miércoles, 18 de enero de 2023

ESA BRUTA COSTUMBRE DE TALAR

Por Roberto Marra

Los niveles de desprecio hacia la voluntad popular no es privativo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La de Santa Fe no le va en zaga, cuestión que se nota (demasiado) en el caso de la construcción del nuevo edificio de los tribunales de Casilda. Para hacerlo, no tuvieron mejor idea que plantearlo en un espacio verde fundamental de esa ciudad, donde, para concretarlo, hace falta extraer árboles añosos de ese predio, lindero al mayor espacio verde que tiene la localidad.

La demostración de fuerza por parte de ese Poder, se puso de manifiesto a través de la represión a quienes se manifestaban oponiéndose a la tala, acompañada por la clásica presentación de un “estudio ambiental” que, casualmente, les daba la razón para hacerlo. Como todo tienen que ver con todo, “palos” a las cabezas de los que protestan por la tala y “corte” de árboles por decisón de la Corte, como su nombre lo invoca.

Se conjugan dos brutalidades: una, la de la elección de un lugar a sabiendas de lo que significa para la población del lugar, con la carga de tradición cultural que esos espacios recreativos significan y los valores ambientales que representan. La otra, la de los profesionales intervinientes en el proyecto, que aceptan sin más una acción depredatoria del ambiente urbano, demostrando la ínfima capacidad de comprensión del sentido y la razón de ser del planeamiento o, lo que sería peor, la exaltación del beneficio económico por sobre la dignidad de defender los principios que todo planificador debe priorizar: la calidad de vida de la ciudadanía.

Nada nuevo en nuestras ciudades, acostumbradas a ser degradadas permanentemente, en base a supuestos “beneficios” económicos que, seguramente, nunca llegarán. Todo normal para los supuestos representantes del Pueblo, envueltos en una coraza que los aleja de las necesidades mayoritarias y los acerca demasiado a los intereses de ciertas minorías poderosas, algunas enquistadas en los poderes públicos. Continuidad brutal de la incapacidad resolutiva de quienes eligen la política, esa extraordinaria actividad que debiera ser honrada con, al menos, escuchar a los mandantes antes que a las corporaciones dominantes.

La construcción de una sociedad más justa pasa también por generar una cultura ambiental que haga imposible este tipo de bestialidades, conducentes a la degradación de los espacios urbanos más requeridos por la población. Pasa por una labor educativa, pero antes por la correción de las decisiones que tomamos a la hora de poner nuestros votos en las urnas, generalmente precedidas por la influencia mediática que exalta las valores de ciertos personajes que terminan insultando la razón y destruyendo el patrimonio más necesario y elemental, el que nos otorga la posibilidad de seguir vivos, sólo por defender los intereses de un Poder Real que siempre tala. Árboles... y derechos sociales.

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