viernes, 1 de julio de 2016

UN PASE AL CIELO

Imagen Página12
Por Pablo Ramos *

No soy tan futbolero, lo mío es el box y la fórmula uno. Entiendo que no puede haber nada más emocionante que la cintura de un Loche, que la esgrima invertida de un Alí, que la guapeza inconmensurable de un Gatica o el uppercut de un Foreman que hizo despegar del suelo (los dos pies más de cinco centímetros) a otro histórico monstruo como fue Smoking Frazer. Y las carreras de fórmula uno o de GP que directamente me vuelven loco. Ojo, esas que meten ruido y contaminan, no las de motores eléctricos.
En la F1 pibes de veinte años doblan a 300 Km/h en carrocerías que pesan menos que un fiat Vivace, con más de 600 caballos de fuerza G apretándoles el cogote, partiéndoles la espalda, a centímetros de una pared en circuitos de pista o callejeros como el de Singapur. Donde un majestuoso Vetel dijo ante la preocupada pregunta de un periodista que le recordó lo cerca que doblaba del muro de hormigón de la curva más rápida. –Si te sobra pista, quiere decir que venís despacio-. Algo que usé en un libro que acabo de publicar, y que dediqué a mi hermano Gabriel que tiene la misma pasión por las carreras de autos que yo

Con el fútbol mi pasión va y viene. Soy hincha de Arsenal, de Independiente también, pero como hace años que vivo en La Paternal, un poco de mi corazón es un bicho. Un bicho colorado, más vale.

A veces cuando el fútbol me enoja lo comparo con el box y con la F1 y me digo: en este deporte los que menos ganan son los que más arriesgan: los hinchas. Y los que más ganan no arriesgan nada, de hecho cambian de camiseta como de calzoncillo y disfrazan la impunidad con la palabra código, otra mentira que ya nadie se cree. Si se deprimen y les va mal, veranean en Miami, o se consuelan en fiestas y spas con manjares perfectos y mujeres hermosas. Ojo, hay héroes. El Diego por ejemplo, el Diego es otra cosa. Y el que es otra cosa también es Lío Messi.

Yo vi, todos vimos, la tristeza inmensa en la cara del más grande jugador de fútbol del mundo, al menos de su generación y de varias generaciones hasta acá. Decir el más grande de todos los tiempos es una ofensa al mismo Messi, a los demás y al fútbol en sí. Porque no es el mismo deporte el fútbol de X tiempo, de otro tiempo, y de este tiempo. Como no es lo mismo la política y la democracia en el contexto actual en el que se mueve este gobierno, que en el momento tan delicado en que lo tomó Alfonsín y en el momento extremadamente crítico en que lo tomó Néstor. En esta época, los destructores (los actuales gobernantes) dinamitan todo sin ningún pudor. Bombardean la cultura, la soberanía económica, la libertad de expresión, las fiestas patrias, la bandera (que fue prácticamente reemplazada por globos en su propio monumento), la dignidad nacional (ya que le pedimos disculpas a los Buitres y al Imperialismo español, de hecho le pedimos disculpas a personas presas por el gobierno español), son destructores, digo, de las jubilaciones de las amas de casa, de la alegría y la autoestima del pueblo, de la felicidad de los que menos tienen, de los que más luchan, de los que todo arriesgan. Porque es lo que saben hacer, lo que les conviene hacer y algo que es fácil de hacer en cualquier contexto.

En tiempos de Alfonsín la palabra Democracia había que susurrarla aún, en tiempos de Néstor, “entre los ruidos de un edificio social que se había desmoronado”, se tuvo que convertir escombros en ladrillos y construir una identidad usando herramientas finas y firmes, tomando riesgos, sin mirar atrás pero no olvidando el pasado, dando justicia, haciendo renacer desde las cenizas la idea aristotélica y peronista del Estado de Bienestar. Néstor tuvo que ser fino, arriesgado y terco. Como Alfonsín, como el General Perón antes de ser General, antes de ser Perón Perón.

