La muerte de las ideas, el fin del humanismo, la rendición definitiva de la sociedad ante la supremacía de las finanzas y sus dueños. Ese es el objetivo de esta bestialidad re-colonizadora, conducida desde el imperio y expresada con la brutalidad propia del perverso elegido por una mayoria social desconectada de la condición humana. Con alegría expresan sus mendacidades conducentes a la última decadencia, a la desaparición de la Nación, al latrocinio desesperado de las riquezas territoriales y sus subsuelos. Con pasión desbordante nos cuentan futuros inconexos con sus actos degradantes. Con delirio eufórico nos advierten de las atrocidades por venir, como venenoso alimento de las masas desclasadas en que convirtieron a una mayoría absorbida por la estupidez mediatizada. Con desenfreno actúan sus voceros cotidianos, creídos de superioridades definitivas, voluntariosos comandantes de la vocinglería anuladora de principios soberanos, pertinaces relatores de verdades armadas con (des)inteligencia artificial, abusadores de millones de imbecilizados por la fuerza del temor a un enemigo que sólo lo es del Poder Real. La realidad yace en el piso de la indignidad, soportando el peso de millones de domesticados que se ofrecen gustosos para el martirio al que son conducidos.
La palabra “soberanía” fue sacada del diccionario popular, pisoteada por los creídos dueños del “mundo libre”, voraces demandantes de recursos ajenos que siempre consideraron suyos. La acepción “independencia” ha sido aplastada por la invasión descarada de los “comandos sureños” de un imperio tan decadente como genocida. Y la “justicia social”, es ahora un simple recuerdo nostalgioso de quienes todavía cultivan el olvidado arte de la memoria cotidiana.
De este lado de la comprensión, desde este costado de la vida donde pareciera primar la cordura de la empatía y la solidaridad, todavía se continúa analizando cuando rebelarse, cuando enfrentar a semejante monstruo delirante, cuando poner freno a la brutalidad desvastadora de nuestras humanidades. Pero no hay tiempo ya para la postergación de la lucha frontal y real contra este enemigo capaz de tomar hasta las consciencias de los conscientes, hasta la concepción misma de la palabra libertad, puesta en disvalor por energúmenos menos que antidiluvianos.
Un terremoto provocado por un magma social es lo que se necesita. Un temblor que sacuda la modorra de la “siesta” de legisladores y supuestos “dirigentes”. Un tsunami de ansiedades convertidas en acciones reconstructoras de un Movimiento que se mueva de verdad, que atraviese las paredes de las falsas “unidades” y transforme el fuego interior de cada uno en llamarada conjunta, en grito atronador de nuestras verdades, en pizarrón elemental donde anotar las viejas-nuevas verdades que nos conduzcan a la alegría de las felicidades robadas.
Hace falta volver a pronunciar la palabra “revolución”, sin miedo ni tapujos, sin promesas vanas ni valores dislocados de nuestra historia popular. Volver a gritarla en las calles como necesidad y razón de la sobrevivencia de una sociedad a la que le quieren robar (y lo están logrando) el continente más certero de sus sueños: la Patria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario