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Después de un largo período de iluminar almas, avivar giles y despertar
pasiones femeninas a la distancia, aprovecho este espacio para promocionar la
salida de mi libro: "Los Buitres, El Zorro y el marinero con flojera
intestinal", que va a aclarar dónde nace el entuerto con los buitres y Griesa.
Quiero agradecer a mi prima Lili que me prestó su colección de Billiken
ordenada en bolsitas de nailon, a mis contactos en Facebook que se las saben
todas o todo contestan, y a mis fuentes del gobierno y de la oposición, que
decidieron honrarme con sus secretos, ideas, planes, y todo aquello que pudiera
llevarme a buen puerto.
Buen puerto. Nunca mejor dicho.
Porque todo este asunto nace en 1818, cuando el barco "La Argentina",
merodeaba las costas de California después de haber hundido una veintena de barcos
piratas y hacer gran cantidad de argentinadas de las que aún el mundo nos
reclama. Mis investigaciones indican que al ver llegar un barco llamado
"La Argentina" los enemigos se declaraban vencidos, y entregaban
armas, esposas y el marrón si eso les hacía preservar la vida. "La
Argentina" estaba capitaneada por un tal Bouchard, que no solamente
cargaba con la cruz de ser francés, sino además de la de haber elegido hacerse
argentino.
Este doble apestado estaba harto
de los planteos gremiales de los marineros, pidiendo aumento y no pagar
impuesto a las ganancias. Así que organizó un asadito de reconciliación. Pero
cometió dos errores garrafales. Hacer el asado él, que como a buen francés le
quedó crudo. Y cocinar una ristra de chorizos que habían embarcado dos años
antes en Buenos Aires, a los que confundió con morcillas de negros que estaban.
Igual, las cosas no pasaron a mayores, porque esos marineros eran capaces de
comerse un hawaiano al trote (cosa que probablemente hayan hecho), y arrasaron
con el asado crudo, los chorizos añejados y previo paso al baño a descomprimir
tensiones gremiales y de las otras, se fueron a dormir.
Esa noche hubo paz en "La
Argentina", hasta que un marinero llamado Diego de la Vega se tuvo que
levantar apresurado a descargar el desastre que los chorizos habían hecho en su
organismo y al entrar al baño pegó el grito de "yo, en ese cagadero no
cago". Bouchard, medio dormido por la festichola, y temiendo una nueva
rebelión, salió a cubierta, sable en mano y en calzoncillos, al grito de:
"entonces, a cagar a casa de otra gente", frase que Serrat hizo
famosa luego. Pero esa es otra historia. Esta historia sigue con los marineros
desembarcando en California. Cuando los californianos escucharon que el capitán
pirata era un tal Bouchard ni interrumpieron la siesta porque para espantar a
un francés bastaban un par de gritos. Y cuando se dieron cuenta de que el
hombre se había vuelto (un
argentino!, ya tenían a la negrada usándole los patios como baños y queriendo
levantarse a las minas sin importar edad ni fealdad.
Viendo que la resistencia era
escasa, Bouchard dijo: "¿y
si ya que estamos arriamos la bandera argentina?" Y así hicieron, estos
héroes patrios arriaron la bandera argentina durante seis días. Es decir que
durante seis días, California fue argentina, carajo. Hasta acá es historia
argentina pura, a partir de acá vienen mis investigaciones. Bouchard (francés
al fin), no quería ser recordado como el capitán de una negrada feísima y
mugrienta, y había creado un uniforme de coqueto sombrero inspirado en Martín
de Güemes acompañado de lentes espejados de última moda en París, que de paso
tapaban las carotas de los marineros. Eso hizo que algunos californianos los
consideraran dioses o marcianos, y que otros cayeran encandilados (por el sol
rebotando en los lentes) ante el primer argentino que veían, lo que no es poca
cosa. Y además los marineros iban perfumados con perfume francés, que sumado al
olor natural de gaucho marinero piojoso y con el culo sucio, da una idea
aproximada de por qué la gente se hacía a un lado al verlos.
