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Para poder poner un satélite en el espacio, los países del mundo se
reparten las órbitas. Es decir, hay un organismo especializado de las Naciones
Unidas, llamado Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), que distribuye
las “cajas espaciales”. La Argentina tiene asignadas dos 1). Una está a 72
grados de longitud Oeste. La otra, corresponde a 81 grados Oeste. Ambas
posiciones orbitales se miden con respecto al meridiano de Greenwich. El
Arsat-1, lanzado el jueves, ocupará la de 72 grados. ¿Por qué ser tan
específico con estos datos? Sígame por acá y verá.
Cuando la UIT asigna una posición
orbital, el país adjudicado tiene un plazo (generalmente de tres años, quizá
con algún período de gracia dependiendo de las circunstancias y verificaciones)
para ocuparla. Si no lo hace, la pierde y “entra el suplente”. De hecho,
existen dos satélites que las están ocupando “por Argentina”, que son
alquilados para no perder esas ubicaciones. Cada una es importante por
diferentes razones. La posición 72 es ocupada hasta hoy por el satélite AMC-6,
que pertenece a una empresa que solía llamarse GE Americom (GE por General
Electric) pero que ahora es parte de un grupo más grande que se llama SES
global, con mayoría de capitales norteamericanos. Esta empresa, junto con
Intelsat, tiene más de la mitad de todos los satélites geoestacionarios que
están girando alrededor de la Tierra. Y estoy hablando de más de 300.
Los satélites geoestacionarios,
se denominan así por “geo”, que significa tierra y “estacionarios” porque
aparecen como aparcados en el espacio, en este caso, justo sobre el territorio
argentino. En términos que usan los técnicos y/o especialistas, se dice que esa
posición orbital “ilumina” a la Argentina. De hecho, si uno pudiera ver al
satélite desde nuestro país, lo vería como quieto en el espacio, algo así como
si la Argentina estuviera usando una suerte de paraguas o de foco que la
ilumina. En realidad, ilumina mucho más que nuestro país. Llega a cubrir
algunos países limítrofes como Paraguay, Uruguay y Chile.
Un poco de historia
En el año 1995, la Argentina
contrata el uso de un satélite (el Nahuel 1) con la empresa Nahuel Sat. Ese
satélite estuvo especialmente diseñado para dar servicio a nuestro país. La
construcción fue francesa y entró en operaciones en 1997. En principio, fueron
ellos (los propios franceses) quienes controlaban las señales que emitía, pero
después cedieron ese control a los ingenieros y técnicos argentinos. El Nahuel
1 tenía previsto una vida útil comercial de doce años.
La compañía Nahuel Sat tuvo
varios cambios en su estructura societaria. En un momento ingresa la empresa
norteamericana GE Americom (GE por General Electric), la que ya era accionista
de Nahuel Sat y que ahora se transformó en SES Americom. GE Americom tenía 17
satélites en órbita y tenía una participación en el paquete accionario que
comenzó siendo de 3,3 y llegó al 28,75 por ciento.
Cuando la Argentina sólo podía
utilizar la posición orbital 72, la empresa que nos proveía el servicio se
interesó en la posición 81 también. La clave y la importancia de esta otra
posición orbital, es que la 81 “ilumina” a toda América, longitudinalmente, con
una franja que va desde Estados Unidos hasta la Argentina. Si nuestro país podía
hacerse de esa órbita, querría decir que podría empezar a tener clientes
norteamericanos, ofrecer servicios satelitales en el Hemisferio Norte y no hace
falta que me explaye en el valor económico que eso representa.
En el año 1998, Carlos Menem
firma en Washington un acuerdo de reciprocidad muy peculiar 2). Por un lado,
Estados Unidos, que era la poseedora de esa posición orbital (la 81), se la
cedía a la Argentina. ¿Qué pedía a cambio? Que permitiera a la empresa DirecTV
ubicar un satélite que tuviera penetración en nuestro país. La negociación
parecía muy interesante. Por un lado, incorporaba a nuestro territorio un
competidor para los servicios de cable (Cablevisión por ejemplo), pero a cambio
obtenía un tesoro muy preciado: acceder al mercado norteamericano (además de lo
que significa poder vender esos mismos servicios a toda América latina).
