En Argentina, el 15,5% de los menores de 18 años sufrieron inseguridad alimentaria severa en el último año. Sufrieron hambre por falta de recursos : 2 millones de chicos/as. Hubo 4,5 millones de niños y adolescentes de entre 0 y 17 años que viven en hogares en los cuales, por problemas económicos, se redujo la cantidad de alimentos consumidos. La inseguridad alimentaria severa (que es sufrida por quienes en un período de 12 meses tuvieron situaciones en las que no pudieron satisfacer sus requerimientos de alimentos), afecta al 7% de los hogares (3 millones de personas). La inseguridad alimentaria moderada, afecta al 19% de los hogares (7,8 millones de personas). Y eso, sólo en Argentina. Imaginemos el resto del Mundo.
Hablemos ahora de “felices fiestas”. Sigamos ahora con las hipocresías de pantallas y redes sociales con sus “gifs” de felicidades consumistas. Hagamos, como siempre, caso omiso a lo evidente, para dejar de lado lo sustancial de esta fecha. Continuemos enviando mensajes de regocijo por un nuevo aniversario de la llegada al mundo de aquel que pregonaba el amor al prójimo como esencia de la fé que vino a tratar de generar en la humanidad, mientras se paran a nuestro lado los hambrientos de cada año, extendiendo sus manos vacías de panes y amores, mientras publicamos imágenes de nuestras suculentas comilonas.
Prosigamos con las viejas actitudes del desprecio clasista, ahondemos la brecha con los abandonados de toda la historia, dejemos volar la imaginación de la inexistencia del pobrerío, para quedarnos con la pequeña felicidad del regalo impuesto por las publicidades y las engañosas “ternuras” inventadas por la parafernalia “cocacolista” y papás noeles importados de un frío tan helado como el alma de sus fabricantes.
Mientras, escuchamos a los quejosos “libertarios” promoviendo la injusticia y la maldad antisocial como si estuvieran descubriendo el santo grial. O a los primates con ínfulas de “serios periodistas” intentando congelar la historia una y otra vez, traspolando eternamente sus desvaríos e incongruencias hacia un mar de idiotizados por centenares de miles de repeticiones de sus mensajes de odio asqueante. También a los autodenominados “políticos serios”, haciendo de altavoces de la embajada del horror planetario, consumiéndonos la vida a las mayorías, con diatribas y sentencias que sus pares tribunalicios les proveen con el fervor de los perversos.
En ese lodo putrefacto se crían nuestras almas, se embrutecen nuestros sentimientos, se evaporan nuestras morales. Consumistas compulsivos de cuanto esté al alcance de los bolsillos, se apiñan en las vidrieras de los modernos cambalaches para olvidarse de sus humanismos, para dejarse arrastrar por las arenas movedizas del placer de parecer lo que no se es, de subyugarse con riquezas aparentes y albedríos que no dominan. Pasan como zombies al lado de los abandonados, de los arrastrados a la fuerza hacia el hambre eterno o la desgracia de los narcóticos, intentando ignorar sus presencias recordatorias de la realidad que se mienten cada día.
Arriba, en las bambalinas de la verdad, detrás de la cortina de falsedades inducidas en las mentes denigradas de los ciudadanos de las democracias vacías, se regodean los mismos de siempre, los transgresores de todas las leyes, divinas y humanas, para seguir acumulando los oropeles de la indignidad, profundizar el escarnio de las mayorías y hacer cada vez más invivible el Mundo que han atrapado en sus redes de estigmas y dogmas. Santificados en falsas iglesias, comulgados por falsos curas, viven el paraíso que se supieron fabricar en la Tierra, burlando la fe y los rezos de quienes nunca alcanzarán siquiera un mínimo de dignidad, prometida siempre solo para después de sus muertes.
“Mala onda”, gritarán algunos. “El que no trabaja, es porque no quiere”, dirá algún taxista empedernidamente enemigo de los “populistas”. “Yo me lo gané trabajando”, se defenderá el empresario culposo de sus evasiones y plusvalías mal habidas. “Hemos encontrado un Estado desmantelado, y hará falta un gran sacrificio”, se prevendrán los politiqueros que no se animan a modificar un ápice las estructuras del Poder Real.
Pero la realidad seguirá ahí, golpeándonos la cara de la desvergüenza a cada minuto, empujándonos al vacío de una existencia sin humanidad, o al sacrificio inútil de miles de abnegados solidarios que intentan paliar tanta estulticia y malignidad. La “esperanza”, paradójicamente, sigue esperando. La “fe”, continúa sin redimir tanta desigualdad e incoherencia con sus principios dogmáticos. Y el amor al prójimo, queda tapado detrás del falso “espíritu navideño” de lucecitas de colores y arbolitos nevados, que nos hace repetir, casi sin pensarlo, ese latiguillo de... “feliz navidad”.
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