Se suele decir que el que calla, otorga razón a su interlocutor. Sin embargo, hay veces que el callar le quita a ese contrincante el poder que desea manifestar con sus dichos. Es el caso de los perversos narcisistas, aquellos psicópatas que necesitan de la atención permanente de quienes les rodean, que aumentan sus ya desbordadas “autoestimas” con cada “retruque” del ocasional adversario sobre sus expresiones. La continuidad de las respuestas a cada una de las manifestaciones de semejantes personajes, no hace sino generar una mayor dominación de éstos sobre quienes les adversan y sobre quienes observan desde afuera estas discusiones.
La violencia forma parte de las formas de relacionamiento de los perversos con los demás, la cual no siempre se presenta en forma física. De ahí que sus lenguajes y modos expresivos son particularmente hirientes, especialmente denigrantes de las capacidades y valores de sus oponentes. Sus necesidades de figuración y superioridad los impulsan a corroer los sentidos y las razones, para disolver los criterios que se le puedan manifestar para contrarrestar a sus dichos y hechos. Todas estas características, según los especialistas en psiquiatría y psicología, no emanan de un trastorno psiquiátrico, sino de una racionalidad fría e incapacidad para considerar a los demás como seres humanos.
La cuestión es, entonces, cómo quitarles poder a estos autoempoderados. La duda pasa por descubrir los mecanismos que permitan diluir sus influencias sobre quienes les rodean, para acabar con sus capacidades exacerbadas por la atención que se les prodiga. Así se llega a la conclusión del comienzo, la de callar frente a sus dichos, la de ignorarlo como método de anulación de sus influencias en nosotros. El poder del silencio podría resultar, en estos casos, particularmente efectivo.
Entonces, Argentina. Entonces, una actualidad atravesada por el ascenso al poder político de un ser que manifiesta con crudeza su perversión. Y una sociedad que observa con ¿estupor?, ¿fascinación?, ¿admiración?, toda la crueldad, la obscenidad, el desprecio, puestos al servicio de la anulación de derechos, de la destrucción del Estado, de la persecución a sus adversarios. Todos hechos verificables por cada ciudadano cotidianamente, pero negados por muchos y despreciadas sus causas por otros. Todo realizado con el apoyo de sus titiriteros fundamentales, los poderosos propietarios del poder económico-financiero (tan perversos como su títere de ocasión), a quienes nunca les importó ni les importa otra cosa que la elevación de sus ganancias fraudulentas a costa de la pauperización de la inmensa mayoría de la población.
Peor que todo eso, ya de por sí demasiado revulsivo, es la actitud de sus adversarios ideológicos. Lejos de caracterizar como se debe a semejante “prodigio” de la maldad exacerbada, separados de la comprensión del manejo de tales circunstancias y de tal individuo, actuan como si se tratara de un igual, de otro simple “oponente” político. Y le contestan cada una de sus brutalidades semánticas, les retrucan cada despiadada expresión de sus crueldades, intentando “hacerle comprender” una realidad de la que semejante personaje nunca abreva.
Le “asfaltan” el camino a la continuidad de su dominio social. Le facilitan el acrecentamiento de sus influencias sobre los embrutecidos miembros de una sociedad a la que se les inyecta cada día la poción del veneno de la mentira y la ignorancia. Le aseguran la permanencia en un lugar al que nunca pudiera haber accedido si otras formas de comunicación hubieran prevalecido en otros tiempos, si la valentía hubiera sido la vara de la acción política antes del surgimiento de este esperpento, nacido al calor de la mediática transgresora de las leyes y los valores éticos.
Se necesitan cambios drásticos en los discursos opositores de esta miserable condición nacional. Se precisan hombres y mujeres que se asuman de verdad como absolutos enemigos de semejante irracionalidad. Hacen falta líderes que le hablen a su Pueblo, no a los perversos que intentan acabar con él. Se requieren palabras y hechos que disuelvan las falsas diferencias entre parecidos y acaben con las diatribas cobardes entre integrantes de una misma fuerza popular, prestos para recorrer el camino plagado de adversidades sembradas por quienes asumen las decisiones en nombre de un poderío que debe ser destruído de raíz, arrancado de las manos genocidas de generaciones de argentinos, ahora además, mediatizado por un perverso incapaz de aceptar la existencia de los otros.
Y los otros, somos nosotros.
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