Mientras los marineros de La
Argentina saqueaban poblados y toqueteaban californianas, el gaucho de la
flojera intestinal, Diego de la Vega, se alejaba en busca de lo que realmente
quería una vez resuelto el problema de encontrar un baño decente: amor. Es que
tanto sombrero, lentes y perfume habían socavado su integridad gaucha para
volverlo un hombre de hábitos sospechosos (por ahí era francés él también),
tanto que era el que siempre le avisaba a sus compañeros de viaje que tenían la
bragueta abierta. Da la casualidad que para descargar sus intestinos entró a
una casa llena de lámparas, cortinas con volados y olor a sahumerio donde no
vivía ninguna mujer sino un hombre al que no le molestó que las primeras palabras
del marinero fueran: "tenés la bragueta abierta". A Diego de la Vega
no se lo vio durante los seis días gloriosos, y al fin el barco zarpó sin él.
Él, chocho de la vida, porque
encontraría en esa casa el amor de un californiano de apellido MacManan, que nada
tiene que ver en esta historia excepto que para responder al amor de De la
Vega, hizo a un lado a su pareja del momento, un tal Greisa, o Griesa, o
Geisha, según el documento que se cite. Esta Geisha, cual tango californiano al
vesre, habría jurado venganza en cada argentino que se cruzara en su vida. Él
no pudo hacer gran cosa porque murió joven, excepto dejarlo escrito en el
escudo familiar: "Dei Argentinin romperum ortum dem posibilem" reza
el emblema. O sea romperle el orto a un argentino cada vez que sea posible.
En eso están, tanto este Griesa
heredero de aquel, como los choznos de los norteamericanos a los que los
marineros les cagaron las macetas y les sobaron a las esposas y hermanas. De
Diego de la Vega no se sabe mucho, excepto que un heredero de él (tampoco
sabemos cómo pudo haberlo tenido dado sus hábitos, pero en fin, documentos son
documentos) se habría vuelto el Zorro, vestuario mediante, derivando sus
anteojos en el conocido antifaz. De ahí que el Zorro haya sido un soltero
empedernido, muy atildado y que su actor más representativo haya venido (como
homenaje) a morir a Argentina una vez retirado.
La segunda parte de mi libro
"Los Buitres, El Zorro y el marinero con flojera intestinal" se
dedica a analizar el plan de la segunda invasión que "La Argentina"
(ya no el barco, sino el país) tiene organizado como represalia a la putada que
nos quieren hacer. El plan dará comienzo a mediados del año que viene, cuando
el kirchnerismo entregue el gobierno a la oposición, a los que un virus creado
en las entrañas de la CIA logrará unificar en un solo partido llamado "Los
No", como si emularan a un grupo beat de los sesenta.
Apenas tomado el poder, "Los
No", se apurarán a mandar mensajes de reconciliación, incluso de amor y de
promesas de relaciones carnales (donde siempre pondrán la foto de la Donda
aunque en los papeles figure la Carrió y la Bullrich) y se prepararán a hacer
el primer viaje de gobierno, que por supuesto será a la madre patria, los
Estados Unidos. Contrariamente a lo que indica la lógica, el viaje no será en
avión, porque este grupo de políticos se plegarán a sus promesas de austeridad
y viajarán a dedo.
Mientras ellos viajan de Buenos
Aires a Washington, con obligadas paradas en el camino, sea para ir al baño,
sea para que Del Sel se cuente unos chistes en los bares de camioneros y se
hagan unos pesos para ir tirando, sea para dirimir a quién le toca hacer dedo,
si a Macri, Massa o a Binner (igual siempre la pondrán a la Donda), en Argentina unos diez millones
de patriotas se irán camuflando lentamente, pasando de ser de clase media a
pobres, de sobrevivientes a miserables, de orgullosos trabajadores a parias, de
argentinos a desclasados. Esa transformación llevará el mismo tiempo que a la
delegación argentina llegar a EEUU.
Así, mientras las autoridades de
allá reciben a las de acá, por la puerta grande, es decir haciéndoles saltar el
muro que divide a los Estados Unidos de México, los diez millones de argentinos
vueltos miserables entrarán por la ventana, o por donde los dejen entrar, para
ocupar otra vez el país del norte. No irán vestidos de corsarios sino de
dentistas, sicólogos y diseñadores gráficos, todos con la excusa de buscar
trabajo. Para los yanquis serán simplemente inmigrantes, categoría que incluye
cualquier cosa que no sea un comedor compulsivo de papas fritas. Una vez allá
estos argentinos se reproducirán a la velocidad de la luz y en menos que canta
un gallo, los Estados Unidos volverán a ser argentinos. Y que te defienda
Batman.
*Publicado en Rosario12
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