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En varias de las entrevistas
que le hicieron durante la campaña a Mariano Recalde, le preguntaron sobre el
intento de soborno del que fueron protagonistas él y su padre Héctor, en 2007.
No fue hace tanto. Fue exactamente un par de meses antes de la primera asunción
de Cristina Fernández de Kirchner y dos años antes de que Mariano fuera
nombrado presidente de Aerolíneas Argentinas. La maniobra la llevaron a cabo
los lobbistas de los tickets canasta, con los que hasta ese momento –y desde
l989– muchas empresas pagaban una parte del salario de miles de trabajadores.
El monto ofrecido era extraordinariamente alto –veinte millones de dólares–
pero el objetivo era por su parte extraordinariamente pretencioso: la Cámara de
Empresas de Servicios de Vales Alimentarios quería que no sólo no se votara la
ley que los eliminaba, sino todo lo contrario, pretendía que los convirtiera en
obligatorios. Mariano los filmó ofreciéndole la coima, ya con la denuncia
presentada ante la Justicia.
La noticia, en un país tan preocupado por la corrupción, debería haber
sido desplegada con lujo de detalles: se estaba ante un lobby empresario que
tentaba al asesor de un diputado con mucho dinero para votar a su favor, y ese
intento no sólo era rechazado, sino que sus portavoces fueron denunciados,
filmados y luego procesados. Pero ese escándalo circuló en ese momento y luego
pasó al olvido muy rápidamente. En mi libro Fuerza Propia, en el que incluyo un
capítulo específico para cada uno de los miembros de la Mesa Nacional de La
Cámpora, el “affaire Luncheon Tickets” no figura, como era previsible, en el
capítulo sobre Mariano Recalde, sino en el de Máximo Kirchner. Porque fue él
quien se explayó sobre el tema, y el que, en una de las entrevistas que le hice
hace casi dos años, se refirió a ese gesto de Recalde.
–De todos los que le vienen pegando a Mariano desde que está al frente
de Aerolíneas Argentinas, yo quisiera saber cuántos hubieran rechazado lo que
rechazó él cuando no era funcionario, cuando trabajaba con su padre. Quisiera
saber cuántos de los que dejan comentarios en las redes sociales rechazarían
algo así, puntual, concreto. Porque la tentación hace a la virtud, se dice. ¿Se
comentó mucho ese episodio cuando asumió Mariano? No, nadie fue al archivo. No
he visto muchos diputados no sólo rechazando una oferta de veinte palos verdes,
sino filmándola y denunciándola. Parece un dato menor, pero es un tipo que dijo
que no. Entonces, si de verdad están preocupados por la corrupción, es raro que
no lo recuerden –decía Máximo. En la campaña para las PASO que lo tuvo a
Mariano Recalde como el principal referente del FpV en la ciudad de Buenos
Aires, el que rápidamente despegó de los otros precandidatos del mismo espacio
en el sonido ambiente, hubo mejor disposición para escuchar aquel antecedente
que él, a su vez, narra como si fuera algo natural, tan natural como le pareció
la reacción de su padre cuando le contó lo que le habían ofrecido. “Los vamos a
cagar”, le dijo Héctor. Así lo hicieron.
Mariano Recalde habla también con mucha naturalidad sobre su
militancia política casi desde que tiene memoria. Con cuarenta y dos años, ha
sido un militante durante más de la mitad de su vida. Comenzó sobreponiéndose a
su timidez en su colegio, el Nacional de Buenos Aires, cuando el presidente del
Centro de Estudiantes era Axel Kicillof. Mariano merodeaba el Claustro Central
para escuchar todas las asambleas. En sexto año Mariano llegó a la presidencia
del Centro. Unos años después volvieron a cruzarse en la universidad, cuando la
agrupación de Derecho de la que Mariano fue uno de los fundadores, NBI
(Necesidades Básicas Insatisfechas), decidió articularse con una agrupación a
su vez fundada entre otros por Kicillof en Ciencias Económicas, TNT (Tontos
pero no tanto). Los unía, a ellos dos y a los pibes nucleados alrededor, la
necesidad de hacer una política universitaria que expandiera sus horizontes más
allá de lo reivindicativo. Los unía el uso de la ironía como lenguaje de su
propia comunicación, pero también la intención de pensar la política no como
era habitual en esa década –los ’90–, desde la antipolítica y desde el cinismo,
sino como algo que había que tomarse muy en serio, algo para lo que había que
prepararse.
