Por Roberto Marra
La inflación es el tema recurrente de cuanto “analista” mediático se precie de tal. Con su sola mención, se desata un hilo interminable de definiciones incoherentes, falsificadoras de la realidad y manipuladoras de la opinión generalizada, que no es otra cosa que lo que se dice en los medios hegemónicos, receptado por los desesperados perjudicados de semejante relación adversa con la economía cotidiana. Se ha transformado en el tema fundamental de cualquier gobierno, y se la aprovecha con perverso placer por los poderosos fabricantes de esos aumentos interminables de precios que, hipócritamente, se muestran “preocupados” por tal “emergencia permanente”.
Este invento capitalista destinado a mantener en vilo a la población, atada al miedo de no saber con cuales números se enfrentará en sus compras diarias, es el resultado de una actitud miserable que tiene un nombre: especulación. Sobrepasando los límites de la economía, esta poderosa herramienta del poder económico para elevar sus ganancias al infinito, se ha transformado en una “cultura” que atrapa, como una telaraña, a toda la sociedad. Lo hace generando ganadores y perdedores, muy pocos de los primeros y millones de los segundos, la carne del cañón de las miserias que el sistema deja para dividir entre ellos.
Así, el verdulero de la esquina, el almacenero de la otra cuadra y el dueño del bar de morondanga de la avenida, se convierten en pseudo-financistas, “doctorados” en especulación minorista, reproductores de las tonteras lanzadas al aire por supuestos “conocedores” mediáticos que les enseñan a especular, cual miembros de alguna “bolsa de valores” callejera. No lo hacen por maldad, sino por sobrevivencia. La misma que les impiden tener a muchos de sus clientes, aún a su pesar. La misma de la que pocos de ellos logrará emerger en un tiempo más, al ser barridos de la escena comercial por las auténticas ganadoras del proceso especulativo mayúsculo: las corporaciones hegemonizantes del consumo.
El sistema se basa y necesita la incertidumbre. De ella se valen los ridículos personajes políticos que pululan los medios para malversar esa realidad especuladora. Con esa simple palabreja, “inflación”, se harán de seguidores y amanuenses periodísticos que les servirán de parlantes en sus sórdidos caminos electoralistas. Con ese término tan repetido, irán por la voluntad popular, pretenderán atosigar al eventual gobierno de auténticos objetivos de justicia social o lanzarán una avalancha de mentiras superpuestas para desbarrancar las ilusiones de transformaciones soberanas.
Lás cámaras de los distintos rubros comerciales e industriales, dicen reunirse para “luchar” contra la inflación. Pero ¡guay! de intentar conocer sus costos. Cuidado con pretender saber de la relación real entre los valores de los componentes de sus productos, so pena de lanzar un lockout contra los gobiernos que busquen mejorar el acceso de la ciudadanía a los bienes materiales indispensables, sobre todo de la limentación. Sus quejas permanentes contra “la inflación”, que ellos mismos provocan, ya son parte de un folklore cotidiano, de esa cultura de la especulación amañada que les sirve para dar rienda suelta a sus ganancias fabulosas.
Por supuesto, dentro de esas cámaras existen sectores de menores capacidades económicas que no son las que “cortan el bacalao”. Pequeñas empresas que se suman esperanzadas en obtener beneficios comunes que no serán nunca para ellos. A pesar de eso, levantarán las manos para acompañar las medidas y los objetivos que manifiesten los corruptores y dominantes del “mercado” del consumo. Cuando ya sea demasiado tarde, cuando el torrente de mendacidades que les llevaron a aportar su cuota de indignidad al sistema que los utiliza para ir en contra de sus propios intereses, ya no los necesiten, serán eliminados sin piedad, arrastrados al mismo nivel de abandono que los empobrecidos de siempre de la sociedad, esos que antes les permitieron llegar a ser lo que fueron.
Allí están, entonces, los de siempre, los “sufrientes grandes empresarios” especuladores, buscando profundizar el abismo entre sus fortunas mal habidas y las miserias diarias de una población que intenta alimentarse consumiendo sus baratijas que cotizan en dólares. Quejándose porque no se les permite ganar algunos millones más por mes, o comprar alguna propiedad que agreguen a sus colecciones casi infinitas, o transferir más ganancias a sus paraísos fiscales. Reclamando menos impuestos, para sumarlos a los que evaden cada día con sus tropas de abogados y contadores de sus mismas layas.
La inflación será siempre directamente proporcional al grado de dominio de estos especuladores sobre la economía real. No se trata sólo de tener la voluntad de bajarla, sino de enfrentarlos con la determinación de hacerles pagar lo que deben, de impulsar otros tipos de producciones y comercializaciones, de ignorar sus amenazas y atacar donde les duela, el único rincón de sus figuras que les importa, el final del camino de todas nuestra esperanzas de sobrevivencia: sus bolsillos. Y hacer que sus “rebeliones de cuatro por cuatro”, se enfrenten de una vez con la fuerza de un Pueblo consciente de su poder, determinado a ganar esta batalla eterna por la Justicia que más importa: la social.
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