sábado, 6 de febrero de 2010

SISTEMAS PRODUCTIVOS

LA AGRESIÓN DE LOS AGROQUÍMICOS
El modelo productivo agrario aplicado desde hace décadas en nuestro País es, y todos lo sabemos, altamente contradictorio en sus resultados. Si sólo nos interesamos por el aspecto económico, aparece a simple vista como extraordinariamente exitoso, viendo las enormes rentabilidades y los volúmenes producidos. Así, presenciamos un notable incremento de superficie cultivada con soja, que para el período 2009-2010 se preveía en alrededor de 19 millones de hectáreas, siendo que en el período 2007-2008 la superficie para esta oleaginosa llegó a los 17, 5 millones de hectáreas, y todo esto desplazando a los tradicionales cultivos de trigo y maíz. Esto es un claro indicio de los profundos cambios que han sufrido los sistemas productivos en nuestro territorio, por la aplicación de las tecnologías basadas en la utilización de semillas modificadas genéticamente y sus imprescindibles herbicidas. Es en base a estos procesos productivos agrarios de características industriales que se obtienen los impresionantes rindes y rentabilidades que mencionamos.
Pero: ¿Quiénes son los beneficiados por la aplicación de este sistema productivo? ¿Cómo se distribuye esa riqueza generada? ¿Cual es la cantidad de trabajadores que han sido expulsados de la actividad por la aplicación de los actuales sistemas productivos? ¿Cuantos pueblos han casi desaparecido por la emigración de esos trabajadores?
Los que aparecen como los mayores beneficiados, los poderosos grupos transnacionales productores de semillas y agroquímicos, los grandes exportadores y los grandes propietarios de tierras, no demuestran tener otro objetivo que continuar elevando la ya enorme rentabilidad que obtienen por la aplicación de estos procesos productivos. Muy lejos parecen estar de preocuparse por la “alimentación mundial”, a la que siempre se alude para defender el sistema creado con el aparente único fin de apoderarse de las enormes ganancias que por él se generan.
¿Qué actitud debiera esperarse de este “agro-poder” respecto de los potenciales o reales perjuicios a la salud humana y al ambiente en general producidos por el uso y abuso de agroquímicos y semillas transgénicas? Al menos no negar lo palpable, lo visible y hasta lo probado. No hablar de inocuidad, a pesar de los centenares de casos de afecciones que la población viene sufriendo. No despreciar el encomiable trabajo de los científicos investigadores, cuando nos advierten de los peligros a los que estamos sometidos por efecto de la aplicación de estos sistemas.
En este punto será bueno, para abordar mejor esta temática, lograr una distancia, una distancia de prácticamente 9.000 Km., la distancia entre Argentina y la hermana Colombia. Allí, a comienzos de la década de los ´90, se implementó el llamado Plan Colombia con el supuesto objetivo de luchar contra el narcotráfico. No es intención nuestra inmiscuirnos en un conflicto de las proporciones del conflicto colombiano que ya lleva décadas, pero sí tocar uno de sus aspectos más polémicos, el uso como estrategia de fumigaciones aéreas para erradicar cultivos de coca. Lo concreto es que al tratarse de una operación militar a gran escala, se fumiga sin límites con herbicidas como el glifosato, es decir que este producto es usado como un arma de guerra. Y sus consecuencias hace rato que han sobrepasado las fronteras de Colombia para tener consecuencias también sobre territorio ecuatoriano, lo que ha llevado al deterioro de las relaciones entre ambos países.
Cuando hablamos de consecuencias hablamos de destrucción del medio ambiente, porque el producto utilizado no solamente mata los cultivos de coca, sino que también afecta a cualquier otro cultivo, los que están relacionados con la agricultura familiar de modestos núcleos sociales que ven perder sus magras cosechas de hortalizas y frutas. También los animales de granja, salvajes y fauna ictícola son afectados primero y diezmados después. Y el impacto sobre la población también se ha registrado a través de afecciones epidérmicas, pulmonares, de pérdidas de embarazos y deformaciones en recién nacidos. Y el producto utilizado en el Plan Colombia es el mismo que se vende en nuestras tierras y usado por nuestros productores, acompañando a la semilla modificada genéticamente.

