Por Roberto Marra
La Doctrina Monroe, propuesta por el presidente norteamericano James Monroe en 1823 (atribuída también a quien se convertiría en su sucesor, John Quincy Adams), ha sido la guía fundamental para las relaciones de ese imperio con los países de Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. Al día de hoy, ese precepto continúa mandando la elaboración de las políticas de relacionamiento con nuestras naciones por parte de los sucesivos gobiernos de aquella nación, sin importar que sean del partido demócrata o republicano.
Tal ha sido y sigue siendo la obcecación dominante, producto de la avaricia troglodita de las corporaciones que, en realidad, ordenan las politicas externas de EEUU, que se ha convertido en la causa de mayor incidencia para la generación de la profunda desigualdad interna de nuestros países. El concepto de “ordeno y obedecen” con el que se manejan los gobiernos norteamericanos respecto a Nuestra América, ha servido para el empobrecimiento de la población, el subdesarrollo económico, el atraso social y el robo sistemático de nuestras riquezas naturales por las poderosas empresas transnacionales que se sirven de tales políticas imperiales.
Claro que no han sido pocas las veces en las que se los ha enfrentado por parte de gobiernos de auténtica raigambre nacional y popular, que fueron logrando avances sociales y de desarrollos que la “superpotencia” no podía dejar de atacar y, en lo posible, destruir. Y si los métodos fueron modificándose a lo largo del tiempo, no ha sido así en los objetivos de dominación absoluta pretendida. Las guerras fueron siempre sus predilectas maneras de sometimiento, adornadas en cada ocasión con la burda disculpa de la “defensa de la democracia”, un concepto que no involucra otra cosa que los intereses imperiales y las necesidades de sus oligopolios mundializados.
Pero la capacidad de daño a los gobiernos que no les resultan afines a sus metas de pauperización y despojo, no lo ha realizado sólo con las armas. La invasión cultural, su método expansionista a nivel global, le ha permitido obtener el beneplácito del grueso de la población de los países a los que necesita cooptar. El desarrollo tecnológico comunicacional le fue otorgando una influencia fatal para las culturas nacionales de cada nación, y ni que hablar de lo sucedido con las ancestrales de los pueblos originarios.
Así, vemos como incluso quienes se autoperciben como anti-imperialistas, promovedores de conciencia nacional y que intentan combatir las causas del subdesarrollo que reconocen como impuestas por el imperio en cuestión, terminan adoptando conceptos, modismos y lenguajes propios del consumismo material e intelectual al que se nos arrastra con sus publicidades directas o mensajes subliminales. Eso demuestra que el manejo comunicacional de este fundamental enemigo de nuestros desarrollos independientes, ha sido eficaz.
Fruto de tales manejos, las opiniones de las mayorías son lábiles ante las definiciones brutales del imperio respecto a naciones, líderes y procesos políticos. Catalogar a tal o cual presidente legítimamente electo por su Pueblo como “dictador”, es cosa de todos los días. Definir las medidas que decide en forma soberana un país de Nuestra América como antidemocráticas, es el primer paso para comenzar con el repugnante método de la cohersión destructiva de la economía y su correlato antisocial. Además, la absoluta correspondencia de los intereses de los medios hegemónicos de cada uno de nuestros países con los promovidos por el “amo imperial”, termina por generar una “inmunización” contra el que han impuesto como el “virus populista”, objeto de todos sus desvaríos y persecuciones.
Después vienen las “sanciones”, una atribución autootorgada para la definición de lo bueno y lo malo en el Mundo. La expresión de “gendarme mundial” con la que se le denomina a EEUU, tiene aquí un sustento notable. El bloqueo económico es, desde hace décadas, su método de horadamiento de los procesos independientes y soberanos que intentan distintos países de nuestra Región.
Cuba, su mayor “objeto del deseo”, producto del valiente enfrentamiento al que esta nación antillana se atrevió contra semejante monstruo planetario, es tratada como una “nación terrorista” (paradoja del mayor terrorista mundial). Más de sesenta años de bloqueo no han podido doblegar la voluntad soberana de los cubanos y su Revolución, pero sí postergar su desarrollo. Aún así, esta “islita” ha podido levantar en alto su bandera solidaria y ejercer el humanismo de su medicina notable en todo el Mundo.
Venezuela es su actual máximo objetivo de desestabilización. El olor a petróleo seduce al enemigo mortal de la humanidad, por lo que todo le está permitido para lograr el derrocamiento de su gobierno legítimo. Hasta el robo directo y descarado de sus fondos en el exterior ha sido realizado sin tapujos, con el beneplácito y la complicidad repugnante de sus “socios menores” europeos, una especie de “claque” de los viejos imperios devenidos en engreídos dueños de verdades absolutas sobre los valores culturales y “democráticos”.
Nicaragua sigue siendo una “presa” necesaria para su manejo de la Región. Otro gobierno “díscolo” a sus provechos financieros y económicos, donde aplica el ya reconocido método de las “revoluciones de colores”, a través de las cuales fue minando las gobernanzas en distintos países del Orbe, provocando “alzamientos” conducidos por algunas ONGs que forman parte del ejército silencioso que invaden las naciones, con ínfulas de “defensa de los derechos humanos”.
En todos los países de Nuestra América actúan con estas u otras metodologías, valiéndose también de algunos obsecuentes que, incluso, se insertan en los gobiernos populares que intentan tener una actitud soberana. Desde allí, fungirán de preocupados por la supuesta “violación a los derechos humanos” que el imperio denuncia, enunciando declaraciones lavadas respecto a las decisiones soberanas del país en cuestión, de manera de no ofender a la maquinaria propagandística imperial.
Algunas cosas le salen mal, cada tanto, a los imperialistas y sus sirvientes locales. Es cuando, quien menos se lo espera (por ellos), gana una elección, aunque ésta sea amañada (también por ellos). Es allí cuando aparecen los dientes afilados y las garras desalmadas para estigmatizarlo preventivamente, anunciando su inexorable paso al golpe de estado, suave o violento, pero siempre destructivo de la voluntad popular expresada en las urnas. En esos casos (y en ninguno, vale decirlo) le importa el daño que pueda infringir a la población, que será siempre un simple “daño colateral” en la búsqueda de sus supremos objetivos de dominación.
Independencia y soberanía no son expresiones que los partidarios de la Doctrina Monroe deseen que se “hagan carne” en los ciudadanos de nuestras naciones del sur. Por el contrario, son los objetos de todos sus desvelos el suprimir tales conceptos de las mentes de los pueblos sojuzgados, para facilitar la prolongación de sus dominios. Pero la historia es muy porfiada, y nos relata que sí es posible alcanzar esas metas. Que si fue factible hacerlo en otros tiempos, aún cuando después se retrocediera por la fuerza, también será probable volver a caminar hacia ese rumbo ineludible para quienes sientan el concepto de Patria en sus entrañas.
¿Fácil? Imposible. No lo podrá ser, por la inmensa capacidad acumulada en lo material y en lo cultural por esa potencia depredadora mundial. Asumiendo, además, que no sólo es por voluntad de ella que no logramos superar nuestros atrasos económicos y sociales, sino también por la necedad de sentirse menos que ellos, instalada como valor en los dirigentes y en los ciudadanos. Una necedad que deberá convertirse, de voluntad y porfía valerosa, en búsqueda consciente y sagaz de un valor supremo que sigue vigente a través de los tiempos y las derrotas: la Justicia Social.
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