Estamos indignados, transitamos los días enojados, nos enfurecemos cuando escuchamos a los energúmenos que nos dominan. La cólera aturde nuestros sentidos al recibir las facturas de los inservibles servicios. Nos sulfuramos ante el desparpajo de los “influencers” que ofician de diputados o diputadas. Nos cabreamos al ritmo de los patéticos discursos del títere vendepatria, que excita nuestros peores sentimientos. Nos irritan los imbéciles e irreflexivos seguidores de semejante esperpento gubernamental.
Es tiempo de alzar la voz, de levantar los puños, de rebelar nuestros sentidos, de amotinar nuestras necesidades, de insubordinar las esperanzas olvidadas, de incitar a los que padecen lo mismo, de alborotar el “gallinero” de los desesperados, de conspirar entre quienes todavía conservamos la dignidad de las ideas, de indisciplinar a los mansos, de planear el futuro postergado, de soliviantar los espíritus, de insolentar los relatos, de trastornar el falso equilibrio de las voces calladas, de desobedecer a los altaneros, de desafiar a los enemigos de adentro y de afuera, de independizar las consciencias.
Es tiempo de enfrentar el destino impostergable de la libertad en serio, de la independencia real, de la soberanía apabullada por tanta insolencia imperialista. Es hora de nuevas leyes, que le den sentido de Justicia Social a cada acción que se decida. Es tiempo de principios renovados, de la vuelta al futuro que nos robaron, de poner el comando de las decisiones cotidianas en manos solidarias, de la honestidad ejercida con pasión justiciera.
Es el imprescindible fin del martirio popular, para tomar en nuestras manos el timón de este barco desesperadamente perdido en el mar de las emociones postergadas, eligiendo el camino más complejo, el de clavar la estaca final a los vampiros que nos dejaron jirones de vidas miserables. Y gritar, junto a millones de iguales, el despertar más esperado, el de una Patria de Pueblo sublevado.
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