viernes, 23 de septiembre de 2011

DESCOLONIZACIÓN DE AMÉRICA LATINA

Por Carlos Raimundi*

El Banco del Sur, al cual acaba de adherir por ley nuestro país, se inscribe en este proceso de autonomía y descolonización. Forma parte de un conjunto de decisiones políticas, económicas y culturales que le dan consistencia.
El mundo tiene casi 7000 millones de habitantes.” O, mejor dicho, en el mundo habitamos casi 7000 millones de seres humanos, quienes, por esa sola condición, tenemos derecho de vivir con dignidad. Entre ellos, 4500 de seres humanos viven bajo la línea de pobreza. Y más de 1200 millones padecen hambre.

El día de su nacimiento, cada una de esas personas era –ontológicamente– igual a mis hijos, que –por comparación– han tenido el privilegio de haber estado bien nutridos, haber sido vacunados apropiadamente e ir a la escuela. El pensamiento de derecha dirá que esa desigualdad está inscripta en la naturaleza misma. Dirá que es la sabia “mano invisible” del mercado, quien se encargará de decir cuáles de esas personas son las más aptas para desenvolverse en la vida, y aquellas que no lo son, será porque no han querido trabajar, y “no tengo por qué mantener su vagancia con mis impuestos”.

Nuestro pensamiento sostiene, en cambio, que las diferencias entre los niños que han sido alimentados, vacunados y educados y los que padecen hambre deriva de los erróneos caminos que han tomado las políticas de diferentes países del mundo, de un sistema económico y cultural de acumulación desenfrenada que es el capitalismo tal cual lo vivimos, y que son, precisamente, la política y el Estado, los encargados de mitigarlas.

Sin embargo, la colonización cultural de gran parte de la Humanidad da por sentada la naturalidad de estos hechos, y recién pone en palabra la noción de “crisis”, no cuando un niño o una niña padece hambre, sino cuando un martes “negro” de septiembre de 2008 cayó el grupo Lehman Brothers.

Precisamente, esa noción de crisis es un signo más de la colonización de sentido a la que hemos sido sometidos, y de la cual América Latina está tratando de salir. La “crisis” se desata con el estallido de una burbuja inmobiliaria que deja a miles de personas sin su casa. Mientras que su origen podemos buscarlo en ese perverso proceso del capitalismo financiero que causó guerras, invasiones y muertes a fin de no ser regulado por los Estados y las políticas públicas. Y generó –artificialmente– colosales riquezas a partir de transacciones puramente financieras, a expensas del universo de la producción, el trabajo y el comercio de bienes, propios de la economía real que desarrolla a los pueblos. A partir de su caída, esos mismos grupos financieros piden a gritos que el Estado los salve, apelando a los recursos de la Reserva Federal (el “Banco Central” de los EE UU, que, por lo visto, no era tan “independiente”). ¿De quién son esos recursos? De la misma gente a la que esos grupos le quitaban sus casas.

Una pregunta clave para este desarrollo es: ¿han hecho las cadenas de medios esta interpretación tan simple de la crisis? ¿O han buscado una interpretación tal que los pueblos de los EE UU y Europa acepten, pese a algunas protestas, los feroces ajustes que están sufriendo? Ajustes hechos con sus propios recursos, con el objeto de “salvar” al propio sistema que los ha causado.

No puedo dejar de lado en este análisis que para extender ese sistema a sangre y fuego en todo el mundo, y para sostener su liderazgo ecuménico, los EE UU han elevado su presupuesto militar a tal punto que supera la suma de los presupuestos militares de todos los demás Estados “soberanos” del planeta, desfinanciando, de ese modo, las políticas sociales de su pueblo.

Es precisamente a un poder de tal envergadura que el coraje y la visión estratégica de algunos líderes latinoamericanos, encabezados por Lula, Chávez y Néstor Kirchner, dijeron NO, en la Cumbre de las Américas de noviembre de 2005, en Mar del Plata. Y comenzaron a retomar, a partir de allí, el áspero camino de la autonomía y la descolonización.

¿Qué hubiera sido de América Latina, si en aquella reunión se hubiera aceptado el ALCA, atando nuestra suerte a la del capitalismo financiero de los países centrales? ¿Qué sería hoy de la Argentina si, consecuente con esa autonomía, no hubiera recuperado el manejo estatal de los recursos previsionales, dejándolos librados a la suerte de las bolsas que hoy se desploman?

El Banco del Sur, al cual acaba de adherir por ley nuestro país, se inscribe en este proceso de autonomía y descolonización. A diferencia de otros momentos, no se trata de un acto voluntarista reducido a expresar nuestro histórico “sueño bolivariano”, sino que forma parte de un conjunto de decisiones políticas, económicas y culturales, que le dan consistencia.

Un conjunto de decisiones como la fortaleza de la Unasur para defender los gobiernos populares de Paraguay, Bolivia y Ecuador de sendos intentos de golpe. Para encauzar pacíficamente un grave conflicto, como el que tuvo lugar cuando el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, violó la soberanía aérea de Ecuador.

Un conjunto de decisiones históricas, como el Consejo de Defensa Regional, que en lugar de situar a nuestras fuerzas armadas en el tradicional plano del despliegue de armamentos, las involucra en la protección de nuestros recursos naturales en áreas estratégicas como la Amazonia para la biodiversidad, la zona andina para los minerales, el área del Plata para el agua potable, y el Atlántico para el petróleo. O como el desarrollo de obras de infraestructura para el aprovechamiento de esos mismos recursos para nuestro progreso, en remplazo de largos siglos de depredación.

Un conjunto de decisiones económicas como el desendeudamiento, la acumulación de reservas, la coordinación de políticas monetarias, el alejamiento progresivo del dólar como moneda central de nuestras transacciones intrazona.

Consecuentes con su reclamo de cambio en los organismos financieros multilaterales como el FMI y el Banco Mundial, los países de la Unasur han organizado el Banco del Sur bajo tres parámetros tan novedosos como democratizadores. La integración de capital será directamente proporcional a la riqueza del aportante; el acceso al crédito será, en cambio, inversamente proporcional a esa riqueza; y “un país, un voto”, sin tener en cuenta su tamaño.

Pero más allá de sus estatutos, se trata de una nueva decisión histórica, que busca encarar nuestro futuro sin el tutelaje que sucesivamente ejercieron los imperios, primero el de la península ibérica, luego el británico y más tarde el estadounidense, y que convirtieron a una América Latina naturalmente rica en la región socialmente más desigual.

El hecho de ser contemporáneos de una etapa como la que vive América Latina nos tienta, a primera vista, a perder la perspectiva de su dimensión histórica. No perdamos dicha perspectiva, defendamos este presente, para que los derechos ciudadanos que derivan de él, transformen estas construcciones en irreversibles.<

*Publicado en Tiempo Argentino

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