sábado, 27 de octubre de 2012

EL DERRUMBE DE LA MINA SAN JOSÉ, LA OPERACIÓN SAN LORENZO, Y EL ANTIGUO DRAMA


Por Gustavo Daniel Barrios*

Quiero estacionarme en el recuerdo de aquellos treinta y tres mineros sepultados en Agosto de 2010, y rescatados todos ellos a mitad de Octubre de ese año. En clave de poesía hablando, lo tuvo todo de poético aquél suceso trágico devenido más tarde en felicidad. La composición que plasmó la televisión, más el ingenio tecnológico de ducto, encamisado y cápsulas, tuvo esa omnipresente dimensión poética en esos días, y en tanto eso fue, se grabó en el alma de todos.
En la última noche ya nadie que fuese sensible se pudo desentender ni independizar del rescate y su potente emotividad. La gente se plantó frente a las pantallas, en Chile como en nuestro país, pero también en Borneo; en Colombia en Ecuador en Panamá, pero también en el país de los malayos, en las oficinas de Kuala Lumpur, queriendo con esto explicar que el acontecimiento de la mina San José, vino a consagrar una visión unificadora para este tiempo, que en el más remoto de los océanos, en fusión con el océano que más acá baña las costas chilenas, se despertó un instinto primordial, sin visitación tal vez desde antes que se pusiera la primera piedra en Tiahuanaco, una de las que hoy son ruinas: es el instinto de ascender con coraje y fe imbatibles, hasta los terrenos fértiles, abstractos, que se ubican en los entornos o atraviesan entornos y nodos urbanos y sociales, en donde la organización comunal no formal al menos dispone de los recursos que prometen preservar, liberando de los mefíticos ambientes de esos huecos –lugares más que metafóricos, tan reales como lo son campos amurallados en los que se ultrajan en cultos suicidas a esclavos de sectas lideradas por dementes, o tan real como fue en el manicomio de Montes de Oca-......, prometen preservar decía, a los que han nacido para ser libres.
El navío de rescate –de metal-, internándose cientos de veces en las profundidades de una masa de granito, para llegar hasta el hueco ubicado en las entrañas de un continente, donde el mando le pertenece al puro azar, y escasean las promesas de vida. Ese navío de metal –que eran tres-, fue el colofón del mensaje de dimensión poética, en el que el suceso de los mineros atrapados, atrajo la más viva y honda atención de gente sensible en todos los pueblos, en donde sea. Una atención que interpreto también como una nueva visión en cierto modo antropocéntrica, pero en sentido sagrado, como fue –es- la de que la unión que hace la fuerza –esta unión no es estrictamente política-, posee ilimitada capacidad para realizar hechos, y andando en esa clave, hoy nos enfocamos en suprimir todo trato en este caso por ejemplo con los magnates de los recursos minerales, expresando con esto una generalidad de avaricia y crueldad, y suprimimos el trato simplemente porque estos son apropiadores de gente inocente –operarios-, a los que arrastran a morir y luego no les reconocen los derechos.
Aquél rescate, en que un débil Estado chileno rebuscó fondos con premura, sacándolo hasta de donaciones, mostró una vez más que aun ese Estado notorio por su ausencia en áreas claves, es más confiable que la estructuración de los privados, y hoy con tiempos y los operarios a salvo, uno supone que estará intentando recuperar para el erario público, su parte en el coste del rescate, en acreencia sobre la firma propietaria de la mina en Atacama.
Regreso a aquella clave de unión, de solidaria pauta rubricada con arreglo a un consenso nuevo –la dicha visión, o el nuevo códex-, irrenunciable en la mínima pretensión de establecer un sistema de cooperación, en sentido amplísimo. Describo a un nuevo foro ecuménico, policlasista e inteligente, que se anima a reconocer como potenciales amigos, a quienes siendo diferentes, son evidentemente afines a ese códex ecuménico, toda vez que estas honrosas personas han decidido al igual que uno, excluir de la vida armoniosa que los más o menos cuerdos construyen en las urbes, a los inmorales con marca de marginal. Aquí se hace mención de los trogloditas, violadores de derechos colectivos a priori inalienables. Ocurre que estos trogloditas, en un país acaso sutilizado por el retorno de un Estado central de éxito superlativo, apestan. Siente la gente del común hoy rechazo por tipos y por tipas que en su empecinado maltrato y pauperización a los otros, los que son manipulados por estos criminales de corte ortodoxo, carentes de toda conmiseración, e incompatibles con la alegría de vivir, que son los que verdaderamente quedaron en el fondo del derrumbe, así sintonizados con la muerte. Su permanente desprecio por las libertades individuales, su desprecio por los derechos completos de la población, legítimos derechos, que intentan como autómatas cada día violar, marca la diferencia entre los que a salvo están en los terrenos fértiles, o lugares abstractos de colectivización, con aquellos obstinados en habitar los suelos infértiles de mefíticos ambientes, también abstractos, donde las seguridades están ausentes. Los trogloditas, en su normalidad, quedaron sepultados.
En síntesis, hay un contrato del que ya no se bajará la especie. Los mineros atrapados, y después sacados de ahí, sintetizan el acontecer evolutivo. La evolución, se asienta en un movimiento sostenido, que va corrigiendo los defectos de la vida humana en la antigüedad, de tiempos remotos. Esa antigüedad estaba carente de la experimentación y la depuración poca o mucha que los siglos ahora ya transcurridos le dieron. Y esa antigüedad pues, por lógica, no pudo reparar esos defectos, porque para eso está el curso de los siglos, pero más que nada, la sucesión de las Edades. Empero es obvio que no se establece aun la restauración. La comprensión estriba en que hoy somos una antigüedad, de futuros anhelados, creo yo mucho más cercanos que los futuros que se soñaban antes de que se construyese la gran muralla de fronteras en China. Pero volviendo al punto, evolución quizá sea el standard de poner a salvo más presto, y mejor, si en ese acto además se prestigia, libera y complace, a los criados en situación desfavorable, cuando estos últimos han trascendido el riesgo de ser dirigidos por los inculcadores del odio, y se han puesto ellos mismos a defender lo que es a favor propio.