Pero...
Por un lado, cuando le
presentaron ese contrato a la comisión de telecomunicaciones del Senado,
algunos legisladores preguntaron: “¿De qué reciprocidad hablan si la Argentina
no tiene un satélite que pueda ‘iluminar’ en Estados Unidos? ¿De qué sirve
tener asignada la posición orbital si no tenemos el aparato que la utilice?”.
Naturalmente no habrían de dejar
que el negocio cayera ante semejante obviedad. Fue la propia empresa que era
“dueña” del Nahuel 1 la que se ofreció para construir el Nahuel 2. Más aún: ese
satélite pasaría a estar controlado en Benavídez, en la provincia de Buenos
Aires, igual que lo que sucede hoy con el Arsat-1 que fuera lanzado el último
jueves. Eso sí, había un pequeño detalle a considerar: el plazo temporal. Es
decir, el tiempo empezaría a correr y la Argentina tenía alrededor de tres años
para ocupar la posición que había adquirido en el canje.
Mientras tanto, DirecTV ingresó
en el país y en particular comienza a ofrecer en la Argentina las imágenes del
Mundial de Francia 1998. Sería redundante abundar en más detalles: ¡qué mejor
política de difusión y promoción de una compañía nueva en el mercado que
ingresar en un país (el nuestro) con un campeonato mundial de fútbol para
seducir a los nuevos potenciales clientes! Pero, como esta historia continúa,
conviene notar que la empresa norteamericana empezaba a operar aquí cuando el
país no tenía aún siquiera abierta la licitación para que las compañías
constructoras pudieran ofrecer un satélite que sirviera para ocupar la posición
orbital 81.
Aprendizaje
El tiempo seguía pasando y
nosotros no arrancábamos nunca. Curiosamente (o a lo mejor no), el Nahuel 2
comenzó a ser boicoteado. Por razones que fueron variando con el tiempo, el
proyecto no avanzaba. En el camino, los ingenieros argentinos que trabajaban
para Nahuel Sat comenzaron a aprender cómo “especificar” un satélite. Para que
se entienda mejor, especificar quiere decir explicitar las particularidades que
el satélite a construir tendría que poseer para satisfacer las necesidades que
teníamos nosotros. Y además de aprender a especificarlo, aprendieron cómo
estaban fabricados casi todos los satélites de telecomunicaciones del mundo. De
hecho, consultaron en varias oportunidades con las constructoras de satélites
de todo el mundo (que no son muchas) para que se presentaran a una suerte de
licitación para ver quién se adjudicaba el Nahuel 2. Lo curioso (y
tremendamente útil para la capacitación que tendrían los ingenieros, físicos y
técnicos argentinos) es que, con el objetivo de ganar la licitación, cada una
de las empresas fue presentando “manuales” técnicos detallados de sus
satélites.
Pero por otro lado, mientras esto
sucedía, los argentinos empezábamos a aprender cómo se construía un satélite de
estas características. Más allá del juego político que se desarrollaba en otra
mesa, ese aprendizaje rendiría sus frutos más adelante.
Como decía más arriba, no hay
muchas empresas constructoras de satélites en el mundo. La Argentina consideró
a siete. Este es el detalle.
Cuatro norteamericanas: Boeing
Satellite Systems, Lockheed Martin, SSL (Satellite System Loral) y Orbital
Sciences. Todas, de una u otra forma, están ligadas a la industria militar,
pero también son proveedoras de satélites comerciales.
