Se está alimentando la división, en nombre de la unidad. Se está generando rencor contra un dirigente, Kicillof, por parte de quienes pretenden ser más kirchneristas que Cristina. Se intenta demostrar pertenencia, poniendo en duda la ajena. Se procura intimidar con menosprecios a aquellos que se expresen con pasión por elevar la consideración de ese dirigente, tildándolos de desleales. Se busca, casi como “rebusque” de mejores cargos, la división antojadiza entre quienes comparten doctrina y herencias de sentimientos irreductibles. Se está conduciendo la posibilidad de una salida al descalce de la realidad en la que transitamos, al abismo de la implosión de un Movimiento que no puede ni debe banalizarse por egos miserables ni espurias intenciones individualistas.
La búsqueda de “la razón” por la razón misma, el intento obstructivo de cuanta acción se proponga desde un sector que los enemigos reales pretenden negar, la generación de alternativas que llamen a los apáticos a levantar sus ánimos y promover la comprensión de la necesidad de la lucha permanente contra el monstruo neoliberal que nos persigue (y nos alcanza) desde 1976, son elementos de razonamientos básicos para conmover las estructuras movimientistas populares, para convocar a la congruencia de sus actos a las agrupaciones que intentan hacer sobrevivir las ideas a fuerza de tozudez y militancia apasionada, pero cada una por su lado.
El despliegue “publicitario” contra la figura de Áxel Kicillof y la permanencia de los ataques furibundos de odio y la persecución (pseudo)judicial hacia Cristina Fernández, ponen blanco sobre negro las intenciones del Poder Real y sus sirvientes del periodismo vendepatria (y también de ciertos periodistas que se creen estrellas del descubrimiento de intrigas internas). Enfrentando a estos dos líderes, de dimensiones diferentes pero objetivos comunes, pretenden alejar la posibilidad del imprescindible giro en las políticas nacionales hacia los valores de justicia social, soberanía e independencia.
Resulta insoportable la diatriba permanente de los apátridas y sus lacayos contra cualquier idea que ellos denominan “populismo”, con tal de no poner en sus labios la palabra que les quema sus entrañas mal paridas: peronismo. Con eufemismos intentan retroceder el reloj al siglo XIX, con verbas putrefactas rebuscan promover el desprecio hacia los y las mejores representantes de aquella doctrina que surgió desde aquel “barro sublevado” que torció la historia para siempre. Y compran sus falsas verdades muchos de quienes se pretenden “auténticos”, sin ser más que bufones del aparato comunicacional al servicio del imperio que observa gozoso su accionar dislocador de su archi-enemigo local.
La estupidez como bandera, la ignorancia como base, la brutalidad como arma de guerra verbal. Todo condimentado por la miopera de muchos y muchas representantes legislativos que se erigen en defensores de una u otra parte de la promovida “lucha interna”, cáncer generado por un chupamedismo sin otra meta que los beneficios personales.
¿Será que se busca de verdad reinvindicar las bases doctrinarias, los proyectos inclusivos y las bases de una reconstrucción nacional cierta? ¿Será que hay, en esos discursos defensores de una sola parte de esa división inventada, alguna razón que no conocemos porque no quieren que la sepamos? ¿Será que será posible apostar por la unidad sin segundas intenciones, por la conjunción de las acciones populares contra el único enemigo que nos debe importar ahora y siempre? ¿Será necesario que nos degraden como Nación, que nos subsuman en el odio generalizado, que nos re-conviertan en la colonia que desean los invasores imperiales y sus traidores locales, para recién allí reaccionar, cuando ya nada quede, cuando la vida de verdad sea un recuerdo imposible de alcanzar para los sobrevivientes de la catástrofe social en ciernes? ¿Será factible que alguna vez se deje de poner el carro del enfrentamiento interno, por delante del caballo del acuerdo programático que nos acerque al legado póstumo del creador del mayor Movimiento nacional y Popular de nuestra historia? ¿Seremos capaces de hacer, por fin, que la organización venza al tiempo?
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