Por Roberto Marra
En esa entelequia en que se ha convertido el Poder Judicial en Argentina, ya nada puede sorprender. Los actos más aberrantes, por parte de los integrantes de mayor relevancia en ese ámbito, ya no parecen extraños. Las determinaciones de los jueces suelen estar cargadas, cada vez más, de intereses que nada tienen que ver con el tema sobre el cual deben dictar sus sentencias. Los fiscales que intentan hacer su trabajo cumpliendo con su función esencial, son perseguidos por personajes siniestros enquistados en otro poder, el político legislativo. Como frutilla de este postre amargo y envenenado, la Corte Suprema de la Nación se ha convertido en una especie de Hidra, ahora de sólo cuatro cabezas, que profundiza con pasión perversa la denigración del mandato constitucional que les ordena sus funciones.
Este sistema está sostenido por aquellos que, en realidad, son los verdaderos dueños de las decisiones que se toman en cualquier ámbito, otro monstruo con indeterminada cantidad de cabezas, pero con accionares de fatales consecuencias. Ese Poder Real, tan nombrado como inasible, es el que fija condiciones a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Lo puede hacer con la invalorable ayuda de una de sus patas fundamentales, el poder mediático hegemónico, constructor de “sentidos comunes” invariablemente direccionados a la sumisión de las mayorías y la subordinación de las autoridades que éstas hayan elegido entre pretendidas “democráticas” opciones.
¿Qué hacer ante esta realidad frustrante, esta tergiversación de la democracia, este sinsentido fagocitador de futuros y esperanzas populares? ¿Cómo debe actuar un gobierno de raigambre popular ante este ataque mortal para la prosperidad social, para la Soberanía política y la Independencia económica? ¿De qué manera, con cuales herramientas enfrentar semejante poderío, que además se sostiene en las determinaciones de un supra poder mundial que sobrevuela nuestras naciones empobrecidas con amenazas y retóricas que desculturizan y desmoralizan?
Se ha impuesto, casi como una “deidad” de la correción en la disputa política, la cuestión del “diálogo”, método que pretende encontrar puntos de encuentros entre posiciones opuestas. Pero tal cosa es, casi siempre, una maniobra dilatoria para vencer las resistencias de los gobiernos y obligarlos a dar marcha atrás en sus proyectos. Así, mientras se “dialoga”, los empresarios continúan aumentando sus precios, los exportadores dan rienda suelta a sus contrabandos, los financistas prosiguen fugando sus dólares, y así de seguido.
Por otra parte, en los últimos tiempos la mediática ha impuesto sus fórmulas “magicas”, junto a los “brujos” que se pretenden como brazos ejecutores de esas “prodigiosas” pócimas de brutalidad y odio. Sólo con esos aventureros detractores de la lucha social, les ha bastado para anular la voluntad de grandes sectores de la sociedad por cambiar sus desgraciados modos de sobrevidas.
Desarticulada la base social, embretada la conducción en mil maniobras destituyentes y/o anuladoras de sus voluntades de cambios reales, pareciera improbable vencer a semejante enemigo. Jueces de la suprema inconstitucionalidad, legislatura en minoría, funcionarios que funcionan poco o mal, resultan un cóctel de incongruencias demasiado letales para la ejecución de un auténtico plan de reconstrucción patriótica.
Tienta decir que la salida es por arriba. Pero arriba también están ellos, sobrevolando cualquier intento de evolucionar hacia mejores tiempos para las mayorías.
La voluntad de cambiar la realidad tiene en la valentía a su mejor aliada. La determinación basada en el más profundo convencimiento en las ideas que sostienen tales empeños, funge como poderoso reactivo para ejecutar las acciones que hagan posible su realización. El arma más poderosa de un gobierno popular es, justamente, su Pueblo empoderado, consciente y movilizado.
Ha llegado el tiempo de levantarse del letargo dialoguista, gritar con fuerza los objetivos primordiales, señalar los caminos irreductibles y avanzar con la “infantería” de la verdad, desatando sus nudos mediáticos, reformulando las maneras de comunicarla, haciendo trizas las paródicas puestas en escena de ese pornográfico escenario de mentiras y contubernios pseudo-judiciales. Es ahora cuando se necesita de más coraje, impregnado del sudor de la lucha popular y la sabiduría de los líderes más capaces, para convertirnos a todos en los “Hércules” capaces de cortar de un solo tajo todas las cabezas de la horrenda Hidra del Poder Real.
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