sábado, 9 de marzo de 2013

OÍDO, MIRADA Y PALABRA

Por Esteban De Gori * 

Chávez fue un político sensorial. Todos sus sentidos estaban puestos en la mirada sobre el otro, sobre las geometrías de fuerzas y sobre los mapas del poder. Poseía una gran mesa mental donde pensaba y dialogaba con sus estrategias. Las pintaba y suscitaba apoyos. Conocía a pies juntillas las historias nacionales, como un sargento cuartelero conoce los rincones de su institución. Sabía sobre las anécdotas, las batallas y los grandes o pequeños sucesos de aquellos lugares adonde viajaba o realizaba su Aló Presidente.
Todo el mundo se sorprendía con una palabra que rescataba o encontraba, que solo daba cuenta de ese lugar y que solo los lugareños conocían. De alguna manera, era la metáfora de un Estado que mientras se constituía rescataba todas las palabras para fundirlas en un proyecto de nación. Frente a las cámaras de televisión territorializaba la palabra y, al mismo tiempo, la nacionalizaba. Chávez llenó el país de (nuevas y renovadas) palabras, aprovechó a mirar los expectativas de sus ciudadanos y puso el oído donde no solo lo que se escuchan son palabras. Es decir, a veces, el dolor social como los deseos no pueden decirse, están allí, disponibles para quien pueda o quiera interpretarlos. Ante una catástrofe o frente a un suceso donde las vidas populares estaban asediadas, Chávez ponía sus oídos, miraba algunos rincones que otros funcionarios dejaban pasar y encontraba soluciones que asumían la tensión entre sus principios y la realidad.
Tenía una sensibilidad particular. Sensibilidad de político y de pintor. Estaba construida entre saberes eruditos (que siempre desplegaba en Aló Teórico) y el tránsito anfibio por todos los mundos sociales. De todos esos mundos existía una opción, había una decisión por aquellos que tanto habían padecido y que se encontraban en todas las listas de la invisibilización social. En este sentido, Chávez era un lector del padecimiento (un voyeur sofisticado de almas sociales), un traductor oral o gestual del mismo y un buscador de soluciones inmediatas. Todavía resuena el “¡exprópiese!”. Nadie puede olvidar al Presidente en las últimas inundaciones que sufrió Caracas metiéndose en el agua, hablando con los afectados con el agua hasta las rodillas. En parte eso lo pintaba, un político con capacidad de sumergirse en el dolor, de identificarse con el afectado sin dejar de ser, al mismo tiempo, la autoridad máxima del Estado venezolano. Chávez era un político que se movía entre el fango y la jefatura de un Estado en construcción. Debió hacer todo al mismo tiempo: reparación y Estado. Atender inundados y enfermos y expropiar Pdvsa.
Chávez se hizo entre el barro más transitado por las penurias y la búsqueda de justicia. Palabra que conectaba de manera virtuosa con los saberes socialistas, cristianos y republicanos.
La muerte de Chávez no disolverá aquellas palabras que artesanalmente rescató, tampoco expulsará el derecho que restituyó de soñar con un orden distinto. Las multitudes padecientes que todavía se mantienen en las calles, que circulan por la capilla viviente y que, por el momento, no salen del estupor son el mejor signo demostrativo de que por allí ha pasado un político excepcional. Un político con oído, mirada y palabra.

* Doctor en Ciencias Sociales (UBA), Investigador Conicet/IIGG, Profesor Idaes/Unsam.
   Publicado en Página12

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