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Roberto MarraImagen de "Día del Sur Noticias"
Con esa ya clásica manera de establecer fechas para festejar “el día de...”, los periodistas tienen también su data específica para hacer notar al resto de la sociedad de su existencia y participación cotidiana en la construcción de “la realidad”, esa que, de ser sólo una, pasa a tener tantas interpretaciones como integrantes de esta profesión haya. En nuestro País se la ha relacionado con uno de los más honorables partícipes de la historia independentista, como Mariano Moreno. Claro que su “descendencia” profesional no ha logrado captar, en su mayoría, los valores que le movieron a aquel insigne patriota a desarrollar sus tareas comunicacionales.
Hoy en día y desde hace ya demasiado tiempo, el periodismo se ha transformado en una herramienta del Poder Real para hacer lo contrario que indica el origen etimológico de la palabra y de lo que, con el transcurso de la historia social, se fue consolidando en el imaginario popular como defnición de esa profesión u oficio. Ahora se trata más de intermediarios entre los deseos y requerimientos corporativos, y la necesidad de conocimiento cotidiano de los individuos para conectarse con la realidad que los subsume.
Por supuesto, nunca la totalidad de un conjunto de integrantes de un sector son lo mismo ni actúan basados en esas premisas corporativas. Sin embargo, sí se puede afirmar que la mayoría apabullante de los hombres y mujeres que trabajan en este oficio bajo las órdenes de los dueños de esas “grandes” empresas periodísticas, lo hacen influídos o directamente participando de las mismas ideas que rigen el accionar prebendario de sus patrones. Es así que los vemos defender, con el ahínco propio de los sometidos, todos y cada uno de los mensajes que el Poder necesita transformar en realidad paralela, misión indispensable para socavar la capacidad analítica de los espectadores pasivos de sus monsergas.
Hora tras hora, día tras día, estamos envueltos en esas formas oscuras de hacer periodismo, basadas en lo contrario de su misión originaria de mostrar los hechos reales, convirtiéndolos a todos en falsedades derivadas de ellos, con el triste fin de dañar a determinadas personas enemigas del Poder Real, o rebatir las ideas con que éstas pudieran influir en la población. La mentira es ahora el material esencial con que se trabaja en los medios dominantes. La invención de sucesos nunca sucedidos, es la “marca registrada” del pseudo-periodismo que fagocita las conciencias durante las 24 horas.
Enfrentados a estas horrendas formas de comunicar, los pocos y las pocas periodistas que se aferran al concepto primigenio de hacer de la realidad la argamasa con la que intentan mostrar y analizar lo sucedido, son segregados, apartados, ninguneados y hasta expulsados de los pocos medios que dicen no ser parte de la “claque” del Poder. Intentan manifestarse como pueden, en medios digitales alternativos, ocupando lugares en algunas emisoras radiales de poco alcance o escribiendo en sitios de internet que les permite llevar su pasión informativa a un público ávido por conocer el otro lado de las falsas o medias verdades del resto de los medios.
A ellos, todo nuestro reconocimiento. Con ellos, es que deberá encararse la necesaria reconstrucción de un sistema comunicacional donde la libertad de expresión deje de ser una “cantinela” de los energúmenos propietarios de las empresas dominantes del “mercado” de las noticias. Una reconstrucción que debe, imprescindiblemente, nacer desde el Estado, como motor de un proceso que le devuelva la dignidad a esa profesión que nos legaran tantos y tantas periodistas valientes y honorables. Una misión que el Pueblo tiene que sentir como propia, formando parte de la transformación mediática, modificando su adhesión consumista y acrítica de las noticias fabricadas para someterlo.
Es tiempo de volver a Moreno. Es hora de escribir y difundir la verdad sin tapujos ni temores, de ser un poquito más Rodolfo Walsh cada día, de sentirnos parte de una generación que tiene que tomar las riendas de la comunicación en sus manos y terminar con el seguidismo miserable de los “mentimedios” y sus patrones del odio y el desprecio difundido hasta el paroxismo. Es el momento justo de cambiar de canal, de mover el dial y cerrar la página oscura de la mentira programada.
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