domingo, 12 de septiembre de 2010

UN SÍMBOLO DEL CORAJE Y LA DISCRECIÓN

Por Carlos Polimeni*

Un día de 1938 un empresario de Valentín Alsina decidió promocionarla como “Carlos Gardel en polleras”, con el único propósito de vender entradas para una actuación suya. A ella, que era una muchacha aún veinteañera no le gustó nada la comparación. Ese año había muerto Agustín Magaldi y hacía tres que el accidente de Medellín había acabado con los días del Mudo. Nadie por entonces podía imaginar, sin embargo, que la definición quedaría para siempre. El viernes pasado, Nelly Omar cumplió 99 años, vivita y coleando, dueña de una voz que sigue asombrando y memoria viva de épocas que son Historia, así, con mayúsculas.
Parida por la era de los “cantores nacionales” cuando aún no había llegado el momento de las grandes orquestas del tango, Omar sigue teniendo centenares de miles de admiradores por los meandros de la Argentina secreta. Por peronista se comió, como muchos otros artistas e intelectuales, un silencio de muchos años después del golpe de 1955. Ella, que había grabado La descamisada y era amiga personal de Eva Duarte desde antes de la aparición en su vida de Juan Perón, no ejerció jamás el oficio del rencor. En mayo del año pasado, casi a los 98 septiembres, llenó el Luna Park, por ejemplo, ganándole todas las partidas al destino. Y cantando, que es lo importante, como si tuviera... cuarenta años menos.

Nelly Omar es un símbolo de muchas cosas, entre ellas, la discreción. Durante casi cincuenta años, por ejemplo, guardó silencio público sobre su relación de amor con el poeta Homero Manzi, cuyo complicado desarrollo en clandestinidad legó al tango temas del nivel de Fuimos, Torrente, Su carta no llegó, Solamente ella, Tu desprecio y Después, entre otros. Cuando la mayoría de los afectados ya no estaban en este mundo –ambos estaban casados cuando iniciaron una relación–, un día contó con discreción la verdad sobre aquel romance del que los historiadores hablaban entre bambalinas. Lo hizo ante una consulta del escritor Horacio Salas, que estaba dándole los toques finales a una biografía del poeta y periodista. Allí testimonió que Manzi había escrito en su casa de mujer separada obras inmortales como Che bandoneón y El último organito, y que en su momento le pidió, por ejemplo, que cantando por teléfono le pasara la letra de Sur a su amigo Edmundo Rivero. En su momento, Manzi había dicho que se había inspirado en un personaje que había conocido en un cabaret fuera del país para escribir la historia de Malena, aquella mujer que cantaba el tango como ninguna porque en cada verso ponía su corazón. El año pasado, sin dudarlo ya, en una de las entrevistas que concedió por su retorno al Luna Park, Nelly Omar lo dijo sin vueltas: “Malena soy yo”.

“Conocí a Homero en el año 1938”, le contó hace una década al biógrafo del gran amor de su vida. “Yo cantaba en Radio Splendid y él escribía el libreto del programa y leía unas glosas. La verdad es que me festejó desde el primer día. Yo era muy tímida y ni me le acercaba, pero él continuó llamándome y buscándome a lo largo de cinco años. Yo estaba casada con el doctor Antonio Molina, pero nuestro matrimonio había sido un fracaso y nos llevábamos muy mal. Finalmente, en 1943 decidí separarme. Mi hermana Gori durante mucho tiempo me decía: ‘¿Por qué no te divorciás, si Homero es una buena persona y se nota que te quiere en serio? Escuchálo’. Estuvimos juntos desde entonces hasta su muerte, pero nunca convivimos, por más que planeamos varias veces casarnos por México o por Montevideo, porque entonces no había divorcio en la Argentina. Incluso proyectamos irnos a vivir juntos, pero mi abogado me había dicho que para mi separación no convenía mientras hacíamos los trámites judiciales. Ya habíamos decidido comenzar nuestra vida en común, a pesar de que Homero sufría por miedo a hacerle mal a su hijo, al que quería muchísimo, cuando después de un viaje a la ciudad de Lincoln, donde permaneció algún tiempo, comenzó a sentir las primeras molestias. Era el día de Navidad de 1946 cuando, después de visitar al médico vino a casa, a las once de la noche, y me dijo que tenía cáncer, pero que lo iba a pelear hasta último momento, como en realidad lo hizo. Con la enfermedad ya no hubo tiempo de pensar en nosotros, lo único importante para mí era que él mejorara”.

