martes, 30 de noviembre de 2021

LA POSTERGACIÓN INFINITA

Por Roberto Marra

Todo funcionario o líder político manifiesta sus premisas, sus opiniones y sus planes, a un imaginado interlocutor supuestamente representativo de la sociedad en su conjunto. Pero en sus palabras, en la forma en que se expresa, en los contenidos de la fraseología utilizada, subyacen siempre criterios emanados de la condición de la clase social a la que pertenece, se manifiestan (aún sin intención taxativa) la manera de ver y entender la constitución de los distintos sectores sociales y sus formas de participación en la realidad y su construcción cotidiana, desde tal condición.

Tal vez sea por ello que los planes de desarrollo, las medidas implementadas, las normas adoptadas, tengan, la mayoría de las veces, muy poco que ver con las necesidades de cierta parte de la ciudadanía que no es considerada tanto como otras. Y no es que no se las tenga en cuenta en la evaluación previa, ni que se las ignore como parte de los objetivos y las metas. Se trata más bien de una postergación, que se podría catalogar de incoherente con la realidad que sufren los integrantes de esos colectivos.

Quienes padecen hambre (literalmente), deben saciarla de inmediato. Esa obviedad, sin embargo, es pasada por alto en las planificaciones concretas de las medidas que se van adoptando para determinados desarrollos políticos. Sin embargo, suelen ser más las citas estadísticas, donde se miden las cantidades o porcentajes de pobres e indigentes, las que forman parte casi permanente de los discursos donde se plantean proyectos destinados a generar las condiciones para combatir tales aberraciones socio-económicas.

Entonces, se habla de ir bajando esos índices, de disminuir la indigencia en determinados plazos y reducir la pobreza en otros tantos. Pero la “indigencia” es mucho más que una “característica” medible por números. Es sinónimo de falta de alimentación, degradación social y espiritual, abandono escolar, carencia de hábitat digno, proliferación de enfermedades psico-físicas y tantas desgracias parecidas, que alteran irremediablemente la vida y el destino de esos compatriotas.

Enfrascados en la lucha macro-económica, en cerrar brechas con divisas infladas por la especulación de los poderosos, en la pelea con los usureros internacionales y los buitres financieros locales, los gobiernos suelen olvidar o, al menos, postergar ad infinitum las demandas de quienes ya ni demandan, por carecer de fuerzas para hacerlo. Antes se atenderán los requerimientos de alguna clase media con pretensiones de viajeros dolarizados, que llenar las ollas de los eternos postergados para otra ocasión. Antes se asentirá a lo pretendido por los cartelizados propietarios de la alimentación convertida en privilegio, sumándoles beneficios insostenibles. Primero se cubrirá lo demandado a través de los enemigos mediáticos, forma extorsiva que se traduce en más tiempo de espera para quienes yacen a la vera del camino de la derrota social.

El tiempo es el enemigo más feroz e implacable. Es el determinante de lo que se hace bien o mal. Es la medida de la responsabilidad social de quienes se asumen como representantes de TODA la sociedad a la hora de los votos. Es, también, el resultado fatal para millones de seres humanos que apenas están empezando a transitar eso que otros ven como “vida”, pero que a ellos les significa solo supervivencia. Las proteínas que no consumen, los nutrientes que no reciben, el agua que no consiguen con la facilidad debida, los frios y los calores extremos en los que habitan todo el tiempo, el barro y las excretas mezclados bajo sus pies del mismo color de tamaña inmundicia, son el caldo de cultivo de la miseria, algo más profundo todavía que la pobreza, del destino incierto o, peor aún, demasiado cierto: la esclavización del delito y la muerte temprana.

No son un número estadístico ni una foto de ocasión electoral. Tampoco el resultado del azar ni una decisión divina. Son la cruel muestra de la degradación humana, del abandono de la verdadera solidaridad, del dejar hacer a los que, hace demasiado, fabricaron las condiciones para que tal cosa sucediera. Son, también, la falta de comprensión de quienes no están en sus desgracias, del significado real de semejante oprobio social.

Terminar con esta recurrencia bicentenaria, debiera ser la meta de todo el Pueblo. Acabar con el poder de quienes consumaron y consuman cada día semejantes actos degradatorios de la condición humana, es el camino. Arrebatárselo, arrancar las raíces que lo alimentan y sentenciarlos al más oscuro de los rincones, sería la medida coherente con la construcción de la dignidad que les debemos a cada uno de los habitantes de ese submundo de la indigencia, ese maldito espacio social siempre postergado para el día después de mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario