domingo, 17 de mayo de 2015

¿PODEMOS SER OTRA COSA?

¿Podemos ser otra cosa?
Imagen Tiempo Argentino
Por Hernán Brienza*
No somos eso que dicen ligeramente algunos periodistas deportivos. Nosotros no somos eso. Me refiero a los argentinos. No somos eso. No somos ese tipo que corta el alambrado. Tampoco somos ese otro tipo que arrojó un preparado químico contra los jugadores de River Plate. Toda generalización es un acto de fascismo discursivo. Pero decir: "Los argentinos son esto o aquello" implica algo más que un desacertado método de comprensión del universo. Es una gran operación cultural destinada a destrozar la autoestima de los argentinos. 
¿Por qué un tipo con micrófono se cree con licencia para decir que mi hermana, que dedica su vida a salvar animales, por ejemplo, es igual que el energúmeno que protege al barra brava que agredió a los jugadores de River?

Sólo a un insensato se le podría ocurrir pensar que los argentinos somos todos iguales. O a alguien que tiene el amor propio devastado. O a alguien que no se considera argentino. Que se cree superior al resto. ¿Quién le dio a un periodista deportivo la facultad para hablar sobre el fútbol argentino en general, para hablar de cómo somos los argentinos?

Lo preocupante son las líneas argumentales, las hipocresías justificativas, los malabarismos discursivos para sostener la violencia entre caníbales.

No somos eso. Los argentinos no somos sólo eso. Pero parece que algunos necesitan socavar la autoestima de millones de argentinos para que nos sintamos eso. Para que pensemos que somos los peores del planeta sólo porque un par de criminales, amparados por una red criminal, hicieron lo que hicieron. 

¿Complicidad de la barra brava, la dirigencia, la policía, la política, los empresarios, el periodismo, los jugadores? Sí, claro, pero eso nos permite hablar de "los argentinos". 

Existe una tilinguería desmedida en algunos periodistas que espanta al más pintado. Incluso en los que comentan en la TV Pública. Siempre están dispuestos a sacar de sus entrañas la sarta de lugares comunes sobre "los argentinos somos así", "la sociedad violenta en la que vivimos", "entran por una puerta y salen por la otra", es decir, generalizaciones insustanciales, incomprobables e inconducentes.

Claro que no somos perfectos. Ni los mejores. Claro que eso que ocurrió el jueves es parte de nosotros. Los miles de hinchas gritando "River sos cagón", cuando había cuatro jugadores heridos con químicos, también somos nosotros. 

Y los jugadores de Boca intentando jugar el partido y aplaudiendo a la hinchada que gritaba contra las víctimas del ataque, también somos nosotros. Como fuimos nosotros cuando River destrozó su estadio cuando se fue a la B o cada vez que destrozan las barrabravas. Siempre somos nosotros. 

Somos nosotros cuando gran parte de la sociedad sostuvo a la dictadura militar o votó al menemismo, por ejemplo.

Pero, también, somos muchísimas otras cosas resplandecientes de dignidad. Pero no importa eso. Esto no es un tratado de autoayuda nacional. Simplemente se trata de demostrar una vez más la falacia de que los "argentinos somos lo peor del mundo", una operación cultural que está puesta allí, en el corazón de los lugares comunes para destrozar nuestra identidad colectiva, identidad fundamental a la hora de construir una noción que permita un desarrollo comunitario y solidario.

Lo ocurrido el jueves desató también una serie de encadenamientos argumentales y discursivos que muestran una de nuestras peores formas de relacionamiento: el pensamiento binario. River-Boca, Blanco-Negro, Amigo-Enemigo. 

He leído y escuchado desde la ristra de ataques xenófobos, descalificadores y discriminadores a los que muchos hinchas de River nos tienen acostumbrados, al rosario de estupideces justificadoras del ataque a los jugadores millonarios. A ver: una patada mal sancionada por un árbitro en un partido sólo justifica arrojar gas picante en la cabeza de un descerebrado; justificar la patada de Funes Moris porque en 1986 Passucci le encajó una plancha a Ruggieri sólo cabe en una mente afiebrada.

Nuestro país debe erradicar esas lógicas argumentales. Pido un mínimo de abstracción para comprender el próximo párrafo. No estoy hablando del hincha de River o de Boca, de peronista o el anti peronista, del kirchnerista o antikirchnerista, me refiero a la línea argumental de justificación, al modelo de reflexión que utiliza quien piensa de esta manera. 

Por ejemplo, los que creen que una patada justifica el uso del gas tumbero, ¿son los mismos que justifican la represión ilegal por los crímenes de las organizaciones político-militares? ¿Son los mismos que justifican el bombardeo a la Plaza de Mayo por las actitudes autoritarias de Juan Domingo Perón? ¿Son los mismos que justifican los femicidios porque la mujer era infiel? ¿Son los mismos que justifican lo injustificable siempre? ¿O son otros? ¿O van cambiando?

Los hechos son incomparables, claro,  pero ¿así funciona nuestra racionalidad binaria en la Argentina? ¿Nuestro fanatismo? ¿Nuestra sin razón? ¿No hay posibilidad de un pacto para vivir? ¿No es posible ponernos de acuerdo en que arrojarle un frasco de gas tumbero a un trabajador no tiene ninguna justificación posible? ¿Que matar no tiene ninguna justificación posible? ¿Que torturar no tiene ninguna justificación posible?

Nicolas Shumway, en su libro un tanto esquemático La invención de la Argentina escribió alguna vez: "La Argentina es una casa dividida contra sí misma y lo ha sido al menos desde que Moreno se enfrentó a Saavedra. En el mejor de los casos, las divisiones llevan a un impasse letárgico en la que nadie sufre demasiado; en el peor, la rivalidad, las sospechas y los odios de un grupo por el otro, cada uno con su idea distinta de la historia, la identidad y el destino, llevan a baños de sangre como las guerras civiles del siglo pasado o a la guerra sucia de fines de la década de 1970".

Como en una letanía, siempre que la violencia irrumpe en el fútbol o en la política, pienso en esta profecía de Shumway. A veces, creo que siempre estamos asomados a la balaustrada del horror. La mayoría de las veces pienso que 32 años de democracia no pueden ser en vano, que algo aprendimos sobre la pluralidad, la diversidad y la tolerancia.

Esta nota no habló de hechos. No importa lo que realmente ocurrió el jueves. Alguien dirá que "mezclar" fútbol y política no corresponde. Pero es que esta nota trata sobre los discursos que se elaboraron a partir de una cuestión específica. Podría haber sido uno u otro el culpable. Eso no importa. Lo preocupante son las líneas argumentales, las hipocresías justificativas, los malabarismos discursivos para sostener la violencia entre caníbales. 

No somos eso. No todos somos eso. No deberíamos serlo. O Deberíamos dejar de serlo.

*Publicado en Tiempo Argentino

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