viernes, 29 de agosto de 2014

FUNDAMENTALISTAS GLOBALIZADOS

Imagen Telam
Por Federico Vázquez*

El fundamentalismo religioso que está explotando en el mundo árabe es presentado como un producto “local”, propio de una sociedad bárbara, alejada de la buena senda de la modernidad occidental. Sin embargo, una mirada que rasque un poco esa superficie, permite entender este proceso de descomposición y brutalidad social como uno de los productos más horribles de la globalización conservadora que Estados Unidos dirige desde hace 30 años.
La imagen es barbárica: un periodista norteamericano, James Foley, es degollado por un “fundamentalista islámico” en medio del desierto. La víctima está vestida de naranja, el color de los presos universalizado por la cultura hollywoodense. La puesta se completa con el vergudo vestido con túnica reglamentaria, completamente de negro. El detalle de los colores, a lo que se suma una edición cuidadísima de los cuadros, el sonido, el ambiente despojado del set donde transcurre la decapitación, construye una escena de cliché occidental sobre el cuco islámico que desde hace unos años se instaló como nuevo mal absoluto del mundo. Y esa es la primera pista para entender ese acto terrorista y, tal vez, mucho más: lo que ocurre en varios territorios árabes donde las convulsiones políticas y religiosas de los últimos años vienen delineando sociedades cada vez más arraigadas en fundamentalismos radicales.

El punto es que, como muestra la estética del video de la decapitación de Foley, no se trata de un desvío autóctono de los desiertos arábigos, de una respuesta brutal contra los valores occidentales de la democracia y la libertad, sino más bien un producto horripilante del proceso de globalización conservadora que occidente arrojó contra esta parte del mundo, desde fines del siglo XX. El protagonismo del mundo civilizado en la escena de decapitación cubre todos los poros: ahí está el marcado acento british del verdugo, que según los servicios de inteligencia de Gran Bretaña es un joven londinense, que antes de sumarse al Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS, por sus siglas en inglés) cantaba rap y se hacía llamar “L Jinny”...

El monstruo no está afuera: la construcción de un mundo árabe sumido en la violencia y las prácticas aberrantes es el lugar que Occidente está eligiendo para esa parte del planeta. Palestina, Afganistán, Irak, Libia, Siria tenían, hasta hace no mucho tiempo atrás, una fuerte tradición laica, alejada de las posturas medievales e inflexibles de la ley coránica. Sus liderazgos, movimientos políticos y gobiernos habían producido síntesis novedosas entre las formas de vida tradicional, la experiencia colonialista y una traducción de los principios de la izquierda occidental. Salvo el caso de Palestina, donde la guerra con Israel impidió la construcción de un Estado-nación hasta el día de hoy, en el resto de los territorios se levantaron Estados que hicieron avanzar programas inconfundiblemente “modernos” como la extensión de la educación pública, la igualdad de las mujeres, la distribución de la riqueza, la vinculación con las luchas anti colonialistas del tercer mundo, etc. En poco menos de 30 años esta misma región del mundo pasó a discutir la ablación genital femenina, la “tribalización” de sus sociedades, la ley religiosa como régimen que regula la vida de las personas. ¿Qué explica semejante retroceso?

Los indicios de este sendero estrambótico no están ocultos en los archivos de la CIA: haciendo un rápido recuento, quienes sufrieron la desestabilización política en los últimos años fueron los estados árabes que habían logrado una mayor secularización de su sociedad: Irak, Libia y Siria, eran países donde la presencia del “fundamentalismo islámico” era pequeña o nula, hasta hace no mucho tiempo. En la página de Human Rights Watch (HRW) puede leerse que en Irak “la Oficina de Estadísticas informó que en 1976, las mujeres constituían aproximadamente el 38,5 por ciento de los profesionales de la educación, 31 por ciento de la profesión médica, el 25 por ciento de los técnicos de laboratorio, el 15 por ciento de los contadores y el 15 por ciento de los funcionarios públicos”. Esa realidad comenzó a modificarse luego de la guerra del Golfo de 1991 llevada a cabo por Estados Unidos en favor del emirato de Kuwait contra Irak. En la misma publicación, HRW advierte que a partir de ese momento, las sanciones económicas contra el régimen de Saddam Hussein llevaron al gobierno iraquí a revertir el proceso de integración de las mujeres a la vida laboral, en un marco de creciente desocupación y crisis económica, al tiempo que también produjo un repliegue del régimen sobre las “tradiciones islámicas y tribales como herramienta política para conservar su poder”.

