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Desde que Néstor Kirchner
comenzó su presidencia hasta nuestros días, la sociedad argentina ha venido
observando, con una mezcla de asombro, desconcierto, y para muchos de
satisfacción, una serie de medidas y determinaciones políticas que, por su
magnitud y derivaciones, no han tenido precedentes desde la recuperación
democrática. Sin agotar el extenso listado, el juicio y condena a los
responsables del terrorismo estatal, la resolución de la deuda externa, el
fútbol para todos, la ley de medios audiovisuales, el matrimonio igualitario,
la recuperación de Aerolíneas, YPF y el ferrocarril o la integración
latinoamericana, dan una idea cabal de la profunda transformación política,
socioeconómica
y cultural.
Sin embargo, a medida que estas verdaderas sorpresas se sucedían, en
numerosos sectores de clase media -lectores habituales de suplementos
culturales, adherentes entusiastas a líderes de centro izquierda de otros
países, asistentes fieles a recitales de músicos contestatarios, en fin,
aquellos que siempre comulgaron con el denominado "progresismo"-
comenzó a advertirse que empezaban a pasar rápidamente, del desconcierto a la
desconfianza, para culminar, finalmente, en una hostilidad y oposición tan
cerril como llamativa.
Hasta no hace mucho tiempo (y aún hoy), era habitual escuchar de algún
amigo o allegado, en discreta confidencia, la queja de que en muchos ámbitos
laborales de clase media (profesionales, docentes, etc.) no era posible
defender alguna medida gubernamental sin recibir una andanada de críticas y
quedar en absoluta soledad. Una de las frases más escuchadas era, o es:
"Yo no puedo hablar casi con nadie de política".
No hace mucho un reconocido periodista dijo: "Lo que pasa con
mucha gente es que en la época de Menem era fácil ser progresista". Toda
una definición.
Es tanta su ceguera que les impide ver que, en muchas de las medidas
adoptadas, se efectiviza una política nacional, popular y latinoamericana que
siempre levantaron declamativamente como bandera.
Pero... ¿a qué obedece que un sector numeroso de la clase media,
intelectualmente "de izquierda" se haya convertido en una oposición
tan tenaz y, por momentos, irreflexiva?
Para intentar alguna respuesta vamos a recurrir a un pensador
argentino por suerte cada vez más
recuperado que supo hacer una verdadera
radiografía social de los argentinos en sus textos memorables de los años '60 y
'70.
Arturo Jauretche era, como a sí mismo se definía, un "sociólogo
de estaño", en irónica alusión a los sociólogos académicos. Con aguda
inteligencia y pese a sus muchas lecturas, no se identificaba con los
intelectuales de su época (escritores de moda, periodistas, etc.). Por el
contrario, los criticaba señalando que pretendían entender la realidad sólo
desde los libros, aferrándose a teorías, mayormente foráneas, que no alcanzaban
a dar cuenta de los problemas nacionales. Por eso empleaba la expresión
"hombre de pata al suelo" para designar a aquellos que, no teniendo
una formación intelectual o académica, igualmente podían advertir, en los
distintos momentos históricos, qué medidas de un gobierno de turno los
beneficiaba o perjudicaba.
Oriundo de Lincoln (Buenos Aires), tuvo una infancia y juventud de
"pago chico", conviviendo con gente sencilla y semianalfabeta como
los peones de campo o los lugareños a los que les reconocía una sabiduría, por
su contacto directo con determinadas realidades, que no poseía la gente
"letrada", más propensa, por eso mismo, a confundirse en la
interpretación de algunos hechos concretos. Por ejemplo, mientras que para la
elite ilustrada terrateniente era importante la celebración de las tradiciones
gauchescas, para la peonada que trabajaba en condiciones de servidumbre, fue
más importante la sanción del estatuto del peón, aunque proviniera de un
"tirano" como Perón.
Las enseñanzas que dejó Jauretche, aparte de ser casi innumerables,
tienen una sorprendente vigencia, ya que también se ocupó de la importancia de
los medios de comunicación en la conformación de lo que él llamaba el
"colonialismo mental": la convicción, para muchos ciudadanos, de que
si un medio era prestigioso, lo que publicaba era auténtico y
"verdadero". Como en esa época predominaban los medios gráficos, don
Arturo se burlaba con sorna de la gente que, convencida, afirmaba: "Cómo
no va a ser verdad si lo dijo La Nación o La Prensa". No hace falta mucho
esfuerzo para trasladar estos efectos a la actualidad: "Salió en Clarín o
lo dijeron en TN".
