Por Roberto Marra
Tal como “Cambalache” lo cantaba, el mundo es una porquería. O peor que eso. Es un amontonamiento de porquerías. Y más aún: lo es, mientras millones de subalimentados materiales y sobrealimentados mediáticos vivan a sus verdugos, denostan a quienes intentan explicarles la realidad que se escurre entre sus dedos manipuladores de celulares, y se burlan de aquellos que todavía buscan en la historia las razones para seguir andando hacia una utopía que no quieren dejar morir.











