lunes, 5 de septiembre de 2011

EL ENEMIGO DE LOS SANTOS DEL OBRAJE


Por Gustavo Daniel Barrios*

         Había un viejo muy sordo, también, esa madrugada fría en la calle Baigorria, esperando el bondi que desde allí, lejos de aquí, se internase hasta el sudeste nuestro. Viaje largo, y una vez arriba del ómnibus el sordo, que era pelado, se sentó un asiento más adelante, y a mí me tocó cargar con el otro viejo, en el último asiento doble. Este oía bien. Ya conversábamos en la parada y lo seguimos haciendo arriba. Delfino pronto empezó a hablarme; se trataba de un tema épico pero no para él: La Forestal.        
Dijo que era oriundo de Villa Ana, Santa Fe, área del epicentro y de un triángulo que se formaba con Tartagal y Villa Guillermina donde funcionaba la Companía Británica. Este hombre cuenta que se vino aquí a Rosario a los trece años a estudiar, y se quedó aunque vuelve constantemente o volvía al menos hasta ese 2009 en que sucedió esta conversación, a su Villa Ana natal. Incluso él resulta ser nieto de un constructor de la planta, proximidad al conocimiento del tema que aumentaría su desvergüenza. Aquí Delfino se formó como biólogo, y también se terminó de formar como tenista, pero a nivel de lo amateur; cuenta que había jugado mucho con Ladeveze, un nombre que sonaba por ahí ciertamente.
         Delfino altera la diafanidad declarando que nada de lo expresado en la cantata La Forestal era cierto. Absolutamente nada. Agregó además que en 2001 había escrito él un libro en desagravio de la Compañía Británica, llamado “Lo que no se dijo de La Forestal”, e incluso consiguió que el hoy fallecido Nicolás Zinni, el historiador, se lo vendiera en la esquina de su almacén literario, porque resulta que habían estudiado juntos en La Salle, de modo que el gordo Zinni le hizo la gauchada. Yo ahí lo empecé a manejar con cautela, para que dijera todo lo posible sobre el tema. El sordo estaba en su mundo, abajo habíamos hablado con él, pero como arriba del ómnibus ya no podíamos gritarle permaneció apartado.
         Claro, Delfino, y este no es un pseudónimo, que así se llamaba el viejo este, amplía su diatriba, y habla con primordial desprecio de el superior padre de la cantata La Forestal, el historiador, ensayista, poeta y abogado Gastón Gori, cuya real identidad fue Pedro Marangoni. Este hombre, había publicado en 1965 La Forestal, tragedia del quebracho colorado. Este documento fundamental, fue la base y la orientación, de la tremenda elucubración artística de Lima Quintana, Cánepa, Llopis, Lenski. Allí en el colectivo 107, Delfino le llamó “ese abogado esperanzino Gori, mentiroso”. Imaginaos.
         La obra de Gastón Gori, no sólo le da sustento valiosísimo a la cantata, sino que expresa muchísimo más que la misma. Si la cantata da cuenta del genocidio, y también de las huelgas, el libro relata lo que había empezado negociándose en lo referido a las tierras del posterior obraje, ya en el siglo 19. El caso La Forestal, es uno de los más impresionantes emblemas del sometimiento, saqueo y destrucción imperialista perpetrado en territorio sudamericano. La cantata sólo narró la última parte de todo eso, y lo narró bien.
         El tipo este, Delfino, sacó incluso una foto que guardaba en una cartera o agenda, de 1926 Villa Ana, debió ser una reproducción fotográfica, mostrándome un prolijo complejo habitacional, y decía que la realidad de aquella zona fue el progreso y ninguna explotación. Estaba incluso en desarmonía con los diarios La Capital y El Litoral, reservorios conservadores que toman en aquella época partido por los obreros y la huelga, ya que se propagó tan claramente la información, que tomó estado público nacional, con movilizaciones. Los artículos de los periódicos narraban lo que se ubica en términos de trabajo esclavo, como este año se descubre aquí en la pampa húmeda, pero en una proporción muchísimo mayor. La “Liga patriótica Argentina” de Manuel Carlés, a sueldo de la Compañía inglesa y aumentando su poderío con criminales extraídos de las cárceles, se constituyó en policía de fábricas para matar, incendiar y violar, porque en cierto momento la incentivada policía provincial ya no les servía para eso. En fin “La Forestal”.

