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Las últimas elecciones en Santa
Fe han disparado un sinnúmero de análisis que no pueden superar la sorpresa ni
la incertidumbre, sin embargo los resultados eran de alguna forma previsibles.
En los espacios progresistas, para llamarlos de alguna manera, se hace difícil
digerir la consolidación de figuras más vinculadas al espectáculo y el glamour
televisivo, como Miguel Del Sel y Ana Martínez, o del fútbol (aunque el PS no
se rasga las vestiduras en este caso) como Aldo Poy, quien parece asegurar su
reelección como concejal de Rosario. A algunos les tienta descalificar este
voto, fundamentando el desprecio en una falta de sentido común (volvemos
siempre a lo mismo, ¿quién decide cómo debe ser el sentido común?).
Pero lo cierto es que un escenario como el que se dio antes y después
del domingo 19 de abril, es tan sólo un recorte en un proceso que trasciende lo
coyuntural, y que nos pone de alguna manera a todos como responsables, tanto de
resultados en lo estrictamente electoral como de sus consecuencias. Y lo que
fue moldeando ese proceso es un conjunto bastante complejo de causas que es
dado analizar tratando de limpiar, al menos por un momento, las interferencias
del contexto, los intereses sectoriales y corporativos, y los prejuicios y las
exageraciones propios de la pasión política, de la que al menos en mi caso, es
muy difícil escapar. Para ir de lo general a lo particular, en estas
elecciones, como creo lo será también a nivel nacional, se ha puesto en tensión
la preferencia por dos miradas acerca del Estado. La más votada en Santa Fe, es
la de un Estado con dos perfiles bien definidos: el de una presencia fuerte y
omnipotente como garante de la seguridad y por lo tanto de la represión, y el
de una actitud ausente y liviana en el resto de las áreas estratégicas de una
gestión, como la salud, la educación, y el trabajo. El PRO es quien mejor encarna
ese modelo. Así gobiernan las derechas en el mundo, y no hay que ofenderse por
esto. Así gobierna Mauricio Macri en Buenos Aires, así lo hizo Sebastián Piñera
en Chile. El Estado como escudo entre el mercado y la gente, debe desaparecer,
y dejar que las fuerzas del primero actúen sin ningún tipo de regulación. No es
casual que estén Reutemann y Mercier junto a Del Sel.
El otro modelo es lo que proponen tanto el FPV como el FPCyS. Podrán,
claro, concentrarse ambos en los matices para sacarse diferencias, pero ambos
proponen un Estado fuerte, presente. En el caso del partido gobernante, el
límite del Estado está dado por las presiones de la burguesía agraria y por el
empresariado, como así también por la opinión pública de un determinado sector
de la sociedad civil, contaminada por el discurso irreductible de los medios
porteños, enfrentados con el gobierno nacional. Por eso, lejos de ser absoluto,
es preciso sí atender a este mensaje: de alguna manera, una porción de la
sociedad civil reclama un Estado menos presente. ¿Por qué? Esto es más para un
sociólogo. Quizá esa elección radique en el miedo de algunos de no ser
alcanzados por las clases sociales emergentes, y entonces repudian al Estado
por sus políticas sociales, creyéndolas inútiles e injustas.
Otra de las cuestiones, es el "discurso estratégico". La
política, salvo pocas excepciones, ha optado por una forma de comunicar
absolutamente despojada de sustancia. Quizá sea la presidenta, y todos los que
siguen ese ejemplo, los únicos que hablan y realmente dicen algo. Lo demás es
slogan y sofismo. Como ya lo hemos dicho en otras oportunidades, el discurso
estratégico lenguaje inocuo, sordo, cuyo único objetivo es sacar ventaja o en
última instancia no comprometer , ha trascendido de lo intestinal de los partidos
hacia el debate público, ya sea a través de la publicidad electoral, como en el
discurso cotidiano de quienes ejercen la profesión política. Nadie dice nada
que no se quiera escuchar. Generalmente, estos discursos cabalgan sobre
representaciones o mitos, de una forma irresponsable y poco constructiva. Su
generalización ha terminado por igualar todos los discursos, por banalizar la
oferta electoral hasta borrar los matices. Los receptores ya no oyen. Es como
un zumbido parejo y permanente que permite que, discursos más elementales y
vacíos, pero más pegados a lo que denominamos "sentido común", como
los de Del Sel, o Ana Martinez, finalmente sean diferentes. Y no sólo la
política ha optado por este discurso. Los medios de comunicación también lo
hacen. Son pocos los comunicadores que arriesgan a hacer análisis por fuera de
la coyuntura, que apuesten a cierta profundidad para dar a los ciudadanos las
herramientas necesarias para pulir su decisión.
Por último, los argentinos solemos proyectar las responsabilidades
bien lejos. Hasta lo que hacemos, es siempre por culpa de otro. En este caso,
con el resultado de las abiertas en los diarios, la seguidilla de candidatos,
los triunfantes y los otros, hablando de las responsabilidades de los demás
como origen de esos resultados, es bastante extensa. Por supuesto el votante no
se toca. Es lo que algunos llaman "lo políticamente correcto", pero
que no deja de ser más que discurso estratégico. Antes de las elecciones, el
voto es una interpelación que le hace la realidad política y social al
electorado. No debería ser el único momento en el que la democracia apele a la
responsabilidad de la gente, pero es el más importante. Y la respuesta suele
ser una expresión de la crisis moral por la que atraviesa la sociedad argentina.
Es cierto que algunas fuerzas políticas aprovechan esta crisis. La candidatura
de Del Sel responde a ese fraude ideológico. Pero no resultaría nada de eso si
no se contara con una sociedad que no le interesa nada. Que no le importa que
detrás de esos candidatos esperen el poder los reciclados de la segunda década
infame, e incluso de la dictadura militar. Un ex gobernador procesado por los
muertos en diciembre de 2001, y por las inundaciones de la ciudad de Santa Fe,
en donde también hubo ciudadanos fallecidos. También recordado por las jugosas
tajadas entregadas a los empresarios de la empresa francesa concesionaria del
servicio del agua en la provincia, y del Banco de Santa Fe, privatizado en un
proceso absolutamente cuestionable. Los docentes también recordamos aquél
gobierno infame. Es decir, se pueden analizar los contextos y buscar el origen
de determinadas conductas a la hora de votar, pero no hay que dejar de lado la
responsabilidad que nos compete como ciudadanos ante esa interpelación. No sólo
votamos otro modelo de Estado, no sólo estamos prefiriendo la comodidad del
discurso "anti política", sino que estamos dando crédito nuevamente a
quienes aplicaron en la provincia las recetas económicas y políticas que la
hundieron en la pobreza y en el desamparo durante los 90'. Cuando escuchamos a
los candidatos derrotados pedir el debate político, o incluso cuando nosotros
mismos lo hacemos, como si haciendo hablar a Del Sel, o a Martínez pudiéramos
desnudarlos ante todos, estamos sobrestimando esa decisión ajena. Nadie que los
escuche hablar va a cambiar de opinión. Porque justamente ese voto ha sido
emitido en función de ese argumento desideologizado, y desapegado.
*Publicado en Rosario12
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