Del otro lado del océano, en
Europa, hay tres compañías: Thales Alenia Space que, si bien es originalmente
francesa, con el paso del tiempo se transformó (como todas) en empresas
multinacionales. Una segunda compañía que se consideró en ese momento fue la de
origen franco-alemán y que es la construye los Airbus, aviones que en
particular forman parte de la flota de Aerolíneas Argentinas.
Me permito inyectar un dato:
Thales Alenia Space se llamaba Aeroespacial antes y basta retroceder un poco
más de 32 años y entender que ellos fueron los que producían los tristemente
célebres misiles Exocet. ¿Se acuerda?
Esas fueron las seis
constructoras que consideró la Argentina en su momento. Hay otras (dos rusas,
una china, etc.) que no recibieron invitaciones para presentarse a la
licitación. Sin embargo, las constructoras rusas presentaron también sus
plataformas a través de Thales Alenia Space.
La última empresa europea que se
suma a la lista de constructoras es la más nueva de todas. Es de origen alemán
y se la conoce con las siglas OHB. Por ahora se ha ocupado de la construcción
de satélites más chicos, pero es sostenida económicamente por la agencia europea
del espacio. Por ejemplo, ahora están desarrollando satélites totalmente
eléctricos, lo cual es ciertamente una novedad.
¿Por qué fui tan específico con
estas empresas? Porque en el camino de la discusión política (y la dilación que
empezaba a hacerse manifiesta), los científicos y técnicos argentinos seguían
aprendiendo.
¿Serviría en algún momento el
know how que estaban adquiriendo? Piense que esta formación (o información)
tiene sentido adquirirla si usted, como país, piensa construir algún satélite
en algún momento. De hecho, varios científicos argentinos fueron tentados por
el grado de idoneidad que exhibían y algunos fueron contratados y viajaron a
Europa. Otros, se quedaron en el país pero se siguieron educando y ganando
experiencia en el tema. ¿Llegaría algún día en el que habrían de poder utilizar
ese conocimiento en favor del país?
Controles
Pero me desvié. Vuelvo por un
instante hacia atrás. En el pliego de licitación para la construcción del
satélite se explicitaba que el control debía estar en la Argentina, más
específicamente en Benavídez. Pero lo que no era comprensible desde el lado de
los científicos era la razón por la cual nunca se llegaba a la estación final:
decidirse por alguna de las propuestas y comenzar la construcción del satélite.
A esta altura, ya le queda claro a usted (que además conoce el final de la
película y ya se sabe quién fue “el muchachito”) que empezó a sospecharse de un
boicot.
¿Cuál podría ser ese plan? Si el
tiempo seguía pasando y la Argentina no lograba construir/comprar el satélite
en tiempo y forma, la posición orbital 81, la que ilumina Estados Unidos y toda
América, corría riesgo de perderse. Es decir: el país había honrado su porción
del pacto (permitir el ingreso de DirecTV) y, a cambio, perdería la posición orbital
tan valiosa. Para un observador externo parecía extraño: DirecTV se había
insertado en la Argentina y, a cambio, el país no obtenía nada. ¿Qué intereses
se lesionaban en el camino? O es que alguien sabía que nosotros nunca
ocuparíamos esa posición y nos cambiaron el oro por espejitos de colores?
Sigo. Quiero agregar un dato no
menor a esta historia y le pido que preste atención a lo que va a leer (si es
que no lo sabe ya): si el país perdía el lugar, había alguien sentado tranquilo
en el banco de suplentes, para ingresar en cualquier momento si el titular no
podía seguir jugando (o si ni siquiera estaba en condiciones de entrar como
titular). ¿Qué país cree usted que estaba segundo en línea esperando su turno?
Sí, imaginó bien: ¡Gran Bretaña! ¿Curioso, no?