La enfermedad que se llevó a Manzi de la vida en diciembre de 1951, a los 44 años, fue, entonces, según su versión, la que impidió la formalización en público de una relación maldita, que acompañó, por otra parte, sus primeros años de gloria, con el acceso del peronismo al poder luego de 1943. “Ya cuando estaba internado en el sanatorio en que lo operaron más de una vez, el doctor Raúl Matera, que estaba al tanto de todo, para evitarle cualquier disgusto porque alguien de la familia pudiera verme, me citaba por ejemplo a las cuatro de la madrugada, para que nos encontráramos un rato en un momento en que no había nadie con él”, contó sobre aquel tiempo ido, pero hasta entonces lleno de legendarias situaciones que nadie confirmaba. “En los años que estuvimos juntos, debido a nuestra situación, tuvimos muchos desencuentros, no voy a negarlo, y cada vez que estábamos separados él me escribía tangos, que era su manera de comunicarse, de decirme que me extrañaba. (...) Pero todos sus amigos sabían que era la destinataria de sus versos. Y tarde o temprano volvíamos a reunirnos.” Era esa relación, en efecto, la que hacía escribir a uno de los hombres más importantes de la poesía popular argentina torturados versos tremendos como “Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza/que no puede vislumbrar su tarde mansa/. Fuimos el viajero que no implora, que no reza/ que no llora, que se echó a morir”, o “Después…/ la luna en sangre y tu emoción/ y el anticipo del final/ en un oscuro nubarrón./ Luego… irremediablemente/ tus ojos tan ausentes/ llorando sin dolor…”.

Omar nació el 10 de septiembre de 1911 en la localidad de Laguna Alsina, cerca de la ciudad de Guaminí, en la provincia de Buenos Aires, como hija del capataz guitarrero de la estancia La Atrevida. Estudió canto académico, pero de adolescente ingresó en el Conjunto Nativista Cenizas del Fogón e inició un camino en el terreno del canto campero, al que fue incorporándole de a poco tangos y milongas. Fue una figura muy popular en la radio de los años ’30. En 1937, por ejemplo, la revista Caras y Caretas la considera “primera entre las cancionistas” nacionales y en radio trabajaba con grandes figuras como Magaldi o Libertad Lamarque, con libretos escritos, generalmente, por Enrique Cadícamo. Filmó películas y llegó a grabar su primer disco para el sello Odeón, con un repertorio integrado por Adiós pampa mía, Canción desesperada, El Morocho y el Oriental, Rosas de otoño, Sentimiento gaucho, Sus ojos se cerraron, Déjame, no quiero verte nunca más, La canción de Buenos Aires, Desde el alma y Nobleza de arrabal.

Conoció y se hizo amiga de Evita por una pasión en común bastante inusual, como la aviación. Durante los dos primeros gobiernos peronistas, fue una figura clave en la relación del Estado con los artistas. Grabó Ese pueblo y La descamisada , para la campaña electoral del ’45, y actuó con la camiseta puesta por todo el país, segura de en qué lugar quería estar. La pasó mal luego del golpe de Estado del ’55, repudiada y sin trabajo, luego de un allanamiento a su casa, en busca de documentos que revelaran vaya a saberse qué. “Deambulaba de un lado a otro, golpeando puertas, y nadie me daba bolilla”, contó sobre esa época. Desaparecieron todos los amigos. Yo iba a pedir trabajo, nada más. Hasta que apareció un trabajo en una cantina.” Luego se fue a vivir a Uruguay, y después a Venezuela. Más tarde se retiró, cansada del silencio y del menosprecio interesado. Pero de a poco fue volviendo, y aquí está, rumbo a sus cien años. Le encanta haber llegado viva hasta aquí.

*Publicado en Miradas al Sur

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