lunes, 16 de septiembre de 2024

ES EL PROGRAMA, ESTÚPIDOS

Por Roberto Marra

Según el diccionario de la RAE, un programa es una “previa declaración de lo que se piensa hacer en alguna materia u ocasión”. Se trata, entonces, de la exposición esquemática de un plan, la base de una sistematización de un conjunto de ideas con pretensiones de convertirlas en líneas de acción, con determinados principios ideológicos y doctrinarios, que establezcan conductas y permitan la elaboración y aplicación de proyectos para alcanzar objetivos considerados esenciales para construir una nueva realidad para los involucrados.

Pocas cosas tan claras como esta caracterización para comprender la importancia de contar con un Programa para una construcción política con pretensiones de influir en la sociedad a la que se pretenda modificar. No puede haber mejor acción que aquella que cuente con un sistema de ideas-fuerza que se anuncie a la población con el mayor detalle posible, bosquejando un futuro que pueda ser comprendido y tomado como referencia por quienes habrán de ser sus protagonistas. Intérpretes que, además, deberán ser los co-constructores de ese programa, partícipes imprescindibles que aporten, desde la experiencia popular, los datos, sentires y deseos que hagan posible generar la fortaleza que pueda asegurar el éxito de lo que se planifique.

¿Por qué, entonces, esto que parece (y es) tan claro y necesario, no tiene correlato en la construcción política del mayor Movimiento Nacional y Popular, sobre todo en tiempos de tanta oscuridad social y negación de la verdad por parte de los inescrupulosos gobernantes que hemos permitido que se apoderen de las consciencias de una ciudadanía inerme y devastada? ¿Qué extraño (o no tanto) impulso suicida hace que el peronismo se auto-consuma en un internismo degradante de su referencia doctrinaria, postergando al infinito la tarea fundamental dejada por su creador a las generaciones que lo sucedieron?

Ahora mismo, en medio de la peor histeria genocida de los vendepatria gobernantes, cuando la miseria asola a cada vez mayor cantidad de personas, cuando el piberío padece las peores condiciones alimentarias desde que se tenga memoria en esta “democracia” berreta y tránsfuga, los programas brillan por sus ausencias. Sin embargo, no paran de surgir “referentes”, supuestos o reales traductores de la realidad, “candidatos” para esto o aquello, ofertas de futuros funcionarios, una especie de “mercado” donde elegir conductores que pueden ser mejores o peores, pero a los que no les antecede ningún programa, ningún plan elaborado junto a sus actores principales.

Los sufrientes de siempre, los ninguneados de toda la vida, los postergados de la historia, los negados protagonistas de la verdadera Patria, los que escriben su relato en el barro de la cotidianeidad, nunca alcanzan el pedestal merecido por sus eternas degradaciones, infringidas por sus enemigos, pero consumadas por la incoherencia de los actos de sus supuestos representantes con la ideología que gritan a los cuatro vientos y traicionan en los recintos parlamentarios.

No parecen tiempos para esperas infinitas. La anulación de los derechos se ha convertido en un deporte nacional y el embrutecimiento es la paradoja de un sistema mediático construido para destruir la racionalidad. El poder de los poderosos está alcanzando dimensiones inconcebibles para una sociedad que pretenda serlo. La “libertad” es ahora una palabreja degradada por los autores de una inmoralidad sin límites, acompañados por una masa informe de imbecilizados negadores de sus propias realidades históricas.

Por eso la necesidad imperiosa de un programa, de un plan que ilusione por sus contenidos, pero más aún por la metodología de su elaboración conjunta. Fue el propio generador de la Doctrina quien le otorgó a las generaciones que le sucedieron el poder de decidir su aplicación, su adaptación a la época y la construcción de los planes que aseguraran la continuidad histórica de su legado, donde los conceptos de soberanía, independencia y justicia social sean la única base innegociable.

Quienes estén convencidos, por las razones que sean, de ser capaces de conducir un proyecto semejante, deberían asumir ese liderazgo invitando al Pueblo a estudiar y construir un plan para una Patria nueva, a protagonizar el futuro inmediato, a trascender sus propias figuras, para elevarse por sobre la mirada corta hasta alcanzar el horizonte de una Argentina donde la meta sea, simplemente, la sencilla (pero verdadera) felicidad popular.

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