Nadie con conciencia, entonces, puede dejar de lado las advertencias de los científicos que previenen sobre los potenciales peligros del uso indiscriminado de agroquímicos. La “seguridad alimentaria”, esa frase tan escuchada en los últimos tiempos, no es sólo una expresión que aluda al derecho al acceso a los alimentos por toda la población, sino también a la calidad de los procesos productivos que dan origen a esos alimentos que recibe. Y es a través de los alimentos que nuestro Pueblo viene siendo expuesto a males que no pueden menospreciarse, originados en esos antinaturales métodos productivos.
Tampoco puede soslayarse la afectación a nuestro suelo. El más importante de nuestros recursos naturales viene siendo esquilmado desde hace décadas mediante la extracción de sus más vitales nutrientes. ¿Cuál será el costo de semejante apropiación? ¿Cuál será el futuro de esas tierras? ¿Tendrán futuro? ¿Hay dinero en el mundo que pueda pagar los miles de años de formación de esa capa fértil que estamos dilapidando?
Tan importante como el suelo, otro de los recursos invalorables como el agua, es víctima del abuso contaminante que los actuales sistemas generan. ¿Cómo se recuperará el agua transferida al exterior a través de las materias primas que se exportan, producidas en nuestro suelo y aprovechando nuestras aguas? Tenemos la fortuna de poseer enormes reservas de agua dulce en nuestro territorio, pero esto es absolutamente menospreciado en nombre de la rentabilidad creciente e inmediata, infiltrando nuestros subsuelos con productos cuya acumulación en el tiempo terminarán inutilizando esa riqueza insustituible.
Es hora de comprender definitivamente que la producción agropecuaria no debe verse sólo como una oportunidad de hacer “buenos negocios”. Todos los actores que participan en los procesos productivos tienen una gran responsabilidad, puesto que de sus actitudes depende la vida futura de nuestra Sociedad. Esas actitudes no pueden dejarse al libre albedrío de los intereses del “mercado”. El Estado debe hacerse cargo de establecer las pautas y los límites, imprescindibles para asegurar rentabilidades justas, priorizando la protección del ambiente y la salud humana. Deberán aplicarse nuevos sistemas productivos, basados en criterios de protección ecológica, con diversificación de la producción, con promoción de la inserción de cada vez más familias en la actividad rural, con mayor capacitación, generando una más justa distribución de las tierras y combatiendo la concentración.
El uso indiscriminado y creciente de agroquímicos se está transformando en una agresión. Lo está siendo para el ambiente y también para los productores, sus familias y toda la población relacionada con el agro. Pero sobre todo implica hacer insostenible el futuro. Son nuestros descendientes los que sufrirán las consecuencias que pueden derivarse de la avaricia incontrolada de los actuales “dueños” de la economía. No alcanza ya con establecer “límites aceptables” a la contaminación. No es lógico aceptar como válidos esos límites derivados de la necesidad de disimular ante la población una verdad que explotará cuando ya nada pueda hacerse para revertirlo.
Es el momento de comenzar, sin más dilaciones, a pergeñar y adoptar modelos productivos basados en la utilización de los avances de la tecnología y el conocimiento pero con base en la sustentabilidad ambiental. Es falso afirmar que no se puedan producir alimentos si no se utilizan los actuales métodos rentísticos. Sólo que para hacerlo, se deben fijar otros paradigmas. No deberá ser la rentabilidad el norte de los nuevos sistemas productivos, sino la posibilidad de asegurar una vida sana y digna para todos los habitantes. Deberá hacerse con el desarrollo combinado de métodos conservacionistas con equilibrio biológico, acompañado con el uso de las más modernas tecnologías posibles, interactuando dinámicamente con el ambiente y disminuyendo al mínimo o eliminando la necesidad de insumos sintéticos químicos.
Es preciso, en definitiva, promover una nueva cultura agraria y ambiental, a través de la aplicación de sistemas ecológicos, sustentables, renovadores y salvaguardas de la vida de los actuales habitantes y, lo más importante, de la vida de nuestros hijos.
Prof. Claudia Saldaña
Diputada Provincial
Ponencia ante la Jornada sobre agroquímicos del 9/9/09

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