miércoles, 17 de mayo de 2023

LA INFAMIA Y EL PROGRAMA

Por Roberto Marra

Hemos vuelto hacia atrás en el tiempo, hasta la época de la Antigua Roma. Allí nació una institución denominada “infamia”, consistente en la degradación del honor y la reputación de un ciudadano ante la sociedad. Al tacharle de “infamis”, se pretendía hacer desaparecer el reconocimiento positivo que ese ciudadano tuviese ante la sociedad. Tenía, además, una consecuencia práctica directa: ya no podría votar en los comicios ni acceder a cargos electivos. El magistrado que se encargaba de establecer esa condición de “infamis”, era el “Censor”.

Dos milenios después, en esta Argentina sometida al escarnio permanente de los poderosos, apurada por las miserias creadas por ellos para sus beneficios, con una sociedad desesperada por encontrar la puerta que le permita pasar a un estadío superador de sus padecimientos económicos, otra vez aparece esa expresión proscriptiva de la infamia, esta vez con cuatro “censores” leguleyos, partícipes de un “grupo de tareas” supuestamente jurídico, cómplices de ese Poder Real al que sirven con la misma pasión que los medios lavadores de cerebros de los que se sirven para encolumnar a millones de personas detrás de consignas incoherentes con la solución de sus padecimientos.

Aquí estamos ahora, impedidos de ejercer nuestros derechos, tan retorcidos por la maraña de despropósitos emergidos de esa corte supremacista. Ahí están ahora y desde siempre, pretendiendo manchar la honra de una mujer que los obnubila por su bravura e inteligencia, anulando la posibilidad de representarnos por decisión de esos enajenados de las leyes, amantes de los decretos designatorios de sus mandatos. Y allí está ella, emergiendo por encima de sus captores ilegales, sosteniendo las banderas y ordenando la involuntaria pero imprescindible acción reparadora de semejante aberración jurídica en ciernes. Y nos grita: ¡programa!

No es la primera vez que lo hace, tanto lo de señalarnos la imposibilidad de su candidatura como la necesidad imperiosa de elaboración de ese programa ordenador de voluntades por encima de las candidaturas. Pero las respuestas siguen siendo las caras de los posibles candidatos, olvidando a los pocos segundos de escucharlas, las palabras señeras de esta estadista que intenta reparar los daños autoinfringidos por tanta cobardía gubernamental.

Los medios se encargan de anular lo central de su discurso, colocando nuevamente los rostros por sobre los objetivos estratégicos y las metas de desarrollo. Todos los medios, no sólo los denominados “hegemónicos”. Entonces pareciera que todo vuelve a empezar, impidiéndose la reflexión sobre lo primordial, postergando una simple ejecución de ese imprescindible listado de certezas para la construcción de un futuro que necesita ser gestionado con rigor planificado para impedir la desaparición de nuestra Nación.

No es caprichosa la insistencia de Cristina sobre el programa. No se trata de vaguedades lo que allí pretende que se diga. No es un acto voluntarioso sin fondo doctrinario. Es la base para encolumnar a la ciudadanía consciente de la situación dramática en la que nos encontramos, para sostener un próximo período de gobierno que recupere la ideología que no se sostuvo en estos casi cuatro años de economía creciente y pobreza en caída libre.

Esta es la hora de la grandeza que, hasta ahora, sólo está mostrando esta líder histórica de un Movimiento que no puede darse el lujo de acobardarse ante este enemigo feroz de la democracia y la soberanía popular. Es tiempo de mostrar capacidades superadoras de las miserias personalistas y acordar colectivamente sobre los temas que demanda la sociedad en su conjunto, incluso quienes no votarían a Cristina. No hay más nada que esperar (nunca lo hubo) del sistema judicial, ni del empresariado fugador de divisas, ni de la embajada de nuestros dominadores financieros.

Nuevamente, la historia nos convoca a defender nuestros derechos aplastados con la calle como territorio. Ahora, más que nunca, hay que llenarla de Pueblo, para apoyar la voluntad de esa mujer que nos pide que aprendamos a defendernos y construir la alternativa que sea capaz de impedir que los monstruos del pasado regresen para terminar su trabajo destructivo. La unidad, tan repetida y tan vapuleada por los mismos que la gritan, sólo podrá lograrse con el reclamado programa como eje convocante, para terminar con devaneos estériles de figuras y figurones que no conducen sino al fracaso tan soñado por los eternos enemigos de la Patria.

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