Y quiero extrapolar estas cosas, añadiendo el caso de Lucio Cornelio Sila, dictador romano, muerto en el 78 de la Era precedente, poco después de dimitir. Se había hecho Cónsul en el año 88 ac. Llegó habiendo obtenido antes el mando del partido aristocrático, volviéndose después dueño de Roma y de Italia. Proscribió a sus enemigos, y revisó la Constitución romana en sentido favorable al senado. Pero lo más importante es que Sila fue el responsable de un gran ultraje. Se conoce que fue descollante el quehacer industrioso de los etruscos en la vieja península. Ellos hicieron grabados en piedra, fundiciones de bronce, cincelado, joyería. Trabajaron en oro y en plata. Fabricaron incluso las mejores sillas curules, sí, y carros y armaduras. También espejos cóncavos de bronce, y objetos llamados urnas místicas. Hasta que Sila, el dictador Lucio Cornelio Sila, empezó a destruir pueblo y obra etruscos. Hizo matar a etruscos de fuste en diversas disciplinas. No debemos olvidar, proponiendo aquí una pausa, que la Etruria que fue, es la Toscana de hoy, cuya capital es Florencia, que mucho después de Etruria invisibilizarse como tal, fue la sede del conocimiento y las artes universales. En esa área Sila hizo abatir los monumentos, e hizo destruir libros. Proscribió a los etruscos eminentes. Y claro, fueron así entrando –en la Toscana-, las colonias romanas para apoyarse sobre despojos etruscos. Y se impuso allí el latín –clásico y/o vulgar-, lengua magnífica, pero borrando de a poco la local. Cualquier parecido con la realidad de siglos modernos es pura coincidencia.
Sila se encargó de difamar a los etruscos, que no fueron dioses, simplemente usurpados y abatidos, que tienen esa honra de los que han tenido que padecer la implantación colonial en su tierra.
Los romanos, antes, habían acudido a ellos en tiempo de los reyes, muchísimo antes claro, para solicitarles les construyeran los etruscos obras fundamentales, como la “loba del capitolio”. Y los etruscos se canalizaron el río Po y el río Arno. Ellos fueron los que construyeron –pues ambos pueblos convivieron en la Italia-, los muros exteriores del capitolio, y el parapeto del río Tíber. Incluso se sabe de un acueducto, a 40 palmos bajo el suelo –aunque estas métricas viejas son confusas-, descubierto en Roma en el siglo 18, y allí se observó que ni los quince siglos sin la mano del hombre sobre el acueducto, ni la ciudad que pesaba –y pesa- encima, le hicieron caer ni una sola piedra a esta obra etrusca. E hicieron muchísimas más.
Sila fue el perseguidor de la Ordo Ecuéster, que fue una unidad especial de caballería con caballos pagados con fondos públicos, y que contaban 18 centurias cuando los reyes dejaron el poder. Luego a estas centurias fijas, se agregaron los que tenían su propio animal, y a su coste lo mantenían. Sila fue un dictador insólito, originado en clase patricia. No conozco más de él, pero tengo la percepción de que él apareció como el tipo –Cónsul en este caso- decadente que venía a disolver la Mos Maiorum, o constitución no escrita, que a la letra quiere decir “Costumbres establecidas por los ancestros o antepasados.” Y creo pues que muy a posteriori, o quizá no tan lejos de la dimisión de este pariente de Cayo Julio César, mucho de lo que se decidió entre los magistrados, fue para reparar la retrogradación producida por Lucio Cornelio Sila.

En conclusión, trato de decir que nadie nunca pudo bancarse a estos trogloditas. Roma ostentó un sistema que es incapaz de agradarme o de resultarme valioso y confiable, pero es cierto que allí también, en la República, se luchó concientemente para vencer a los outsiders, que acostumbraron corroer hasta los fundamentos de una cultura que en todo país establece su mos maiorum, y quiere dedicarse a vivir.

*Escritor
  Asociación Desarrollo&Equidad

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