Finalmente, la invasión norteamericana de 2003 terminó de destruir los cimientos del estado iraquí. Hoy, después de una década de invasión y gobiernos títeres, el país se debate entre el fundamentalismo extremo del ISIS y el avance de una normativa estatal-religiosa donde las mujeres están perdiendo todo tipo de derechos: a comienzos de este año, el gobierno iraquí discutía una nueva ley que permite el matrimonio para nenas de 9 años de edad, la poligamia sin restricciones para los varones y la obligación de que las mujeres mayores de 18 años tengan que tener el consentimiento de sus padres para casarse. Tampoco podrán trabajar si su marido no se los permite. El lugar de las minorías étnicas y religiosas (uno de los argumentos para derrocar a Hussein, acusado de perseguirlas) es el exilio o las masacres.

El caso de Libia es igualmente patente: según los datos de la Unesco, Libia era el país africano con mejores índices educativos, prácticamente había erradicado el analfabetismo y tenía altísimas tasas de educación universitaria, tanto en varones como en mujeres. Después de la “primavera árabe” que terminó en el bombardeo de la OTAN donde fue asesinado el propio Presidente Muamar Gadafi, Libia quedó sumida en el caos: el 22 de agosto pasado, la página de Amensty Internacional, publicó que un grupo juvenil islámico llevó a cabo una ejecución sumaria en un estadio de fútbol en el este del país. Igualmente contradictorio es el escenario actual de descomposición estatal, donde el Congreso Nacional General saliente no reconoce al Parlamento surgido de las elecciones de este año.

Siria es el otro territorio donde opera ISIS. En el 2013 el gobierno de Estados Unidos estuvo  a punto de bombardear el país, hasta que Rusia y China se opusieron tajantemente en el Consejo de Seguridad y en reuniones bilaterales con Washington.
Luego de algunas protestas importantes y un creciente descontento en algunas franjas de la sociedad siria durante 2011, el gobierno de Bashar redactó una nueva Constitución que fue ratificada en un referéndum. El tenor de la carta magna, si bien amplifica las posibilidad de participación política a través de partidos, dejaba en claro que no permitiría la formación de asociaciones políticas vinculadas a la religión o la étnica, así que reafirmaba la participación de las mujeres en la economía, la vida social y política. En las calles de Damasco, y siendo Siria un país profundamente islámico, las mujeres caminaban sin velo.

Extraños estos enemigos de occidente que sin embargo parecen custodios de la tradición moderna de las libertades civiles, la igualdad de género, la estatalidad por sobre el tribalismo, el laicismo sobre los valores religiosos, etc.

¿Dónde comenzó el giro? ¿En qué momento Occidente eligió “barbarizar” estos territorios, convirtiéndolos en lugares donde germine el terrorismo y la intolerancia religiosa?

Tal vez, la punta del hilo haya que buscarla en Afganistán, hoy sinónimo de talibanes y Al Qaeda. En una charla universitaria de 2009, anterior a la explosión “fundamentalista” del mundo árabe que vivimos hoy, el filósofo Slavoj Zizek se pregunta: “¿De dónde viene este nacimiento del llamado "fundamentalismo"? ¿No es el nacimiento del fundamentalismo radical exactamente correlativo con la desaparición de la izquierda secular en los países musulmanes? Hoy, cuando Afganistán es dibujado como el más fundamentalista de los países islámicos, quién recuerda todavía que 30 o 40 años atrás era un país con una extrema tradición secular, hasta con un poderoso partido comunista que tomó el poder independientemente de la Unión Soviética.  Hoy, Afganistán se encuentra "fundamentalizado", como parte de ser incluido en el capital global. Su “fundamentalización” es un producto.”

La imagen de la decapitación del James Foley, antes que mostrar “otro mundo” regido por leyes inhumanas que nos demostraría la superioridad ética de Occidente, nos expone el punto más alto de un proceso de “fundamentalización” construido por ese mismo Occidente. Es decir, el lugar que la globalización conservadora conducida por Estados Unidos desde hace unos 30 años parece tener reservado para los árabes.


*Publicado por Telam

No hay comentarios:

Publicar un comentario