Jauretche definió de manera notable al arquetipo de la clase media en
su libro El medio pelo en la sociedad argentina. Condensó en una palabra
insuperable los rasgos más acentuados de un individuo singular dentro de ese
conjunto: el "tilingo".
El "tilingo" es económicamente de clase media y, en general,
proviene de familias de clase obrera o empleados humildes. Puede ser
profesional, comerciante, cuentapropista, docente o periodista, pero todos
tienen una serie de características que los unifica: suelen renegar de su
origen de clase, odian a los "negros" por "vagos"
mantenidos por el estado, viven suspirando por lo bien que se vive en otros
países (si es europeo mejor) y se fascinan con las figuras públicas que,
habiendo tenido un origen similar, han logrado dinero y fama. Por eso no debe
sorprender que en televisión miren a Mirta Legrand, Marcelo Tinelli o Susana
Giménez, que lean las revistas Gente o Caras o que admiren los análisis
políticos de Joaquín Morales Solá, Nelson Castro o Marcelo Bonelli.
Pero no todo el "medio pelo" se caracteriza por esta
superficialidad. Jauretche también identificaba a los que llamaba, con esa
mordacidad sin par, los "sobacos ilustrados", es decir, aquellos
intelectuales (siempre con un libro bajo el brazo) que habiendo leído a Marx,
Althusser, Gramsci o a los ensayistas de los movimientos de liberación de los
años setenta como Franz Fanon, Jean Paul Sartre y otros, se mostraban
absolutamente incapaces de entender el peronismo como una revolución no
marxista, pero sí nacional, popular y latinoamericana dentro de los límites del
capitalismo global.
Se llega así al núcleo mismo de los interrogantes planteados al
comienzo de esta nota sobre el comportamiento de un sector
"progresista" de la clase media. El fenómeno no es nuevo; es la
reactualización, luego de cinco décadas, de la antigua hostilidad que siempre
les despertó el peronismo, al que nunca comprendieron porque no encajaba en los
manuales teóricos.
Enumerar la lista de los representantes públicos mas conspicuos de
este sector sería largo y tedioso, pero si entre tantos nombres se mencionan
los de Jorge Lanata, Juan José Sebrelli, Magdalena Ruiz Guiñazú, Marcos
Aguinis, Santiago Kovadlof, etc., se puede tener una idea clara de los
referentes "progresistas" que posiblemente habrían aplaudido,
felices, muchas de las medidas del gobierno kirchnerista si éstas las hubiera
tomado el valorable gobierno de Alfonsín (que posiblemente quiso y no pudo por
el contexto existente), la Alianza o el Frepaso (de haber ganado) o como sí lo
han hecho los líderes de otros países (Evo Morales, Lula, Hugo Chávez, etc).
Pero no. Las tomó el peronismo. Ese peronismo que rechazan
visceralmente porque creó un sindicalismo poderoso que incluyó a los
"negros" en su seno. Ese peronismo que, como hace setenta años, toma
el poder para transformar la realidad en beneficio de las mayorías y no como ha
ocurrido con los gobiernos socialdemócratas,
para terminar claudicando ante la presión de las corporaciones.
Afortunadamente, el curso de la historia acelera los cambios y gran
parte de lo que aquí se describe va perdiendo rápidamente vigencia.
La pluralidad de voces, las redes alternativas de información, la
aparición de una televisión pública con contenidos que contrarrestan el
discurso de los medios hegemónicos, han permitido la emergencia de muchas
figuras públicas que actúan como verdaderos referentes que avalan el actual
proyecto.
Periodistas como Víctor Hugo Morales, este diario, filósofos como
Ricardo Forster u Horacio González, programas de TV como 6, 7, 8 o TVR y tantos
otros imposibles de enumerar, son un verdadero soplo de aire fresco que
comienza a ser cada vez mas masivo y juvenil, como ya quedó claramente
demostrado en los funerales de Néstor Kirchner y en las actuales y masivas
organizaciones militantes.
Los antiguos y modernos "progresistas" que se obstinan, en
estos intensos doce años, en no reconocer ningún progreso, se están quedando
sin argumentos, sin líderes políticos y, lo que es peor, en un individualismo
del que nunca pudieron o quisieron salir. Un triste destino que los condena a
una "izquierda" de sellos de goma o a ser aliados involuntarios de
una derecha que no descansa.
*Publicado en Rosario12
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