Imagen de mural "Pueblo rebelde" de Olfer |
La moderación tiene buena prensa. Es “bien visto” ser moderado, mesurado, tolerante, contenido. Hacer con cada palabra o frase una medición de los límites hasta donde expresar los pensamientos. Establecer modos “juiciosos” ante los interlocutores, sobre todo cuando se trata de poderosos. Contenerse para no manifestar demasiada oposición a los dichos del adversario, una fórmula clásica para evitar el enervamiento y la exaltación de esos antagonistas. Todo un trabajo denodado para agradar que, en la generalidad de los casos, tiene como respuesta la profundización del poderío de los oponentes sobre los porfiados de la moderación permanente.
La historia, de aquí y de allá, nos demuestra que tal condición de comedimiento no culmina más que en fracasos anunciados por el peso de la realidad. Una realidad marcada por las diferencias de fortunas monetarias y potestades autoasumidas de aquellos que se han apoderado de las decisiones por la fuerza de sus cuentas bancarias y su predominio corporativizado. El pasado también nos recuerda que sólo fueron los audaces, los atrevidos, los que aplicaron sus acciones al cumplimiento de los sueños, quienes lograron vencer a semejantes oponentes.
La cobardía es una actitud que todos los seres humanos alguna vez registran en sus vidas. Pero en los funcionarios a cargo de los mandatos populares, tal cosa se traduce en postergación de necesidades, retrasos en los desarrollos, alertagamiento en lo imprescindible. Por lo cual, la exageración del miedo en el trato y en el hacer ante los poderosos, se transforma en una traición a lo convenido con sus votantes, porque los resultados de la gestión serán adversos a los requeridos en función de las necesidades populares.
Sin embargo, la mediática hegemónica ha logrado convencer, justamente a las mayorías perjudicadas con esos devaneos medrosos, que ser “moderado” es una virtud inalienable para un pretendido buen gobernante. Lo cual no parece correr para esos ejemplares de humanoides que ejercen la comunicación en esos medios, cuya moderación es nula frente a sus odiados “populistas”. Ellos sí pueden desatar sus iras insultantes para con las figuras que ejercen liderazgos molestos a los intereses de sus patrones ideológicos (y bancarios). De sus bocas sí pueden escupirse los peores vilipendios, los maltratos más obscenos, las caracterizaciones más hirientes, que nada pasará por el tamiz de la “moderación”.
Tan desfachatado proceder, también se ve en esos nuevos “referentes” politiqueros que actúan con la violencia a flor de labios, llamando al odio y la venganza contra quienes no se resignan a no ser más que carne de cañón. En ellos, la moderación no cuenta. A ellos (y ellas) se les alaba, se les pondera como figuras “prometedoras” para el futuro inmediato, empujando la realidad hacia el abismo del regreso monstruoso de las peores políticas regresivas.
La moderación, entonces, sólo debe ser exigida a los representantes de los movimientos populares. Y si no lo aceptan, están los palos de la brutalidad semántica y también de los otros, los verdaderos, los que abren cráneos y quiebran piernas, para que no pensemos ni caminemos en busca de las felicidades que siempre se nos niegan. La mesura en el trato aquí no cuenta, frente a estos “renegados” de lo establecido, no se utiliza.
La rebeldía es satanizada, estableciendo un horrendo código de conductas temerosas de los supuestos “amos” del Poder Real. La mentira se coloca en el trono del “buen comportamiento”, para que germine una sociedad pacata y eternamente sufriente, siempre lista para seguir los pasos que se les dicte desde la falsa sabiduría de las pantallas pervertidas.
Estos son tiempos donde lo moderado no conduce a ningún otro lado que la derrota. Son tiempos donde el valor se demuestra poniendo sobre la mesa de la disputa ideológica todo el “arsenal” de ideas que permitan edificar una sociedad liberada de las trampas neoliberales. Es una hora refundante de viejos y efectivos conceptos y procederes, que hicieron grande a la Nación y empoderaron a su Pueblo.
Es preciso dejar de lado el camino de la falsa moderación, para comenzar a transitar el de la sublevación ante el Poder, ejerciendo el rol de cada uno con la valentía de quien se sabe elegido para construir un destino diferente, donde la vida importe mucho más que los billetes evadidos por los ricos. Y la riqueza quede en manos de quienes la construyen de verdad: los trabajadores.
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