Cuando escribí las compañías que
proveen y construyen satélites en el mundo, lo hice con la idea de mostrar que
si bien tienen orígenes bien definidos (Estados Unidos por un lado y Europa por
otro), los conglomerados y consorcios que las integran les pasan por encima a
los países. La misma empresa (SES global) a la que la Argentina le alquila hoy
el satélite interino que utiliza nuestra posición orbital 81 (por lo que el
país no tiene ningún beneficio, sólo paga para no perderla) tiene una parte que
controla SES Americom. Si Gran Bretaña obtenía la posición, ellos podrían
seguir operándola.
Y hay algo más en este
rompecabezas empresario (del cual no soy un experto ni pretendo serlo). Sólo
quiero mostrar una pequeñísima porción de lo que se está jugando cuando uno
ingresa en el mercado internacional a competir con los verdaderos tiburones: no
te van a regalar el mercado así nomás. La posición orbital 81 tiene un impacto
comercial muy fuerte, ya que no es lo mismo vender servicios en América latina
que hacerlo en el mercado norteamericano, cosa que ya escribí más arriba. Pero,
además, se incorpora otro dato muy significativo. El precio del megaHertz por
mes (que es la unidad de venta) se cotizaba en aquel momento en alrededor de
4000 dólares 3) para los clientes de Estados Unidos. Si una empresa tiene una
posición dominante en una región, puede permitirse el lujo de hacer dumping
(perder dinero eventualmente en otra región) y de esa forma destruir a los
competidores. De hecho, quienes estaban haciendo un buen negocio en el norte,
podían cobrar solamente 3000 dólares el megaHertz por mes en Sudamérica y de
esa forma manejar el mercado. De esa manera, la empresa Nahuel Sat no podía
ganar. Eso sí, nadie dice que Nahuel Sat fuera inocente en este entramado empresario.
Peor aún: todo pega con todo.
El “fracaso” de las licitaciones
y pliegos y la dilación comenzó a hacerse evidente. Parecía hecho adrede. Mejor
dicho, parecía porque era. La Argentina seguía pidiendo propuestas a las
distintas compañías, con todas sus plataformas, y cada vez aprendíamos más y
más. Y hasta allí llega todo cuando gente interesada en el país le advierte a
Nestor Kirchner de lo que está por pasar. Kirchner no dudó. No sé si tenía
muchas alternativas, pero ciertamente no esperó más tiempo. Podía haber
decidido comprar finalmente un satélite, pero se inclinó por una postura más
firme y soberana. Pidió un plazo de gracia de dos años y lo consiguió, pero en
el camino se comprometió a que la Argentina construiría su propio satélite.
Construiría su propia empresa (Arsat) y se apoyaría en el Invap para el diseño,
especificación y construcción.
Con la visión, el coraje y la
audacia de un verdadero estadista, redobló la apuesta y se fue a buscar a los
ingenieros satelitales argentinos. Todos ellos pasaron virtualmente de trabajar
para la empresa Nahuel Sat a Arsat.
Y acá llega otro momento clave:
cuando hubo que empezar el diseño como si fuera nuevo, todo ese tiempo de
frustración y perplejidad que acompañó a los ingenieros, en particular,
científicos, en general, y técnicos, que sólo se habían dedicado a prepararse,
decía... todo cambió abruptamente. Súbitamente la luz roja que los había
acompañado durante años poniendo una y otra traba se había puesto verde y esa
onda verde parecía propagarse en el tiempo.
Si la Argentina hubiera tenido
que empezar de cero, es poco probable que hubiera podido cumplir con el plazo
que había conseguido el entonces presidente. Sin embargo y en forma inesperada,
todo lo que hubo que hacer, es (si se me permite la imagen) abrir el cajón en
donde se encontraba todo escrito y preparado, y poner el mecanismo en
movimiento. Esa increíble ventaja resolvió una parte vital del problema que
tenía Kirchner.
Esa valentía de un visionario,
cuyo crédito debería estar separado del gana-pierde político de todos los días,
es el que nos permite hoy ocupar un lugar privilegiado en el mundo. Poco
importa (al menos, me importa poco a mí), si somos parte de ocho, o diez o
veinte países en el mundo que pueden construir un satélite de estas características.