En ese momento, Mariano Recalde ya trabajaba en el gremio de
Judiciales, y allí trabó un vínculo perdurable con Wado de Pedro, que a su vez
y en paralelo militaba en HIJOS. Corría 1998. Todo parecía estar sucio. Aunque
para Mariano política y peronismo habían sido sinónimos desde su pubertad, los
años del menemato lo habían hecho entrar en crisis, como a miles de militantes
peronistas de esos años. La desilusión y la sensación de estafa iban a
prologarse varios años. Y en el medio, el país estalló.
El 19 y 20 de diciembre de 2001 lo encontró, como a varios de sus
compañeros, tirando piedras en los alrededores de la Plaza de Mayo. En lo más
denso de las refriegas, a la altura de la calle Chacabuco, Mariano vio cómo
caía Gastón Rivas, baleado en la cabeza. En su oficina, él guarda en un
franquito diez perdigones y cartuchos de gas de esa noche en la que, aunque
todavía nadie pudiera presentirlo, todo cambió y se abrió una brecha para dejar
pasar la oportunidad que tomó cuerpo y volumen el 25 de mayo de 2003.
Cuando asumió Néstor Kirchner, Mariano lo veía siempre por Crónica TV.
Le llamaba la atención ese presidente que había llegado con un 22 por ciento de
los votos y que hacía actos muy seguido y con muy poca gente. NBI había
decidido abstenerse en esas elecciones. Pero la gestión de Kirchner les hacía
preguntarse: “¿Este no avanza más porque no quiere o porque no puede? Porque
veíamos que avanzaba, estaba muy clarito. El tipo parecía hacer lo que nosotros
queríamos que hiciera”. Ya entonces se había clavado una pregunta en NBI, en
TNT y en tantas otras organizaciones territoriales y de derechos humanos: la
pregunta era si seguir mirando o apoyar. “Mirá lo endurecidos que estábamos,
que en 2004 decíamos `no somos kirchneristas pero toleramos al kirchnerismo.
¡Lo tolerábamos!”, dice él riéndose.
También dice que lo de él no fue “un click” sino un proceso personal y
político que poco a poco fue tejiendo la identidad política que hoy tiene. Todo
se fue dando con esa naturalidad con la que habla Mariano, y que le permitió en
la campaña estar en la televisión sin ceder nunca a ningún tic televisivo.
Aquel proceso de elaboración que fue mezclando las agrupaciones preexistentes
con La Cámpora y la JP tomó pública velocidad en 2008, durante el conflicto con
las patronales agropecuarias. “Ahí entramos todos a La Cámpora”, resume. Ya se
habían despejado todas las dudas.
“A ese señor no lo puso el Espíritu Santo en ese puesto, lo nombró
esta Presidenta”, dijo en un discurso más que encendido Cristina Fernández de
Kirchner el 24 de noviembre de 2011, en el Aeroparque Jorge Newbery. Habían
transcurrido los dos primeros años de la gestión de Mariano Recalde al frente
de la empresa reestatizada. Los conflictos gremiales con subtextos político
partidarios habían enrarecido el clima y había vuelos cancelados y horarios que
no se cumplían. Ese discurso terminó con una frase que podría ser repetida en
cualquier instancia de hoy: “El día que esto se acabe, a los primeros que se
van a llevar puestos es a los trabajadores”.
Todavía Mariano Recalde no ha perdido su timidez ni parece interesado
en hacerlo. Aquellas primeras tormentas en su gestión dieron paso a un
reconocimiento silencioso, porque aunque los grandes diarios sigan insistiendo
con “las pérdidas” de la aerolínea de bandera, tanto los pasajeros que se suben
a los aviones como los comerciantes y los hoteleros de los destinos que antes
“no eran rentables” y a los que ahora sí llega Aerolíneas leen el resultado en
la realidad y en la vida cotidiana. Ahora que es candidato por el FpV a Mariano
Recalde le esperan otros desafíos, hacia afuera y hacia adentro de su espacio.
Hacia adentro, dar cuenta de la heterogeneidad y del carácter múltiple y
colectivo de la fuerza política cuya identidad cada día recrean y sostienen
millones de personas, entre ellas también buena parte de los porteños. Y hacia
afuera, intentar convencer todavía a muchos más ciudadanos no kirchneristas de
que el PRO no es una fatalidad, sino una opción que puede ser reemplazada por
otra opción superadora.
*Publicado en Página12
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