt (“El crecimiento en épocas de endeudamiento”) en la Asociación 
Económica Estadounidense. La conclusión de esa investigación que analiza
 la evolución histórica de la economía de veinte países fue que el 
crecimiento disminuye en forma abrupta cuando la deuda pública 
representa más del 90 por ciento del Producto Interno Bruto. El 
resultado de la investigación se convirtió rápidamente en guía dominante
 de las medidas de ajuste fiscal. El debate político en Europa y Estados
 Unidos sobre la magnitud de los recortes del gasto público, concentrado
 en el área social y el empleo, y de los derechos laborales tuvo a esa 
investigación como principal justificativo. Quienes criticaban el ajuste
 eran enfrentados a la contundencia del saber técnico de Rogoff y 
Reinhart, con reputación en el universo de economistas por sus 
credenciales en el FMI y por haber escrito un reconocido libro sobre la 
historia de las crisis financieras. El último trabajo de Rogoff y 
Reinhart se difundió a comienzos de 2010 en el momento en que se 
discutía la situación crítica de Grecia, su impacto en el resto de la 
zona del euro y la persistencia del estancamiento de la economía 
estadounidense por la obsesión de la austeridad. Una posición en minoría
 planteaba que era mejor aumentar la deuda para estimular el crecimiento
 y así salir de la recesión. La otra, con amplio apoyo de las corrientes
 conservadoras, proponía bajar el gasto y aumentar los impuestos para 
frenar el incremento de la deuda. La conclusión de la investigación era 
que el endeudamiento elevado derrumba el crecimiento actuando así de 
disuasivo a las propuestas expansivas. Era la prueba incuestionable 
surgida del ámbito científico para mostrar que la austeridad era el 
mejor camino.
Un pequeño detalle la desmoronó. Los resultados de la investigación 
estaban mal. Eran un fiasco. La evidencia empírica que mostraba era a 
partir de datos incorrectos. La historia es increíble por la liviandad 
que se maneja ese mundo revestido de seriedad académica con gran 
influencia en la vida cotidiana de la población.
El estudiante Thomas Herndon, de la Universidad de Massachusetts 
Amherst, eligió la investigación de Rogoff y Reinhart para cumplir con 
la tarea encomendada por su profesor de elegir una publicación académica
 y tratar de replicar sus conclusiones con una base de datos de acceso 
público. Durante todo el semestre trató de cumplir con esa misión, sin 
éxito. Como era un estudiante, y Rogoff y Reinhart dos economistas de 
prestigio de Harvard, lo más probable era que él estuviera equivocado. 
Su profesor, Michael Ash, pensaba lo mismo. Le insistía con que 
encontrara su error. Pero no había caso. Herndon ponía todo su esfuerzo 
en revisar el material para alcanzar el objetivo y no lo lograba. Tanta 
persistencia provocó la curiosidad del profesor Ash, quien convocó a uno
 de sus colegas, Robert Pollin, y comenzaron a involucrarse en el tema. 
Le propusieron a su alumno que continuara con la tarea. Herndon le 
escribió a Rogoff y Reinhart, y luego de una serie de intercambios, 
recibió la hoja de cálculo (el Excel) con la base de datos que 
utilizaron los profesores de Harvard para arribar a la conclusión de la 
investigación.
El Excel estaba mal elaborado. Había por lo menos tres graves errores detectados por los dos profesores con su alumno.
1. Rogoff y Reinhart habían incluido sólo 
15 de los 20 países bajo análisis en su cálculo clave sobre el 
crecimiento promedio del PIB en los países con deuda pública alta. Por 
“error” no estaban considerados Australia, Austria, Bélgica, Canadá y 
Dinamarca. Exclusión que alteró el resultado final, aumentando así el 
impacto de la magnitud de la deuda pública en el crecimiento. Con todos 
los datos incorporados al Excel, en lugar de caer, la tasa de 
crecimiento se mantiene positiva. O sea, el saldo era el opuesto a la 
conclusión presentada por Rogoff y Reinhart.
2. Para otros países, algunas cifras ni 
siquiera habían sido incluidas. Rogoff y Reinhart explicaron ante el 
cuestionamiento que estaban reuniendo las cifras paso a paso, y que 
cuando presentaron el ensayo en la conferencia no había cifras 
disponibles de buena calidad sobre Canadá, Australia y Nueva Zelanda 
tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, excluyeron períodos de 
crecimientos de Nueva Zelanda con un ratio deuda/PBI superior al 90 por 
ciento.
3. También realizaron promedios sesgados. 
Por ejemplo, un año malo para un país pequeño como Nueva Zelanda tuvo el
 mismo peso que los casi 20 años de Reino Unido con una deuda pública 
elevada.
Es interesante la respuesta de defensa de Rogoff y Reinhart cuando 
se difundió Does High Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? 
(“¿La elevada deuda pública ahoga el crecimiento económico?”) de 
Herndon, Ash & Pollin que refuta la investigación: “Es aleccionador 
que se nos haya escapado semejante error en uno de nuestros ensayos a 
pesar de nuestros mejores esfuerzos para ser cuidadosos 
consistentemente. Redoblaremos nuestros esfuerzos para evitar errores 
semejantes en el futuro. No creemos, no obstante, que este error 
desafortunado afecte de ninguna manera significativa el mensaje central 
del ensayo ni de nuestro trabajo subsiguiente”.
La polémica siguió creciendo hasta llegar al Premio Nobel Paul 
Krugman, que al cuestionarlos en un artículo en The New York Times 
planteó el deseo que ese tipo de economistas se baje del pedestal. 
Anteayer, en el mismo diario, Rogoff y Reinhart hicieron el descargo en 
un extenso artículo minimizando sus errores y culpando a “los políticos”
 por el uso que hicieron de la conclusión de la investigación.
Economistas como dioses de la sabiduría, Atenea de la modernidad en 
la máxima expresión de soberbia avalada por intereses políticos, 
económicos y financieros de minorías privilegiadas. Se equivocaron, 
ocultaron datos para forzar postulados que sirvieron como soporte de las
 políticas de austeridad, son descubiertos por un alumno y un par de 
profesores que mostraron en detalle el fiasco de la investigación, y la 
respuesta de Rogoff y Reinhart fue que pese a todo ellos siguen teniendo
 razón.
La mala praxis de este tipo de economistas no es aislada. Registra 
otros casos similares, entre los más conocidos se encuentra el fallido 
de la curva de Laffer para justificar la baja de impuestos a los ricos 
durante la administración Reagan en la década del ’80. O cuando el año 
pasado los economistas Blanchard y Leigh, del FMI, tuvieron que admitir 
que los ajustes fiscales propuestos en las economías europeas tuvieron 
un impacto negativo más fuerte que el previsto.
Todos ellos poseen una ventaja sobre el resto de las profesiones. La
 mala praxis de economistas tiene impunidad. La impunidad del poder.
*Publicado en Página12


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