¿Qué importancia tiene qué número de país somos? ¿No es suficiente decir que
estamos en condiciones y que no dependemos de nadie? Ojalá todos los países
fueran independientes y tuvieran la ciencia necesaria para poder hacerlo en
cada lugar. De hecho, Bolivia le compró un satélite a China. El gobierno chino
le vendió el satélite a Evo Morales por 302 millones de dólares. De este
dinero, Bolivia solamente pagó 44 millones de dólares al contado y después,
durante tres años, no tuvo que desembolsar ni un dólar más porque el gobierno
chino, para abrirse una puerta en esta parte del mundo, le ofreció un crédito
excepcional a quince años en el que, salvo el monto inicial, estuvo tres años
sin pagar más nada. En el camino, los bolivianos tienen la posibilidad de
generar dinero al vender los servicios que ofrece su satélite. En algún
sentido, el propio satélite coopera en pagarse a sí mismo. Los bolivianos (con
todo derecho) tendrán un satélite que les proveerá de servicios a ellos, pero
¿cómo sabe uno que los datos son solamente controlados desde La Paz o Santa
Cruz?
En cambio, nosotros sabemos que
los datos llegan sólo a Benavídez. Ya sé: supongo que habrá gente que al leer
esta última línea estará pensando (y creo que con razón también): ¿y Snowden?
¿Qué tendría él para decir? Que soy ingenuo... Es posible, pero en todo caso,
pongámoslo así: si los chinos o los rusos no pudieran hacer sus propios
satélites, ¿le dejarían esa tarea de telecomunicaciones a Estados Unidos? ¿Les
representará algo a ellos tener la ciencia y tecnología suficiente para
producirlos?
Otro tema colateral: en esta
competencia estéril por determinar si el 50 por ciento está hecho en el país
pero el otro 50 por ciento es adquirido afuera, quiero hacer una observación
que ofrezco para poder pensar: el satélite tiene dos computadoras
(esencialmente). Una computadora maneja las calentadoras, las múltiples
telemetrías. Y por otro lado, hay otra computadora que funciona modificando la
orientación. Esta computadora se conecta con los sensores que son los que saben
cómo está orientado el satélite y también con las ruedas de inercia. Estas
ruedas del momento de inercia sirven para acelerar o desacelerar y modificar la
orientación. Dominar... –lo quiero escribir otra vez– dominar esta tecnología es
deteminante. Y esto es independiente de que se hubieran comprado otras partes
afuera. Algunos huesos del cuerpo son comprados en el exterior (y no son
menores, por cierto), pero el corazón y el cerebro son argentinos, con
tecnología, diseño, software, desarrollo, construcción, implementación y ensayo
todo hecho en la Argentina. ¿Qué más querríamos como primer paso? ¿Quién
imaginaba siquiera que pudiéramos dar este primer paso?
Eso de “levántate y anda” deja de
ser una frase con toda la poesía. El país no sólo se levanta y anda, sino que
vuela. ¿No era argentino usted? ¿No nos ponían contentos los goles de Diego o
los dobles de Manu? ¿Solamente eso? ¿Y esto que acaba de suceder en todos los
frentes, qué es? ¿La fantasía de un barrilete cósmico o la realidad de un vuelo
espacial?
Permítase celebrarlo. El
acontecimiento lo merece. El suspenso del jueves valió la pena. Algunas veces
también es un orgullo haber nacido en este país.
1) Todos los datos numéricos que
figuran en este artículo son aproximaciones. Ser muy técnico o pretender ser
muy preciso no cambia conceptualmente nada y solamente sirve para “dejar de
entender”.
2) Firma del acuerdo de
reciprocidad: http://edant.clarin.com/diario/1998/06/10/e-04601d.htm
3) Los precios han cambiado
ahora, pero la referencia relativa sirve para entender lo que quiero ofrecer.
*Publicado en Página12
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