viernes, 5 de abril de 2024

NO MÁS TIEMPO AL TIEMPO

NO MÁS TIEMPO AL TIEMPO

Por Roberto Marra

...Perdona, mi amor
Por tanto hablar, es que quiero ayudar
Al mundo cambiar, ¡qué loco!
Si realmente se pudiera
Y todo el mundo se pusiera alguna vez a realizar...

El tiempo es veloz” - David Lebon

El tiempo es uno de los temas más complejos de desentrañar para los humanos. Nuestra vida es finita, sabemos de su escasez, buscamos extenderla, intentamos descifrar los “codigos” que nos permitan vivir más y mejor. En esos intentos se nos va mucho de ese “tiempo” tan demandado y tan esquivo. Pero es casi una condición de nuestro ser, el buscar y rebuscar la “piedra filosofal” que transforme el herrumboso material de nuestra existencia en el relumbrante oro de la renovación de oportunidades temporales.

Pero, en esa batalla contra el paso de los días, se nos atraviesan oscuros padeceres provocados por quienes están empeñados en que nuestras existencias se reduzcan y, además, sean lo más desgraciadas posible. Más increíble todavía resulta saber que son actos de nuestros congéneres, tan padecientes como nosotros, los que producen y reproducen esos engendros que nos maltratan, nos empujan contra la pared de la tortura cotidiana y nos subsumen en los sufrimientoss que nos reducen a simples “cosas”, menos que humanos, casi intrascendentes.

Por esos caminos, transitados tantas veces, volvemos ahora a encontrarnos en manos de los fabricantes de desgracias ajenas y porvenires propios más obscenos que pudieran existir. En ese sendero donde con cada paso hacia adelante, retrocedemos, nos hemos hundido otra vez, con el olvido como herramienta, con la obnubilación como enfermedad endémica, derivada del éxito de los mismos autores de siempre, los monstruosos hacedores de la miseria renovada, del hambre postergable, de la sobrevida infeliz y el futuro nebuloso.

Son pertinaces y muy capaces nuestros victimarios. Aplican metodologías que estudian y renuevan para el dominio cada vez más profundo de nuestras voluntades. Transmiten confianza en resultados jamás comprobados, pero bien expresados mediáticamente, de modo de resultar tan atractivos como liberadores de esfuerzos para el logro de los objetivos materiales que, en realidad, nunca se obtendrán.

La base de estas elucubraciones antisociales está en el desprecio al otro, en la negación del valor de las vidas ajenas. El virus del odio se inyecta con la enorme jeringa de la mentira programada, multiplicando las voces de los verdugos, haciendo de la verdad un retorcido manojo de agresiones hacia las mejores personas, obturando las salidas del ultraje en el que sobrevivimos con destino de temprana muerte civil. Y de la otra...

Para el logro de semejante improperio antisocial permanente, se unen los dueños de un Poder logrado, inexorablemente, con el sacrificio de millones de vidas de “nadies”, con la incapacidad de empatía de otros tantos millones de votantes buscadores de soluciones mágicas y finales trágicos para sus inventados enemigos. Los primeros nunca aceptarán sus condiciones de victimarios, y los segundos no querrán hacerse cargo de sus responsabilidades de los males generados por traicionarse a sí mismos.

Culpables unos, responsables por complicidad (tal vez incomprendida) los otros, todo redunda en el retraso de la historia, en la postergación de lo que, aunque se intente demoler cada vez que asumen el mando los asesinos de la realidad, renace por la fuerza de su trascendencia. Una trascendencia que emana de la condición de haber nacido de las entrañas mismas de un Pueblo que alguna vez supo hacerse interpretar por líderes que tocaban la misma partitura que sus liderados.

Ahora están tocando otra vez la insoportable música de la decadencia, haciéndonos bailar al ritmo de la destrucción y la ruina. Nuevamente, la misma banda de delincuentes seriales apropiándose de lo ajeno, sumiéndonos en la desgracia de la pérdida del tiempo y los esfuerzos de tantas generaciones, haciendo añicos el producto del trabajo colectivo y aplastando las ideas que fueron capaces de aunarnos detrás de tan nobles objetivos de grandeza popular.

El tiempo nos demanda acelerar nuestras luchas. Pero más se lo demanda a quienes asumieron, por su propia voluntad, nuestra representación. Es hora de mover algo más que sus asientos, para llenarlos de dignidad, generando la defensa de los intereses mayoritarios con hidalguía, demostrando el coraje que se requiere ante semejante crueldad genocida, para convertir esta derrota en punto de partida de un triunfo que, por imprescindible, deberá lograrse antes que la Patria sea desguazada y vendida al eterno postor que nos pretende como su colonia. Entonces sí podremos hablar de tiempo ganado al tiempo.

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