viernes, 8 de julio de 2022

LA CALLE ES LA SALIDA

Por Roberto Marra

Movilizarse para expresar necesidades, pretensiones, objetivos, descontentos, respaldos, o tantos otros motivos relacionados con la dignidad humana, con los derechos conculcados, con las aberraciones de los poderes institucionales o fácticos, es una forma legítima que tienen los pueblos para pretender ser escuchados. Después vendrá la etapa donde se verá si lo fueron y si eso se transforma en las respuestas esperadas. Pero una cosa será segura: la reunión masiva por metas comunes, hará sensibilizar a los concurrentes y a quienes lo observen desde fuera, les permitirá descubrir que sí existe un modo real de poner en marcha los deseos y necesidades populares, de construir la fuerza imprescindible que requiere empujar la realidad hacia el destino soñado, hacia el horizonte negado, hacia la utopía que promueve la pasión callejera por la conquista de un poder que se atreva a desafiar al que siempre nos adversa.

Resulta llamativo entonces, la falta de esa movilización en tiempos tan complejos para nuestra vida política. Especialmente cuando la coalición gobernante, de declamados propósitos de justicia social, pero encerrada en un laberinto de incongruencias con esos objetivos supremos, necesita como nunca de la manifestación masiva de los ciudadanos y ciudadanas que pretendan corregir los desvíos programáticos y recuperar la iniciativa.

Ahora, cuando la crisis autoprovocada colocó a sus dirigentes en la disyuntiva de la obstinación en los errores, o su corrección, hace falta como nunca la masiva respuesta popular. Sin embargo, los dirigentes no parecen mostrar esa vía como la necesaria medida respaldatoria para un relanzamiento del gobierno hacia una etapa de reconquista de los espacios ganados por los acechantes opositores. Refugiados en reuniones casi secretas, escondiendo los encuentros, esquivando el contacto con el Pueblo que, definitivamente, es el único al que le debe responder de sus actos, parece no recordar el origen de ese Movimiento que se generó desde la manifestación espontánea y masiva en las calles.

La excepción es, como resulta lógico por su superior envergadura de líder, Cristina. Donde vaya, hay Pueblo. Donde hable, miles la escucharán. Pero hace falta algo más que eso. Se requiere de una convocatoria desde ella misma, como expresión del sector más numeroso de este Frente, para movilizar a la militancia y a muchos más. Es imprescindible salir a manifestarse contra lo que no se esté haciendo bien y, al mismo tiempo, a favor de los objetivos primigenios de ese conglomerado de ilusiones incumplidas hasta el momento.

No existe otro método más poderoso que poner a consideración la fuerza popular ante el resto de la ciudadanía. Es el motor para la recuperación de la iniciativa, la muestra multitudinaria de la espalda de un gobierno que se ha conducido, hasta ahora, como si no contara con ella para tomar decisiones que afecten los intereses de un Poder Real que nunca cederá un ápice mediante esos inválidos intentos de diálogos de sordos.

Precios disparados, alimentos inalcanzables, postergaciones eternas de la dignidad de millones, todo por empecinamientos vanos en dejar de lado la fuerza incontenible que podrían proveerles los hombres y mujeres cohesionados detrás de quienes, sin eufemismos ni distracciones, les atiendan sus reclamos. Mientras, la “política de estudios de televisión” se ha transformado en la que parece ser la única manera de expresión de ese noble oficio de representar al Soberano. La consecuente reproducción de las peores diatribas e insultos será lo que sigue, hasta desmoralizar a los inermes observadores de los golpes mediáticos, contra los cuales nada se hace desde los atacados, como no sea publicar simples y burladas respuestas por las redes sociales.

Es hora de volver a las calles del empoderamiento popular. Es tiempo de convocarnos a evitar otra caída en las fauces del monstruo neoliberal ya desenmascarado. Ha llegado el momento de poner en juego la fuerza de las consciencias despertadas por la historia repetida de engaños y fracasos. Resulta impostergable darle una lección a los malditos herederos de la oligarquía más asqueante, hacer trizas sus monsergas odiadoras y desatar los nudos de la memoria colectiva, para convocar a reconstruir la vida que nos robaron, y alzar bien altas las banderas pisoteadas por tanto traidor apoltronado y tanta desidia al servicio del violento enemigo disfrazado de demócrata.

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