Por Roberto Marra
El planeta Tierra ha dado otra vuelta alrededor del Sol. En ese período que los humanos hemos denominado convencionalmente “año”, hemos experimentado, como siempre, las mil y una peripecias, individuales y colectivas. Las sociedades han sufrido las mismas o peores circunstancias a las que el anterior período solar les habían propinado, con el agregado mortal de una pandemia que ya cumple sus dos “añitos” haciendo estragos, profundizando las desigualdades y acrecentando las adversiones clasistas. Un tiempo en el que los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres aún. Un lapso durante el cual la extorsión de los poderosos y sus adláteres de la política y la “justicia”, han envilecido la acción de los gobiernos, han impedido y trabado soluciones, han profundizado la miserabilidad pre-existente y convertido a la sociedad en rehén de sus caprichos delictivos.
Las cifras apabullantes de muertos por la pandemia, equivalentes a las de varias guerras, poco y nada parecen hacer reflexionar a la población sobre la importancia de modificar un sistema creado para la única función que cumple con certeza: la especulación financiera y la concentración de la riqueza generada por todos. Las personas empujada al infierno de la migración “obligatoria”, por persecusiones, hambrunas o guerras, se han hundido (literalmente) en los mares de la navegación hacia una salvación imposible. África continúa sometida al escarnio del saqueo y la promoción de los conflictos que los saqueadores proveen de armas. El llamado convencionalmente “medio oriente”, sigue sometido al asedio del imperio y su gendarme local, reproduciendo la espiral de violencia necesaria para alimentar el negocio armamentístico y tratar de apoderarse de ese petróleo que siempre huele a muerte. Europa continúa intentando convencernos de ser el centro del Mundo, con sus ínfulas decadentes y sus pretendidas lecciones de “derechos humanos” a los gobiernos que no se alinean a sus invasiones empresariales devastadoras. Actúan a demanda de sus patrones ideológicos, el imperio yanqui, el cual decae pero no cae del todo, amenazando y violando soberanías, sometiendo por las armas o por “sanciones económicas” a sus eternos “caballitos de batalla”: Cuba, Venezuela, Nicaragua y cualquiera otra nación que se atreva a desobedecer sus órdenes de dueño del que continúan llamando, su “patio trasero”. Con la mirada fija en sus máximos oponentes mundiales, China y Rusia, desata andanadas de alarmas sobre supuestas intenciones de dominaciones planetarias de éstos oponentes ideológicos y económicos, justificativo predilecto para elevar las tensiones armamentísticas y el miedo permanente del Mundo a que se desate una guerra, esta vez, terminal.
Un panorama que pareciera imposible de superar, que cada año nos encuentra más hundidos en sus consecuencias negativas. Y, sin embargo, la humanidad porfía su utopía de vida y dignidad. Una y otra vez se levanta de sus cenizas y renueva su fe en otro panorama, donde la justicia deje de ser una palabra de escritorios leguleyos, donde el alimento termine sus días de encierro en lo anaqueles de la especulación y se distribuya con la equidad que reclama la razón de la supervivencia, donde el trabajo sea la única herramienta honesta para construir la vida familiar, donde la trascendencia más valorada sea la de dejar herencias de sabidurías que eleven la conciencia por sostener vivo al Planeta donde nacimos.
Reclamos sencillos iluminan los deseos de éste y de todos los fines de años. Deseos de felicidades pequeñas, pero elementales para mantener viva a la especie y a la palabra que la alimenta: el amor. Pretensiones humildes de las mayorías absolutas de postergados, de ninguneados, de empobrecidos, de miserabilizados. Copas de sidras baratas que una y otra vez brindan por la vida propia y ajena, dignificando a quienes lo hacen y empujando a los odiosos constructores de todas las desgracias al oscuro rincón de los odios que sostienen con tanta fruición. Que seguirán allí, retardando la historia y apañando los martirios cotidianos, pero que no podrán quitarnos jamás la alegria de la lucha por dejarlos cada vez más hundidos en su propio barro de miserias ideológicas, muertos, a pesar de sus derroches de vidas ajenas para el perentorio final que les espera.
Otra vuelta al Sol de la felicidad postergada, pero vuelta a desear. Otro giro anual entre derroches insensibles de incoherentes constructores de inequidades y necesidades insatisfechas de millones de subhumanizados. Otro período más en la larga pelea por el título mundial de todas las verdades, las que prometen los buenos y los malos, las que sólo cumplen los honestos hacedores de todo lo que vemos y tocamos, los dignos albañiles de la humana condición de pretender ser mejores, levantando las paredes de un nuevo Mundo con un nuevo Ser Humano, con la única argamasa que lo hará posible: la solidaridad.
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