domingo, 1 de noviembre de 2020

REGRESAR AL FUTURO

Imagen de "El quinto poder"

Por Roberto Marra

El neoliberalismo, o como se llame este sistema dentro de otro sistema (el capitalismo), viene ganando por goleada el denominado “sentido común”. Hay que admitir que cuenta con ventajas fundamentales en este “partido” que juega con (o contra, para mejor decirlo) la sociedad: la acumulación de poder es enorme y variada, intrusiva de los poderes gubernamentales, con ministros, legisladores, jueces y fiscales, cuando no de la propia cabeza ejecutiva, como sucedió hasta el 2019 en Argentina. O como sucediera en otras naciones de Nuestra América, en el “rebrote” neoliberal de los últimos años.

Cuidadosos de los detalles, los dueños del Poder que todo lo puede, se aseguraron la preeminencia en las comunicaciones, la incidencia en los planes educativos, el manejo financiero y la oligopolización o monopolización de la producción agraria e industrial. Previsores, hicieron pié en la cultura de masas, influyendo desde los pasquines escritos y las pantallas soeces a las mentalidades debilitadas de los ciudadanos, a quienes sólo se les permite la búsqueda de la subsistencia. O poco más, aunque en menor proporción.

La estigmatización es el modo preferido para denigrar los procesos sociales de empoderamiento popular y a sus líderes. El relato fantasioso de la historia, contada por los representantes de la oligarquía “ganadora” de la batalla iniciática de la conformación nacional, fue generando una idiosincracia en eso que se suele llamar “ser nacional”, expresión muy cara a los sentidos manipuladores de las dictaduras que precedieron a la “democracia” que lleva treinta y siete años de dificultoso tránsito institucional.

La cuestión es que las subjetividades se fueron conformando de acuerdo a los paradigmas que el sistema necesitaba, desembocando en una sociedad maniatada por consignas generadoras de miedos a perder lo que tiene y, a veces, lo que ni siquiera puede soñar con tener. Lábilmente, se sugieren peligros provenientes siempre de enemigos inventados para la ocasión, coincidentes con aquellos viejos estigmas del “cabecita negra” que un huracán de derechos puso sobre la cancha de la disputa de poder hace setenta y cinco años.

La sofisticación de los procedimientos de los poderosos y sus adláteres para la manipulación de las conciencias, fueron logrando hasta la aceptación del sojuzgamiento por parte de los excluídos de los derechos robados a sangre y fuego. Lograron hasta la adaptación de ciertos procederes temerosos de dirigentes populares, enredados en la oscura telaraña de las amenazas encubiertas (o no) en la búsqueda honesta de salidas a la situación resultante de las políticas económicas y sociales del neoliberalismo.

En este complejo “partido” donde se disputa mucho más que una copa, donde millones de pobres y miserabilizados no logra vencer a ese pequeño grupito de propietarios de casi todo (menos del honor y la moral), va llegando la hora de tomar decisiones que “inclinen la cancha” decididamente hacia el lado de la Justicia Social. Al decir de Sun Tzu, “no hay mejor defensa que un buen ataque”, por lo que cabe elevar el conocimiento sobre el enemigo y desparramarlo en las conciencias de los oprimidos hasta hacer estallar la verdad de sus propios poderes, de la capacidad fundante de una nueva era donde “reine la igualdad”.

En estos tiempos de exaltación del sentido de propiedad absoluta, de predominio de criterios medrosos para la toma de decisiones que eleven a la dignidad a millones de “nadies”, de algunas miserias politiqueras que denigran a las mayorías y procuran no “ofender” al enemigo declarado y feroz de todo lo que “huela” a popular, en este momento preciso es que corresponde modificar las estrategias inclusivas e implementar mejores tácticas discursivas, para desarrollar las capacidades conscientes de un Pueblo que debe protagonizar su propia liberación.

La perspectiva es la visión derivada de un punto determinado. En política, sería como pensar el futuro derivándolo del presente. Pero así, también se arrastrará lo malo del sistema que nos impusieron. Cabe mejor establecer el criterio de la prospectiva, de fijar una meta, una “utopía realizable”, desde donde descubrir los caminos que nos acerquen a ella. Hay una ventaja: ya fue soñado, ya estuvo probado, ya se conocieron los resultados. Ahora, sólo se trata de regresar al futuro. Y destruir, para siempre, a este engendro denominado falsamente “nuevo liberalismo”, que ni tiene nada de nuevo, ni nunca podría derivarse de la palabra libertad.

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