Por Roberto Marra
Si para algo es útil en política (y no sólo) conocer la historia, es para poder comprender las razones de las crisis que se presentan periódicamente. Y si esto es así, tal conocimiento debiera impedir la repetición de antiguos errores y evitar la caída en las trampas que colocan quienes adversan los procesos que se hayan querido emprender y consolidar. Comprendiendo aquellas circunstancias, elaboradas que hayan sido las razones y reconocidos sus actores, asumidos los desvíos de los objetivos como resultado de las inconsecuencias con la doctrina sostenida como base de las acciones que se pretendían concretar, se podrán señalar y asumir las responsabilidades individuales y colectivas, para poder retomar el camino del cual se haya desviado en su momento.
Sin embargo, como un “karma” permanente de los dirigentes (y de gran parte de la ciudadanía), la reiteración de los “tropiezos” parece formar parte de la evolución de los gobiernos populares. Como letanías de un pasado muy conocido, regresan las tomas de decisiones erradas, siempre en sentido opuesto a la voluntad y las necesidades populares. Vuelven las mismas piedras, en los mismos trayectos, colocadas por los mismos personajes siniestros, para hacernos caer en las redes de la desestabilización y la destrucción de la esperanza popular.
Imposible generar otros resultados, si para atacar los problemas se utilizan las mismas herramientas que ya fracasaron, se aplican la mismas medidas que en otros tiempos llevaron al abismo institucional y la muerte anticipada de los procesos de desarrollos pretendidos. Ridículo resulta considerar a los enemigos como simples adversarios circunstanciales, cuando de ellos provienen las embestidas financieras, económicas y políticas. Infantil posicionarse como ecuánimes ante las opciones que nos desafían. Insano no considerar el regreso a las fuentes doctrinarias como método infalible para comprender la realidad sin intermediarios interesados, ni cantos de sirenas que nos hundan en la oscuridad de la mentira programada por los eternos hacedores de todas nuestras desgracias.
Pero allí vamos ahora, no viendo como los “elefantes” del Poder Real nos rompen el “bazar” de los sueños. O lo que es peor, viéndolo, pero asumiendo medidas rancias por su origen y por sus resultados conocidos, para controlar el golpismo en marcha desde el mismo día en que asumiera este gobierno. Buscando “los consensos” para evitar las diatribas mediáticas que, por el contrario, se acentúan cada día. Ganándose el irrespeto de grandes sectores sociales, por posicionarse como repetidores de fórmulas gastadas por sus resultados harto conocidos, imponiendo medidas que profundizan los males que se pretenden combatir, haciendo añicos el pacto social asumido con un electorado que creyó y se resiste aún a dejar de hacerlo.
La sociedad bienintencionada sólo está esperando un gesto que le permita identificar que se esté regresando a las fuentes, a levantar otra vez las banderas pisoteadas por los enemigos del Pueblo, pero jamás arriadas. El pobrerío todavía está atento para escuchar la convocatoria imprescindible para actuar en consecuencia, para ganar la calle de la redención popular y colocar su verdad por encima de las pretensiones obscenas de los dueños de casi todo, menos de la moral.
Pero se necesita el llamado humilde del gobernante, la citación honesta de los líderes, las palabras consecuentes con las demandas mayoritarias, el grito corajudo que ordene las dispersiones y asuma su discurso unitario con la claridad que desate los nudos con que los traidores nos enredan. Y dejar de lado el inútil llamado a la coherencia democrática opositora, un reducto de malvivientes de la política y voceros de un Poder que nunca aceptará otras reglas que las propias. Esas que, por demanda de las necesidades impostergables de un Pueblo que no puede ya esperar ningún derrame, debemos cambiar de una vez y para siempre, haciendo un tajo profundo en nuestra historia de repeticiones sin sentido.
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