martes, 19 de febrero de 2013

HABRÍA

Por Javier Chiabrando*

Habría que imaginar un mundo sin la palabra habría, porque la palabra habría igual que otras formas del potencial se habrían transformado en una forma de mentir desde que la verdad comenzó a importar poco y desde que comenzó a existir tanta gente que se muere de ganas de creer que una mentira puede ser también una verdad.
Habría que pensar un mundo sin diarios ni periodistas ni locutores ni lenguaraces que hablen en potencial. Eso sería decirles que para editar, decir, o chismosear una cosa, esa cosa debería ser verdad. Entonces la verdad sería más o menos lo que los padres nos enseñaron de chico: algo que pasa, que sucede, que se vive, que se ve, que se toca, que se respira, que se puede comprobar de alguna forma.
Habría que dejar de desparramar tanto odio en nombre del amor, tanta estupidez en nombre de la inteligencia, tantas tonterías en nombre de las ideas. Pero para eso, los que desparraman odios, estupidez y tonterías, deberían ser más generosos, más memoriosos, más inteligentes o más honestos. Habría que recordar a cada momento que si uno se burla de los muertos ajenos, alguien se burlará de los propios, con foto trucha o no.
Habría que decirles a todos esos tipos que fundieron y recontrafundieron el país varias veces, que no pueden andar por ahí enseñando como se solucionan los problemas de la gente, que algunos tendríamos memoria, y que desde que se inventó cómo filmar y/o grabar, cada gansada que hicieron y dijeron queda almacenada en algún lado. Y habría que decirles a todos los que difunden sus ideas, que repetir las ideas de un estúpido lo hace a uno un poco estúpido.
Habría que enseñarles a todos eso voluntariosos que andan por las redes que desde hace rato ya estarían inventadas las ideas, que son esas cosas que se dicen y que se usan para intercambiar opiniones y fundamentarlas. Habría que recordarles que no se combate una idea con cartelitos, slogans, chistes, y menos retuiteando las miserias de la gente sin ideas.
Habría que decirles a los que andan por ahí con la escupidera diciendo que en este país no se puede hablar, que dejen de sobreactuar. Yo (y muchos otros), decimos lo que pensamos, polemizamos, e intercambiamos opiniones todo el tiempo, sea con los que piensan como uno, sea con los que piensan diferente. Y acá estamos, vivitos, coleando, felices y esperanzados.
Habría que hacer el ejercicio de imaginar este país en este momento de zozobra internacional, gobernado por algunos de los cabezas de corcho que quieren ser presidente. Habría que alertar a todos los que están en contra de este gobierno, que si por alguna razón triunfaran en su empeño demoledor, este país podría ser gobernado por gente cuya mayor virtud fue no decir lo que realmente piensan y no poder hacer lo que realmente desean.
Habría que decirle a la Donda que se pasee en malla todo lo que quiera, mamita, que eso la dejaría aparte de la manga de políticos aburridos sin nada que decir, y sobre todo nada que mostrar, algunos de ellos sus aliados. Que ya llegará el momento de las ideas. Que las ideas no se matan y las curvas tampoco.
Habría que decirles a los radicales que antes de andar diciendo cómo se construye un país, que deberían aceptar que cuando el pueblo les cedió la posibilidad, habrían hecho una tontería tras otra. Luego, quizá, habría que pensar que por ahí seguirían siendo una alternativa al poder de turno. Y que para eso quizá deberían hablar diferente, decir cosas más interesantes, sugerir ideas de acción política alternativas, dejar de lloriquear, y ponerse una boina a rombos, que tiene más onda, ¿viste?
Habría que hacerles entender a los que se ponen del lado de cualquiera que esté en contra del gobierno, incluidos represores o asesinos seriales, que si el gobierno triunfa en sus objetivos podría significar el fortalecimiento del estado y un beneficio para todos los ciudadanos, incluido el que se pone del lado de cualquiera que esté en contra del gobierno. Pero que si triunfaran las corporaciones, la Sociedad Rural, por ejemplo, se va a beneficiar sólo la Sociedad Rural, que no va a tener reparos en pisarle la cabeza cuando llegue el momento, incluso apoyando golpes de estados, tal como está en su plataforma.
Habría que contarle a nuestros hijos que había una vez un país que había hociqueado varias veces, pero cómo es un país especial, que tendría entre sus genes una tozudez macerada de sangre de gringada de raíces múltiples, exceso de mate amargo e ingenio a prueba de balas, se habría levantado de las cenizas (qué digo, del fuego mismo) y habría vuelto a caminar y a demostrar que el culo del mundo también existe y que del ombligo (Europa, EEUU; el norte) estaría saliendo un olor a podrido que sólo el exceso de butifarra e hijaputez pueden causar.
Habría que ver cómo ese país se habría plantado delante de los organismos internacionales y buitres varios, y de corporaciones argentas, que son gente como uno pero bien diferentes, e habría intentado hacerles entender que ya está bien con tanto desfalco, que ya se llenaron los bolsillos y que habría llegado el momento de que devuelvan algo: plata, empresas, hijos, tierra.
Habría que recordar que hace diez años estábamos en la lona y hoy somos un país que da batalla, pero para eso habría que leer más libros, tener más memoria, saber más de política. Habría que multar con dinero a los que creen que este país es peor que otros, pero esa multa sería intercambiable por leerse media docena de libros de los que enseñarían que el mundo no es el ombligo de uno y que para entender ciertas cosas sería mejor pensar, o saber lo que piensan y dicen los que piensan mejor que uno.
Habría que juntar un millón de firmas pidiendo a la presidenta un decreto de necesidad y urgencia que obligaría a leer una docena de libros al año. Porque habría que ser psicólogo, filósofo y sociólogo (los tres en uno) para entender por qué hay tanta gente que se empeña en hablar de lo que no entiende, y que tampoco quiera entender más (ah, es que para eso habría que leer libros, cierto).
En fin, a veces creo que habría que barajar y dar de nuevo, pero como el que olvida está condenado a repetir lo que olvidó, diría que habría que seguir adelante con los derechos adquiridos y defendidos, tratando de dejar en orsai a los mentirosos y a los fabuleros y a los correveidiles, sabiendo que en algún lugar, rincón o esquina, habría quiénes defienden la verdad a pesar de tantos habría.

*Publicado en Rosario12

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