viernes, 26 de noviembre de 2021

CONVICCIÓN PARA VENCER

Por Roberto Marra

La intranquilidad establecida por las amenazas destituyentes, el miedo a las acusaciones sin sostén jurídico, la turbación ante los improperios de los exaltados personajes de la parafernalia mediática antipopular, impiden el tránsito hacia nuevos estadíos sociales, interrumpe el desarrollo económico con equidad distributiva, anula la reproducción de la conciencia en las mayorías populares y destruye la fe en un futuro que se invisibiliza o se nubla con la cruel pátina de la mentira y el miedo.

Que “el amor vence al odio” suena muy bien, pero la realidad actual parece anular esa posibilidad, mediante la exacerbación del odio a límites nunca conocidos. La aversión al diferente, la catalogación de seres humanos como mercancías descartables, la soberbia de los que tienen demasiado frente a los que no poseen ni la mortaja para su muerte, convierten esa hermosa intención en letra muerta.

Los relatos almibarados, generados para ganar la confianza de las mayorías, se diluyen ante los ataques desaforados de los que tienen un casi infinito poder de difusión de sus artimañas odiosas. Las palabras suaves y con pretensiones tranquilizantes, son tapadas por la vocinglería del desprecio y la reacción sin sentido lógico, pero aceptado por millones. Ningún hecho es tomado como real, aún con la evidencia ante sus ojos. Nada que se proponga será aceptado como posible, antes destruído por las sinrazones voluminosas de los griteríos de pantallas y las letras de molde de la mentira escrita.

La “justicia” a pasado a ser sólo una versión televisiva de los tribunales, emitida en horario central y con las sanciones antes del ejercicio de la defensa. El asesinato de pibes indefensos es la manifestación procaz de la aplicación de un modelo de exterminio disfrazado de democracia y libertad de expresión. Las policías se han convertido, hace demasiado tiempo, en reducto de las mafias y salvaguardas de los intereses de los dueños de la economía y las finanzas ilegales.

Frente a tanta procacidad cambalachera, hace falta mucho más que discursos llamando a la concordia y “la unión de los argentinos”. Y, aunque se los haga, deben formar parte de una estrategia destinada a dar vuelta semejante despropósito social. Debe haber otra capacidad superadora de la timorata reacción tardía ante los atentados económicos, jurídicos, culturales y hasta étnicos a esta sociedad desilachada. Debe co-existir la firme mano tendida a los auténticos adversarios honestos (si es que existen), junto a la sanción ejemplar a los corruptos hacedores de la larga historia de injusticias padecidas por nuestro Pueblo.

El tiempo de la espera para una vida digna, hace mucho que debió terminar. Comer, ese acto elemental para todo ser humano, resulta ser la moneda de cambio para los que son ya menos que nada, simples hojas arrugadas del árbol de la vida merecida. Hablar de la existencia de ¡indigencia! en nuestro País, es insultante para cualquier hombre o mujer que se precie de tal. El hambre es antónimo de esperanza, y debiera ser la causa principal de una sociedad que fue capaz, en algunos buenos tiempos, de su anulación casi total.

La palabra que todo lo puede es “convicción”. Esa certidumbre en un futuro programado con el protagonismo de los excluídos de hoy, es la necesaria llave para abrir nuevamente la puerta del mundo que soñamos y casi estuvimos a punto de construir en otros tiempos. La confianza en el Pueblo convocado a participar de la vida y no de la muerte cotidiana, requiere de una valentía que anule todo tipo de temor ante los enemigos declarados de la Nación. Elaborar una hoja de ruta que nos incluya en un mismo destino a todos los habitantes de nuestra Patria Grande, necesita de mucho coraje, de la osadía de quien se dispone a cambiarlo todo, a trocar las utopías por realidades. Y a hacer trizas las vallas que impiden atravesar los campos minados de mentiras y oportunismos falsificadores de una verdad que nunca más pueda ser abatida. Ni temida.

 

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