Néstor tuvo que ser el Barcelona, y después Cristina con Néstor y después Cristina sin Néstor. Y claro, hay jugadores que fueron para atrás, que buscaron el propio beneficio frente al beneficio del equipo, del pueblo. Y no hablo sólo de López y de todo lo que está ahora en boca de todo el mundo. Hablo también de Randazzo, de Telerman, el a mi gusto deprimente Urtubey, etc. También de algún compañero de la Cámpora que prefiere los gatos a los perros, y que termina siendo más perro también. Y ahora, lamentablemente, de algunos del querido movimiento Evita. Claro, algunos nomás. Todos los que se dieron vuelta antes de llegar al final del partido, antes incluso del alargue y los penales.

Por otra parte, los tiempos de Erico, Pelé, Diego y Lío, son tiempos distintos, muy distintos, y sus deportes también son distintos. Nadie tiene que ser como nadie. Esa es una verdad y un derecho. Pero cada acto tiene su precio, porque vivir y jugar, más cuando lo que está en juego no es ningún juguete, implica una responsabilidad enorme.

La final con Chile la viví contradictoriamente. Si de algo soy hincha en el fútbol es de la selección. Todo el mundo que me conoce en Rosario sabe que de esa ciudad, que tanto amo, banco a la academia, pero no entiendo cuando mis amigos canallas prefieren que pierda la selección para no ver al Tata Martino campeón. No lo entiendo, pero un poco me pasó lo mismo. No por Martino, a quien respeto mucho, sino por M$M. Y fue cuando el enorme Romerito atajó el primer penal que caí en la cuenta y le dije a una amiga que estaba a mi lado

–Patea Messi, ¡podemos ganar! ¡Vamos a ganar!

Y pensé en el baile de M$M y en la vidala de luz de la Vidal, en los globos amarillos mezclados con los celestes y blancos, en la jubilación de mi vieja por ama de casa que le debemos a Cristina, el matrimonio igualitario, la ley de medios, el trabajo de mis amigos, la vez en que luego de terminar de leer Patrimonio de Philip Roth encendí la tele y puse canal Encuento y daban una entrevista a Philip Roth. Llamé a Maria, la directora de ese tiempo o le deje un mensaje, no sé, con lágrimas en los ojos diciendo que la amaba. Y cuando fui a ver a Danilo Pérez al CCK y el director de Berklee School nos dijo a todos los que lo habíamos escuchado GRATIS, que se iba envidiando el auditorio que teníamos. El mismo lugar donde Mora Godoy bailó a lo Rodolfo Valentino con un grotesco Obama. Invitado por la misma persona que le había alquilado el teatro San Martín a un millonario para que hiciera una fiesta. Habrá pensado ahí ¿Que fiesta? ¿No?

Claro se la están haciendo ahora. Con nosotros, mientras las empresas privadas que nada invirtieron reciben como premio por los cortes de luz, la mala presión del gas y el agua lavandina que sale de nuestras canillas millones y millones de dólares de aumento o coima legal. No en bolsones, sino en transferencia de notebook de lujo. De a 5 palos verdes por mes, despacito despacito despacito… parece estar cantando el futuro extraditado don Gay.

Y me aterroricé, me puse mal. Qué alto iba a ser el precio de levantar la copa, pero al mismo tiempo qué merecida habría sido la copa. Lo que no sabía era que Messi, de alguna manera, iba a tener la epifanía que tuvo y que nunca va a confesar. Porque no me van a decir que no sabe patear, si es perfecto. Se le tuvo que haber ocurrido nomás acomodó la pelota. Con el gol nos poníamos en un 0 a 1 irremontable. Pero se ve que se acordó de todo esto, de lo que a muchos de sus amigos no sojeros les está pasando ahora, de lo que a mí y a ustedes nos está pasando ahora. Al fin y al cabo no tenía puesta la camiseta azul, tenía la celeste y blanca y con esa no se jode, la celeste y blanca somos todos nosotros, cada uno de nosotros. Será que habrá pensado un poco, será que se habrá dado cuenta de que allá arriba, en donde quiera que moren los patriotas y los héroes, estaban Perón, Evita, y el querido pingüino Néstor, viviendo la misma contradicción que yo y tantos argentinos vivíamos. Entonces el crack entendió el sacrificio, y batió el record que nunca nadie habrá batido, para ser ahora si el eterno Lio Messi, tomó carrera, inclinó un poco de más el cuerpo hacia atrás, y tiro un pase al cielo.

* Poeta, músico y narrador.

Premio Fondo Nacional de las Artes y Casa de las Américas.

Publicado en Página12

 

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