martes, 15 de noviembre de 2022

LA EXALTACIÓN DE LA BREVEDAD

Por Roberto Marra

Intentar describir la realidad desde un punto de vista ajeno al de quienes manejan las comunicaciones oligopólicamente, es una tarea casi perdida de antemano. Uno se empeña, por convicciones, en no transitar ese camino plagado de falsedades armado para que el grueso de la población sólo perciba la verdad “fabricada” a medida de los intereses del Poder Real. Pero son muy pocos los que intentan, aunque sea, espiar otras descripciones de lo cotidiano, automarginándose de lo esencial, que si se quiere ver, está allí, al alcance de cualquier mirada reflexiva.

Adaptándose a las ideas de sus enemigos, millones de personas aceptan como única manera de comunicar, la estudiada retórica hegemónica, que les indica que todo tiene que ser breve, minimalista, comprimido, casi relampagueante. Sólo “estallidos” de noticias malversadas, impactos de “meteoritos” verbales sin sustancia, relatos para un consumo tan rápido como el de las hamburguesas de la cajita feliz.

Brutales pero eficaces, los creadores de la cultura de la velocidad comunicacional, nos han ganado las voluntades. Nos empujaron a consumir sus diatribas sin tiempo para respuestas, porque no lo hay para pensar. Razonar es un acto casi imposible, cuando se bombardea con un revoltijo de noticias que no lo son, o sólo lo fueron en su origen, para luego malversarlas y enredarnos en sus maniqueas elaboraciones mediáticas.

La cultura de lo efímero tiene su cénit en las expresiones musicales, donde las imágenes desaparecen casi al instante de aparecer, como espasmódicas muestras de algo que se quiere decir, pero no se dice del todo. Fugaces alegorías a la rapidez expresiva, todo se reduce a sensaciones lumínicas que abruman pero seducen por lo que parece verse, pero no se ve del todo.

No hay dudas que los dueños del mundo saben cómo dominarnos desde la raiz de nuestras pulsiones. Encuentran siempre el camino más corto a nuestras debilidades, cuestión que se ve favorecida por el previo golpeteo de millones de breviarios incongruentes, pero inteligentemente dispuestos.

Tienen además, a su favor, la ingente ayuda de la cohorte local de imbéciles creídos de superioridades intelectuales que ofician de “periodistas”. Con ese “ejército” de engreídos de pertenencias imposibles, nos ganan las batallas periódicas desde sus redes invasoras de pertenencias culturales. Nos informan lo que nunca se puede corroborar, nos anestesian con determinismos sin sustancia, nos anulan las voluntades con miedos inventados a la medida de sus necesidades dominantes. Nos inducen, con implacable certeza, a la repetición de nuestros errores, haciendo infinitas nuestras desgracias.

Somos carne de cañón de sus espasmos de decisiones injustas, pero transmitidas como imprescindibles. Somos eslabones de una cadena de la que intuimos que debemos separarnos, pero no nos convencemos del todo que hay que romperlas para ser, nosotros mismos, los constructores de un destino invadido por este enemigo oscuro y maloliente, inventor de la rapidez mediática, de la velocidad como paradigma, de la fugacidad como metodología de anulación del deseo de mejores vidas.

Somos capaces de ser mejores, porque ya lo fuimos. Sólo es preciso hacer la necesaria pausa para recorrer la historia escondida detrás de las mentiras cotidianas, aplastada por las brevedades destructoras de las capacidades cognitivas. Y fundar, a partir de ese conocimiento sustraído desde nuestras infancias, nuestra propia cultura comunicacional, para que sea, soberanamente, nacional y popular.

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