martes, 3 de agosto de 2021

ENTRE EGOS Y NECESIDADES

Por Roberto Marra

En política, no siempre dos más dos, suman cuatro. En general, esta imprescindible ciencia social genera en sus activistas relaciones complejas con la realidad, a la que, muchas veces, no la ven tal y como es, sino como desea que fuera. De allí, a la interminable y repetida multiplicación de senderos en los que se subdividen los grupos que adscriben a determinada ideología, solo resta el paso de tamizarla con el cedazo del ego, manifestación presente en todos los individuos, pero de notable prevalencia en quienes se han erigido como dirigentes políticos.

Esta natural forma de autopercibirse como sujeto necesario, forma parte de la manera de conducirse y conducir que tienen muchos de quienes han logrado un amplio apoyo por parte de los militantes de su partido o sector político, y la sociedad donde desarrollan sus acciones institucionales. Las personas en cuestión, están convencidas de que los roles que han asumido, las han transformado en referentes de la ideología que intentan hacer prevalecer sobre otras, generando en sus seguidores sentimientos de similares características, con lo cual se ven fortalecidos sus pretensiones de continuidad representativa.

En buena parte de estos actores de la política, estas actitudes resultan un incentivo para elevar la calidad de sus acciones. En otros, solo resultan ser el alimento de sus permanencias infinitas en los cargos a los que hayan accedido, sin otra pretensión que asegurarse beneficios personales o de grupo. Sin embargo, el tamiz de la propaganda pre-electoral, los apoyos de los medios que coinciden con los intereses que defienden cada uno, la capacidad de la población para comprender los mensajes que les transmiten y la voluntad del Poder Real para impulsar a unos u otros según sus conveniencias, pueden diluir las diferencias entre los dirigentes, convirtiendo a la política en un lodo donde se estancan las ideas y se frenan los desarrollos.

Manifestarse como “diferentes” es la permanente manera de presentarse de la mayoría de los dirigentes. Es un modo de adquirir notoriedad opositora ante quien se haya elevado en la consideración popular, o una forma de los ya notorios, de impedir la elevación de las figuras antagónicas. Como sea, se trata de una especie de “juego” de egos que no conlleva la comprensión de sus ideas, sino la adhesión inconsciente a sus respectivas figuras, a sus maneras de ser y actuar, dejando de lado los conceptos doctrinarios.

Lejos de actuar como Pueblo, gran parte de la sociedad se autopercibe como “masa” adherente a uno u otro, resultando un seguidismo sin profundidad analítica, una exaltación de las virtudes de los dirigentes en cuestión, por el solo hecho de serlo. No se trata de pensar que los ciudadanos no son capaces de evaluar las cualidades intrínsecas de los individuos a quienes siguen con pasión, sino de comprender que existe un permanente búsqueda de salidas a los atolladeros económicos y sociales con la mayor prontitud. Esa necesidad popular genera conexiones sentimentales con determinados dirigentes o conductores políticos, buscando en ellos la revelación de un “mesías” que modifique la realidad que los atosiga.

Al llegar la épocas electorales, se manifiestan con mayor intensidad estas actitudes de unos y otros. Hay quienes comprenden el todo, evalúan las necesidades populares, sopesan las capacidades propias y ajenas, miden la posibilidad dañosa de los poderosos, y tratan de construir una fuerza capaz de hacer frente a esos desafíos complejos y elaborar estrategias y tácticas que logren vencer a los adversarios y frenar a los enemigos.

Pero hay los que especulan, aún formando parte de los mismos espacios políticos que aquellos que actúan con lealtad a los postulados originarios del partido o movimiento al que pertenecen. Lo hacen convencidos que resulta útil ganar una elección a como dé lugar. Es así que, para lograrlo, se suelen alíar con quienes poseen un “prontuario” político que no se destaca por la limpieza de sus actos, ni la correlación con las ideas que se dicen defender. Si triunfan (electoralmente), los resultados de sus acciones políticas no serán las que necesite el Pueblo del que lograron sus favores, sino los que resulten de los intereses de quienes les ayudaron a ganar. Con lo cual, el contubernio se habrá consumado y la frustración popular puede que se derive hacia la negación de la política como método.

Las disputas internas en un partido o movimiento, debieran ser útiles para determinar quienes son las personas que están más capacitadas para conducir y cuales son las características con las que se deberán aplicar los conceptos doctrinarios que sostiene esa fuerza política en el futuro inmediato. Para poder logar esos objetivos, debe aleccionarse a la militancia y al Pueblo todo a la comprensión cabal de los postulados de la Doctrina sustentada. Deben difundirse con pasión y calidad tales ideas, de manera de alumbrar las conciencias mayoritarias antes de enfrentarse con el deber fundamental de elegir a sus representantes.

Nadie puede negar la participación del ego de cada participante en esas contiendas, pero contenidas entre márgenes derivados de la comprensión del deber supremo de los dirigentes de representar los intereses colectivos antes que el individual. Erigirse en “el único”, “el mejor”, termina desarmando la unidad de criterios mínimos que una fuerza debe sostener ante las adversidades de los grandes enemigos del Pueblo. Dividir a los militantes, mutliplica los esfuerzos inútilmente, para satisfacción de quienes buscan la derrota de las ideas que intentar cambiar la correlación de fuerzas con el Poder Real.

Somos humanos, portantes de sentidos y adhesiones espontáneos que determinan muchas de nuestras decisiones. Las políticas, entre ellas. Sin embargo, la experiencia de generaciones que han visto permanentemente postergados sus sueños, nos obligan a todos y todas a actuar con mayor capacidad de discernimiento, elevar la conciencia hacia estadíos superadores de los impulsos y construir métodos capaces de permitirnos elegir con justicia y razón a los y las mejores. La soberanía política está en el Pueblo, la responsabilidad de ejercerla con preeminencia de las ideas que posibiliten un futuro mejor, también.

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