         Hoy se hace necesario inhumarlo a Delfino, es decir a este símbolo que representa este biólogo oriundo de Villa Ana, porque creo que en síntesis, estamos inhumando a estos símbolos vivientes, o muertos vivos. ¿Qué consideraciones me vertería si yo lo interrogase por Hebe de Bonafini, o por Milagro Sala, o por aquella mujer que se emancipó de la Varsovia y que se llamó Raquél Liberman? ¿Y si lo interrogase sobre el cementerio misterioso que está en Paganini, donde descansan las putas judías sin religión? ¿Qué me diría sobre ellas? ¿Qué clase de opiniones deslizaría este hombre capaz de sostener que los compañeros muertos en el septenio de oscuridad que fue el “proceso”, viven en Europa? Porque estoy seguro que Delfino bien pudiera sostener esto último. La misma raza de Murdoch, de Cavallo, de Bulrich, y de los que actúan en las sombras más a la sombra que estos, los que seguimos inhumando.
         La cantata La Forestal nos conduce a un entramado de la nación que se devela como no podíamos imaginarlo antes. Enrique Llopis es un caso notable. Su voz impresa en la prodigiosa obra musical, su calidad interpretativa, su figura mesiánica, lo hicieron un elegido a finales de los ochenta. A esa rara nación de la que nunca seremos connaturales, llega un día Enrique Llopis. O a su proximidad. Allá por 1984, aproximadamente, Llopis conoce a Guadalupe Noble, la hija de Roberto Noble con una mujer que es anterior a su unión con Ernestina Laura. Un día Enrique y Guadalupe se casan, y tienen una hija. Pero la tan curiosa cuestión, es que este estandarte de la causa latinoamericana, que aunque estuviese en un partido inapropiado era un fortísimo referente de la centro izquierda, años después de unirse a Guadalupe Noble, quien es evidente que tuvo vinculación social con Héctor Magneto y Ernestina Herrera, no sólo a través de un litigio, sino socialmente y hasta familiarmente vinculados, luego de esa proximidad con ellos un día Llopis sorprende pasándose sin complejos, al bando “menemista”. Qué inverso birlibirloque actúa en la Argentina de Delfino, que un día es capaz de chuparse a Enrique Llopis, de manera completamente legal. Es apenas una reflexión que todavía no se propone hallar respuesta.


         Y este drama, de todas las épocas del país, disparado en el colectivo 107, encuentra su parte culminante en el acto de contemplar la imagen del anciano Gastón Gori, si se accede a un álbum de los últimos años de su vida hasta morir. Gastón Gori, el abogado y escritor originario de Esperanza, se parecía a Dios. Para explicar esto hay que empezar diciendo que James Hilton, en una obra olvidada de la primera parte del siglo 20 retrata a Dios en la prosa de su libro Lost Horizons. Este escritor consigue retratarlo al hacer la pintura literaria invaluable del Rex Excelsior de Shamballáh, o la ciudad “celeste” de los Himalayas. Hilton retrata a Dios y años más tarde alguien plasma esa pintura literaria en un filme. De esa imagen en blanco y negro que no permite dormir fácilmente a quien la ve, Gastón Gori es un gemelo perfecto. Genera un goce único verificar la semejanza. Y si Gastón Gori se parecía a Dios, tal vez esto pueda glosar la imposibilidad de aceptar la verdad y la justicia de su abordaje sobre La Forestal, que es un tema clave porque a través de su memoria comprendemos que el futuro del cono sur es uno que llegue antes derrotando a los usurpadores hechos de tan mala fariña. En los tiempos que pretendemos idos y estamos inhumando, ellos resisten a los que portaron el mensaje, la cosa pasa por ahí.

*Escritor
  Integrante del centro de Estudios Populares

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