jueves, 16 de abril de 2020

DESPUÉS DEL TEMBLOR

Por Roberto Marra
En épocas de necesidades impostergables y de debacles económicas congruentes, se logran ver con mayor claridad las verdaderas características de los integrantes de cada sector social, convirtiendo las permanentes observaciones sobre la miserabilidad de muchos de sus integrantes en algo palpable. También es verificable que, a mayor poder, mayor nivel de miseria humana, fórmula que no por vieja deja de ser importante tener en cuenta a la hora de separar la paja de la maldad del trigo de la solidaridad.
Así sucede ante cada hecho de complejidad que afecta a la sociedad en su conjunto, mostrando que para descubrir el fondo de cada quien, solo hace falta observar con atención los comportamientos ante las urgencias que reclaman actitudes extraordinarias, fuera de lo común, aquellas a las que nos someten los apremios inesperados. Allí se podrán ver, con la transparencia que nunca dejó de estar, pero que siempre supieron ocultar muy bien desde los medios cómplices de los poderosos, la incapacidad de los ricos y famosos (y ladrones) empresarios de poseer algún atisbo de humanidad, una pizca del concepto de solidaridad, una ínfima molécula de sentido común.
Esta condición, sin embargo, no es atribuíble solo a estos apasionados acumuladores de riquezas (inevitablemente espúrias). También aparecen otros miembros de la sociedad, más “modestos” en sus atributos dinerarios, pero muy parecidos en cuanto a los comportamientos ante los demandantes momentos de incertidumbres sociales. Lo harán, siempre y cuando les permita sentirse alineados con los intereses de esos energúmenos del Poder Real que cimentan sus peculiares formas de ver la realidad, siempre tamizada por sus comunicadores “estrellas”, vulgares voceros de patrones inescrupulosos que andan por la vida como caballos con anteojeras (pero sin la nobleza de los cuadrúpedos en cuestión).
Además de esos pocos pero afanosos (en todo el sentido de la palabra) ricachones y el séquito de papanatas que los acompañan, la marea de cualquier situación de complejidades de muy difícil resolución, suele obnubilar a algunos integrantes de los medios de comunicación masivos, que intentan profundizar sus equidistancias entre ambos lados de la raya que separa la realidad popular del relato de un Poder que no se duerme nunca en los laureles de sus malditas victorias.
Quedar bien” con los que detentan la capacidad (casi) absoluta de decisión sobre cada acto político o hecho social, es parte del sistema que les permite mantenerse en el “candelero” mediático, mostrando un extraño apego a la doble vara, siempre contradictoria, con la que miden los hechos de acuerdo a las reglas establecidas por aquellos a los que parecen, en un primer momento, querer atacar con sus monsergas televisivas.
Otro modo de mostrar sus miserias comunicacionales es el ocultamiento de realidades que les molestan al imperio y sus genuflexos seguidores. Todo hecho que contradiga las tradicionales verborragias imperiales sobre los pueblos libertarios que buscan sus propios destinos, será ignorado o tergiversado, alentando confusiones que logran sus efectos por la apabullante preeminencia mediática que los sostienen.
La verdad se diluye en un mar de falsedades que nada tienen que ver con los hechos que dan origen a los comentarios. El objetivo solo es el de aplastar con falsos recuerdos de lo que nunca pasó a las conciencias de sus audiencias, ya acostumbradas al manejo de sus pensamientos casi como con control remoto. Las objetivas y hasta emocionantes muestras de solidaridad de esos países que forman ese ridículamente llamado “eje del mal”, son ignoradas o tergiversadas, en total acuerdo con los intereses del decadente imperio que poco y nada puede mostrar de solidario, ocupado como está siempre en asesinar y destruir pueblos enteros, solo por obtener un poco más de ese espeso líquido negro que parece obnubilarlos.
Cuando las nubes de lo apremiante se despejen, cuando el temblor haya pasado al anecdotario de nuestras vidas, será momento de recapacitar sobre estas realidades impuestas, sobre los hechos mentidos y las miserias acumuladas por siglos. Será la oportunidad (una más) de revolver en el arcón de la historia mal contada, en busca de las señales de un Mundo nuevo, que solo podrá construirse con la verdad revelada por tanta oscuridad despabilada. Allí habrá que ser capaces de reformular nuestras esperanzas, de someter a los sometedores y emerger de las cenizas de los miserables, para encontrar el camino seguro hacia el viejo sueño de una sociedad justa y solidaria.

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