domingo, 28 de febrero de 2021

DESPUÉS DE LA INERCIA

Por Roberto Marra

La inercia es un concepto derivado de la Primera Ley establecida por Isaac Newton. Aquello de que un cuerpo tiende a permanecer en reposo o en movimiento constante, salvo que se ejerza una fuerza sobre él, es aplicable no sólo al estudio de la física, sino también a las actividades humanas. La tendencia a permanecer en un determinado sistema de relaciones entre los integrantes de una sociedad, forma parte de la manera en que quienes ejercen poder sobre esa sociedad logran evitar la pérdida de ese dominio. Para lograr sus “objetivos inerciales”, los apropiadores de la mayor parte de los beneficios generados por una sociedad, cuentan con el producto más trascendente del desarrollo humano: la cultura.

Es la construcción de una cultura específica la que hace posible que los sectores más perjudicados por los resultados de la aplicación de un sistema económico y político profundamente inequitativo, terminen como defensores de quienes, objetivamente, los dañan casi en forma irreversible. Es la dogmatización de determinados conceptos creados al efecto por los “eruditos” del sistema, la que produce seres que se mueven al ritmo del Poder, en la dirección que éste necesita, inercialmente conducidos a la autodestrucción.

Es así que aparecen generalizaciones sobre hechos, sobre personas, sobre ideas, que se estigmatizan para evitar las obvias adhesiones que pudieran despertar ante la inercial manera de sobrevivencia padecida. De esa parte de la acción cultural, se ocupan los medios de comunicación, mayoritaria y hasta oligopólicamente en manos de los mismos poderosos sostenedores del sistema que los privilegia ante el resto de la sociedad.

Pero antes de la adultez, ya desde el mismo momento en que comienza la socialización del individuo, otro sistema, el educativo, se encarga de sembrar en los fértiles cerebros de niños y adolescentes, el gérmen de la subordinación a “lo establecido”. Las neuronas nuevecitas van absorviendo el legado cultural de la “necesaria” dominación de unos sobre otros, método que intenta construir personas egoístas y proclives a aceptar los mandatos elaborados con el fín último de contener cualquier atisbo de rebelión de las nuevas generaciones.

Aquí suele entrar a tallar un hecho parangonable a la Tercera Ley de Newton, eso de que a toda acción se le opone una reacción igual pero de sentido contrario. Esto sucede cuando los individuos logran extraer conocimientos de las experiencias personales y colectivas, que les permite discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño de quienes los dominan y la libertad auténtica de pensar sin ataduras a aquellos paradigmas creados para someterlos indefinidamente.

A partir de allí, la “reacción” se incrementará en forma proporcional a la profundización de los procesos de sometimiento que pretendan implementar desde el Poder Real, tan perversos como grande sea la fuerza que intente oponerse a esos oscuros mandatos. En ese “juego” de opuestos, la aparición de líderes de intelectos superiores, permiten la generación de ideas y valores capaces de conducir a gran parte de la sociedad al triunfo sobre sus dominadores, venciendo sobre la inercia que los ataba a un “pasado perpetuo”.

Pero lo realmente difícil, es mantener la fuerza empujando a tan poderosos antagonistas hacia su extinción, si es que tal cosa pudiera suceder alguna vez en forma definitiva. El arduo camino de la liberación implica saber que los enajenadores de la realidad no nos dejarán abrir la puerta a un nuevo y superior estadío, sin oponerse con toda su capacidad de destrucción, intrusando a los poderes políticos edificadores de soberanía popular, con los traidores que, inevitablemente, siempre logran comprar las prebendas otorgadas por los enemigos del Pueblo.

Mantener y acrecentar las fuerzas populares, dependerá siempre del nivel de conciencia adquirida y sostenida en el tiempo por la mayoría de ellas. El “alimento” más eficaz para eso es el conocimiento de la realidad, el manejo de la información sobre ella, la capacidad de comprensión de la ciudadanía convertida en protagonista de su propio destino. Es ese proceso virtuoso, la fuerza capaz de vencer a los silenciosos genocidas de una sociedad maniatada con falacias y sospechas, con tribunales habitados por una “raza” de oscuros personajes enemigos de la verdad y del Pueblo que los sustenta.

A partir de allí, no cabe sino aplicar la Segunda Ley de Newton, imprimiendo más fuerza todavía para acelerar el movimiento popular hasta hacerlo transponer aquel viejo portón de la dignidad negada, de la pobreza infinita, de la miseria consumada. Entonces sí, la revolución habrá de dejar de ser sólo un sueño eterno.

 

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