Si hay un éxito político-cultural del neoliberalismo, es esa especie de “mojigatería” de los candidatos que dicen representar los intereses populares. Tal cosa se expresa en propuestas “descafeinadas”, un relato sin energía ni épica alguna, vaciado de contenido histórico y cultural. Discursos anodinos, expresados con voces calmas y tonos conciliatorios, hacen de sus presentaciones públicas un dechado de lugares comunes, siempre con la clara voluntad de atraer más a quienes no son parte del núcleo ideológico que manifiestan como suyo.
El resultado de tales formas de expresión político-discursivas, están a la vista de quien quiera verlo. Y en cualquier lugar del Mundo. Más aún, en Nuestra América. El desvanecimiento de las ideologías en esa especie de “niebla” propositiva, ha enviado a la derrota a más de un candidato que pretendiera exhibir posturas antagónicas con el Poder Real, pero “sin ofenderlo”. En ese sentido, las recientes elecciones en Chile y su comparación con las realizadas en Venezuela, nos permite analizar esta particularidad de las distintas maneras de encarar el discurso y la acción política concreta.
En el país que supiera generar un Salvador Allende en los años donde la palabra “revolución” todavía podía pronunciarse sin temor a ser tratado de “arcaico”, la tradición heredada del terror pinochetista ha ido conformando políticos poco proclives a la confrontación real con los enemigos del Pueblo. Es así que fueron surgiendo esos candidatos y esas canditadas tan faltos de enjundia y rebeldía, poco menos que marionetas del supra poder que parece encorsetarlos. Y por más posturas y miradas estudiadas para parecer firmes, no logran encubrir el temor a perder los favores de esos votantes que, además de abulia, manifiestan un profundo desprecio por cualquier tipo de cambio real.
Aún cuando no sea la única causa (nunca hay una sola), sí se trata de un elemento social de relevancia para entender el fracaso relativo de quien se presentara como una alternativa diferente al del statu quo chileno de los últimos treinta o más años. Hablar sin medias tintas, sin tapujos, sin temor a la estigmatización (que sobrevendrá igual), haría la diferencia a su favor, movería a la fe en sus dichos, generaría la esperanza de estar frente a un distinto. Pero ganó el miedo a perder ante la opinión publicada, tan perversa como en cada nación de nuestra Patria Grande, lista para acabar con cualquier intento de modificar un ápice la correlación de poderes.
Frente a este accionar pusilánime de esos candidatos, vemos como se manifiestan los planteos y las propuestas en la tierra de Bolívar. Al menos, los candidatos y el presidente de la República Bolivariana. Allí, se dice lo que se necesita para manifestar la ideología que los llevó a ejercer el poder político. Lo que los candidatos y el máximo líder actual manifiestan, es ni más ni menos que sus pensamientos relacionados con los objetivos superiores que se sostienen contra viento y marea. No se nota temor en sus palabras, no se ponen prevenciones sobre la mesa, no se resignan rebeldías ni metas superiores. Los discursos vacíos de contenido no son comunes. Las manifestaciones conciliatorias con los poderosos no son el eje de sus palabras. Más bien todo lo contrario, se invita al electorado a rebelerase contra sus enemigos cívicos, los hostigadores fabricantes de penurias y bloqueos.
La enseñanza es clara: se enfrenta al enemigo mortal de la democracia real y la justicia social, o se camina junto a él hacia el infierno de sus recetas miserables. Se dice lo que debe decirse sin tapujos, o se cae en la aberración de prometer lo mismo, pero con una pátina de buenos modales hacia los verdugos. Se habla de lo que debe hablarse para transformar la vida maltrecha de “los nadies”, o se establecen alianzas con el monstruo devorador de la dignidad popular. Se sale al campo de batalla a disputar de frente al electorado con las razones más honestas y transparentes, o se actúa como el cangrejo, retrocediendo ante las olas de los mentimedios y sus patrañas comunicacionales. Porque la cuestión es hacer pensar que otro mundo, es posible. Y la revolución, como dijera Rivera, es un sueño eterno, pero realizable.
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