miércoles, 1 de febrero de 2023

LAS REDES DE LA BRUTALIDAD

Imagen de "La Voz de Almería"
Por Roberto Marra

Las publicaciones en Twitter, los comentarios en Facebook, las opiniones sobre las notas de los periódicos, son la muestra más acabada, el dechado más evidente de vileza que atraviesa a sus autores. Desprecios, burlas, “cancherismo”, vulgaridades, insultos, grandilocuencias, odios, son la moneda corriente con la que pagan las apreciaciones que cualquiera publique en estas redes. Miradas de ombligo prevalecen por sobre el reconocimiento de los probables valores ajenos. Vómitos de palabreríos intentan reducir a la nada los criterios expresados, reduciendo a cero la fantasía del debate de ideas que pudiera desarrollarse si la brutalidad no le ganase siempre a la razón.

No nacen de la nada esas bestialidades escritas con tanta pasión, digna de otros objetivos, si sus autores comprendieran el significado de sus palabras. Son la sumatoria de décadas de “enseñanzas” mediáticas, donde la promoción de la ignorancia y la exaltación de la brutalidad han sido su mayor esfuerzo. Son también, paradójicamente, el resultado de un sistema educativo maltratado, intrusado por el clasismo y la aporofobia, liderado por ministros más preocupados por cerrar las cuentas que por generar las condiciones de acceso igualitario al desarrollo cognitivo del alumnado.

No resulta fácil enfrentar semejante condición comunicacional, cuando el sistema está dominado por tan pocos actores, espantosos multimillonarios dedicados a extraer datos que les sean útiles para profundizar la expoliación de los inermes habitantes de las redes. El dominio de los algoritmos hace casi imposible contraponerse a semejante poder. La aplicación de metodologías perversas, llevan a la degradación cultural y la exacerbación de los ánimos negativos, promovidos por los poderosos como técnica de dominación.

La ilusión de “estar conectados”, suprime la auténtica comunicación. Más y más “amigos” que ni sabemos quienes son, no aseguran compañía en nuestras consideraciones publicadas. Decenas de “me gusta” no indican comprensión de lo expresado ni seguro acompañamiento de lo propuesto. El impulso a contestar cualquier mensaje no es directamente proporcional al interés real que pudiera despertar. Todo está atravesado por necesidades que no se necesitan y sobreactuaciones de las auténticas afinidades, inducidas por los algoritmos que sólo benefician a los dueños de las corporaciones comunicacionales.

Nos hablan de la hiperconectividad como destino. Nos advierten de la dominación del espacio-tiempo en un futuro cada vez más cercano. Nos avisan, disimuladamente o no, de sus planes para la continuidad de sus poderíos, sin importar los costos en vidas humanas y en naturalezas perdidas. Nos cuentan relatos de inclusiones digitales sin avisarnos de los abandonos de millones de personas al costado del camino de este desarrollo vertiginoso e inútil.

No es denostación de los sistemas comunicacionales. Es búsqueda de razonables metodologías para su aprovechamiento sin discriminaciones ni afectaciones a la condición humana. Es un intento de recuperación de los valores que supieron comandar lo que se consideraba ejemplar. Es la exploración en el pasado para encontrar las señales del futuro que necesitamos construir para convertirnos en buenos individuos y mejor sociedad. Es encontrar en el otro el motivo de nuestros esfuerzos, el destinatario de los mejores deseos, la complementación imprescindible de nuestras razones y el encuentro definitivo con la justicia y la solidaridad.

 

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